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Ramone dio un trago a la cerveza. Apenas tenía gusto, y seguramente tampoco graduación. Se detuvieron en la mitad de un resquebrajado camino de piedra que llevaba al callejón.

Johnson era un poco más bajo que Ramone, de cuerpo fornido y una cabeza cuadrada acentuada por un peinado pasado de moda, corto por detrás y por los lados y gomina arriba. Tenía los dientes pequeños y puntiagudos, como colmillos en miniatura. Los brazos le colgaban del tronco como los lados de un triángulo.

– Dime lo que habéis averiguado -pidió, con la cara muy cerca de Ramone. Le olía el aliento a alcohol y Ramone supo que había estado bebiendo algo más que el aguachirle aquel.

– Todavía nada.

– ¿Se ha encontrado el arma?

– No.

– ¿Cuándo empezaréis a saber algo?

– Lleva su tiempo. Es un proceso metódico, Terrance.

Ramone esperaba poder aplacar con sus palabras a Johnson, que trabajaba de analista o algo así para la oficina del censo. Ramone casi nunca sabía qué hacía exactamente la gente que trabajaba para el estado, pero estaba al corriente de que la labor de Johnson tenía que ver con números y estadísticas.

– ¿Y ahora qué hacéis, estáis buscando testigos?

– Estamos interrogando a posibles testigos. Llevamos en ello todo el día, y seguiremos. Hablaremos con los amigos y conocidos de Asa, con sus profesores, con cualquiera que le conociera. Mientras tanto esperamos los resultados de la autopsia.

Johnson se enjugó la boca con la mano.

– ¿Van a rajar a mi chico? -preguntó con voz ronca-. ¿Por qué tienen que hacer eso, Gus?

– Es difícil hablar de esto, Terrance. Ya sé que te resulta muy duro. Pero la autopsia nos dará muchas pistas. Además, lo requiere la ley.

– No puedo…

Ramone le puso la mano en el hombro.

– Entre los interrogatorios a los testigos, el trabajo de laboratorio, los informantes, todo, empezaremos a estructurar el caso. Vamos a atacar desde todos los frentes, Terrance, te lo prometo.

– ¿Y yo qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer ahora mismo?

– Lo que tendrás que hacer ahora es venir a la morgue del D.C. General, mañana entre las ocho y las cuatro. Necesitamos que hagas una identificación oficial.

Johnson asintió distraído. Ramone dejó la lata en el suelo y sacó de la cartera dos tarjetas.

– Ofrecemos también ayuda psicológica, si la necesitáis -comentó-. Tu mujer tiene derecho a ella, y tu hija también. La Unidad de Atención a la Familia está a vuestra disposición. Ahí en la tarjeta está el número. Trabajan con nosotros en las oficinas de la VCB. A veces es difícil que los detectives puedan estar en contacto con vosotros, así que los de la Unidad de Ayuda os pueden ir informando de los progresos en la investigación y daros algunas respuestas, si las tienen. La otra tarjeta es la mía. Ahí tienes el número del trabajo y mi móvil.

– ¿Qué puedo hacer hoy?

– Todas las visitas que tenéis vienen con buena intención, ya lo sé. Pero no dejes que invadan toda la casa. Si tienen que usar el baño, que vayan al de invitados, no al de arriba. Y que nadie entre en la habitación de Asa, excepto tú o tu mujer. Vendremos a hacer una inspección a fondo.

– ¿Qué buscáis?

Ramone se encogió de hombros. No había razón para mencionar posibles pruebas de actividad delictiva.

– No lo sabremos hasta que vengamos. Además tendremos que hablar con vosotros. Con Helena y Deanna también, en cuanto estén preparadas.

– El detective Wilkins ya ha hablado conmigo.

– Pues tendrá que hablar contigo otra vez.

– ¿Por qué él y no tú?

– Bill Wilkis es el encargado del caso.

– ¿Estará a la altura?

– Es un buen policía. Uno de los mejores que tenemos.

Terrance vio la mentira en sus ojos, y Ramone apartó la vista y dio un trago a la cerveza.

– Gus.

– Lo siento, Terrance. No me puedo ni imaginar lo que estás pasando.

– Mírame, Gus.

Ramone le miró a los ojos.

– Averigua quién ha hecho esto.

– Vamos a hacer todo lo posible.

– No me refiero a eso. Te estoy pidiendo un favor personal. Quiero que encuentres al animal que ha matado a mi hijo.

Ramone le dio su palabra.

Para cuando terminaron las cervezas, el cielo se había nublado y comenzaba a lloviznar. Pero se quedaron allí dejando que la lluvia les refrescara la cara.

– Dios está llorando -dijo Terrance Johnson, en apenas un susurro.

Para Ramone era sólo lluvia.

14

Romeo Brock y Conrad Gaskins aparcaron a la entrada de un patio, en una de las calles llenas de flores y árboles de la parte alta de la ciudad, en Shepherd Park. No era la mejor zona del barrio, sino una sección algo menos moderna, al este de la avenida. En el patio se alzaba un grupo de casas semiadosadas de dos plantas y edificios coloniales con los revestimientos gastados y barrotes en las puertas y ventanas de la planta baja.

La casa de Tommy Broadus estaba más fortificada que las demás, con barrotes también en el piso superior. Sobre la puerta principal habían instalado luces con sensores que se activaban con el movimiento en la acera. El jardín estaba pavimentado para acoger dos coches, dejando sólo una pequeña tira de césped. En el camino se veían un Cadillac CTS negro y un descapotable Solara rojo.

– Está su mujer -dijo Brock.

– El descapotable será su coche.

– Un hombre no conduciría un Solara. A no ser que le vaya lo de chupar pollas. Ese trasto es lo que una tía considera un coche deportivo.

– Vale. Pero el Cadillac será suyo. -Gaskins entornó los ojos-.Y tiene la versión V.

– Eso no es un Caddy -aseguró Brock-. Un Cadillac es un El-D del setenta y cuatro. Eso es un Cadillac. Pero eso de ahí no sé ni lo que es.

Gaskins casi sonrió. Su primo pensaba que el mundo se había parado en los años setenta, cuando tipos como Red Fury en D.C. y un tal Perro Loco en Baltimore eran leyendas callejeras. Y también había hombres de negocios como Frank Matthews en Nueva York, un negro que venció a los italianos en su propio juego, traficando desde una fortaleza armada conocida como La Ponderosa y dueño de una finca en Long Island. Romeo habría dado cualquier cosa por haber vivido esos tiempos y haberse codeado con alguno de ellos. Vestía pantalones ajustados y camisas sintéticas. Hasta fumaba Kool como tributo a la época. También habría llevado melena si pudiera. Pero tenía una gran calva en la coronilla y le había quedado fatal. De manera que llevaba la cabeza afeitada.