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– Y porque han encontrado el cuerpo en el jardín aquel. Y al chaval le pegaron un tiro en la cabeza.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué lo mataron?

– ¿Por qué has venido?

– Fui yo quien encontró el cadáver. Bueno, para ser más exacto, di con el cadáver y fui yo quien llamó a la policía.

– ¿Y eso cómo fue?

– Era tarde, más de medianoche. Alrededor de la una y media, yo diría, después de que cerraran los bares.

– ¿Habías bebido?

– Estaba más cansado que borracho.

– Ya.

– Iba en coche por Oglethorpe, pensando en atajar hacia New Hampshire.

– Y te encontraste la calle cortada. Porque se corta junto a las vías del tren. Allí están también el refugio de animales y la imprenta, si no recuerdo mal.

– No mentía con lo de su memoria.

– Sigue.

– Tengo un servicio de coches, como esos de limusinas. Me había quedado dormido en mi Lincoln y cuando me desperté salí a echar una meada en el jardín. Y allí estaba.

– ¿Cuánto tiempo estuviste durmiendo?

– No lo sé muy bien.

– ¿Un sueño profundo?

– No, recuerdo un par de cosas. En un momento dado pasó por mi lado muy despacio un coche patrulla con un detenido en el asiento de atrás. Y un negro joven cruzó andando el jardín. Lo que pasó entre una cosa y otra está bastante brumoso.

– ¿El agente de policía te vio dormido en tu coche y no se paró a investigar?

– No.

– ¿Anotaste la matrícula o algo?

– No.

– ¿Has hablado con la policía?

– Aparte de la llamada anónima, no.

– Así que en realidad no sabes nada.

– Sólo lo que he visto y leído en el Post.

– Te lo voy a preguntar otra vez, ¿por qué has venido?

– Oiga, si no le interesa…

– ¿Que no me interesa? Joder, chaval.

Cook le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Holiday se levantó.

Se adentraron por un pasillo, pasando por una habitación abierta y otra cerrada, luego un cuarto de baño. Iban en dirección a una tercera habitación, desde la que se oían ruidos y la voz monótona de una operadora.

Era la oficina de Cook. En una mesa se veía un monitor de ordenador, con la CPU debajo. En la pantalla aparecía una página de la policía, con la ventana del RealPlayer activada en la esquina superior izquierda. Holiday conocía el sitio web, que permitía a los usuarios tener acceso al diálogo entre las operadoras y los agentes en la mayoría de las ciudades y estados. Él mismo lo oía a menudo en su casa.

En la pared había un gran mapa del área metropolitana pegado con chinchetas. Varios alfileres amarillos marcaban distintos jardines comunitarios del distrito. Los alfileres rojos indicaban dónde se habían encontrado las tres víctimas de los Asesinatos Palíndromos, y unos alfileres azules mostraban los barrios de las víctimas y las calles donde posiblemente habían desaparecido. Entre los alfileres azules había uno verde.

– Que no me interesa, dice… -repitió Cook-. Mataron a tres chicos estando yo al mando y dice que no me interesa. Otto Williams, catorce años. Ava Simmons, trece. Eve Drake, catorce. Muchacho, esos asesinatos me atormentan desde hace veinte años.

– Yo estaba allí -dijo Holiday-. De uniforme en la escena del crimen de Drake.

– Pues no lo recuerdo.

– No tiene razones para recordarlo. Pero todos sabíamos quién era usted. Le llamaban Misión Cumplida.

Cook asintió con la cabeza.

– Sí, porque me dedicaba al caso en cuerpo y alma, y la mayoría de las veces lo resolvía. Pero eso fue antes de… bueno, antes de que en el trabajo se jodiera todo. Me jubilé sin haber resuelto el caso de los Palíndromos. Menudo momento para largarse, ¿eh? Y no es que no lo intentara. Pero por mucho que nos partiéramos los cuernos, no pudimos dar con el asesino.

»A todos los chicos los mataron en un lugar diferente del punto donde los encontramos. A todos les habían vuelto a vestir con ropa nueva, con lo que la policía científica lo tenía jodido. Todos tenían semen y lubricante en el recto. Ninguno tenía marcas defensivas, ni tejido bajo las uñas. Para mí eso significa que el asesino se había ganado su confianza o al menos los había convencido de que no les haría daño. En cierto modo, los sedujo.

»Todos vivían en Southeast. A todos los habían sorprendido en la calle, en dirección al mercado o el supermercado de su barrio. Nadie los vio desaparecer o meterse en un coche. En aquellos tiempos era muy raro que nadie hubiera visto nada, que no saliera alguien con alguna información. Lo habitual entonces era que los vecinos cuidaran de los chavales del barrio. Ofrecimos una recompensa de diez mil dólares por cualquier pista. Recibimos muchas llamadas falsas, pero nada que nos diera algún indicio real.

»Tenía que ser un negro, para que aquellos chicos negros se metieran en su coche. También supuse que sería una persona de autoridad: policía, militar, bombero, alguien con uniforme. Algunos decían que debía de ser un taxista, ofreciendo carreras gratis, pero a mí no me lo parecía. Los chicos de la ciudad no habrían picado con eso. Un policía, o aspirante a policía, habría caído en ponerles ropa nueva a las víctimas, en limpiarlas bien y dejarlas tiradas en distintos puntos. Sabría que con eso obstaculizaría el trabajo de laboratorio. Yo me inclinaba a pensar que se trataba de un aspirante a policía.

»Interrogamos a amigos, profesores, novios y novias, cualquier posible pareja sexual. Llegué a ir a Saint Elizabeth para interrogar a los internos que hubieran sido autores de delitos sexuales violentos. Los criminales psicóticos estaban encerrados en pabellones de alta seguridad, de manera que no podía ser ninguno de ellos, pero los interrogué también. Parecían zombis, con tanta medicación. Así que allí tampoco encontré nada.

»Me encargaron a mí el primer asesinato. A mí y a Chip Rogers, un blanco de Homicidios también, a quien en aquel entonces yo consideraba mi compañero. Ahora está muerto. Cuando apareció la segunda víctima, añadieron a otros investigadores. Y por fin, después de la tercera y del jaleo que estaba montando la prensa, el alcalde ordenó que un grupo de doce detectives se centrara exclusivamente en aquel caso. Yo estaba a cargo del equipo. Grabamos kilómetros de película en los funerales de los chicos, esperando que el asesino apareciera. Pusimos coches patrulla en todos los jardines comunitarios del distrito, veinticuatro horas al día. Yo mismo aparcaba mi coche cerca de los jardines algunas noches y me quedaba allí vigilando.

»Había quien decía que no trabajábamos en el caso con la misma dedicación que habríamos puesto de haber sido las víctimas blancas. No te voy a mentir, aquello me hirió en lo más hondo. Con todo lo que me había costado ir ascendiendo poco a poco en el cuerpo siendo negro. Primero, que si no era bastante inteligente para ser policía, después que no tenía bastante experiencia para estar en Homicidios… Por no mencionar que mi hija tenía en 1985 la misma edad que aquellos chicos. ¿Cómo no me iba a afectar? Y lo más gracioso es que, si miras los casos resueltos de víctimas blancas y negras en la ciudad en aquel entonces, el número era idéntico. Poníamos todo nuestro empeño en todos los casos. Los trabajábamos todos por igual.