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Al entrar al edificio advirtieron que habían pintado los marcos de un color púrpura brillante, casi fosforescente.

– Un tono muy relajante -comentó Rhonda-. No sé a qué genio se le habrá ocurrido elegir ese color.

– Supongo que en Sherwin-Williams ya no les quedaba rosa.

Enseñaron la placa a un oficial a la entrada y subieron a la segunda planta. A esas primeras horas de la tarde, muchos policías, en camiseta y pantalón corto, hacían pesas o corrían en las cintas antes de que comenzara su turno de cuatro a doce de la noche. Ramone y Rhonda estaban en un rellano desde el que se veía el gimnasio.

– Ahí está la persona que busco -dijo Ramone-. Les está enseñando algo que aprendió en Jhoon Rhee.

En la zona de canasta de la pista de baloncesto, un oficial de uniforme demostraba a un gran grupo de novatos la posición y el movimiento apropiado para dar un directo. Alzó la mano izquierda para protegerse la cara al tiempo que lanzaba la derecha, poniendo en el golpe la fuerza de las caderas y girando el pie trasero. El grupo a continuación intentó imitarlo.

– Así estábamos nosotros no hace mucho tiempo -recordó Rhonda.

– Ahora hay muchas más exigencias. Hacen falta dos años de carrera sólo para ingresar en la academia.

– Pues yo así no habría podido entrar. Y, mira, se habría perdido una buena policía.

– Pero así impiden que entren subnormales en el cuerpo.

– Gus, algún día vas a tener que aprender el vocabulario correcto de este nuevo siglo que vivimos.

– Vale, los deficientes mentales.

– ¿Ves a aquellas chicas blancas ahí abajo? -Rhonda señaló con la cabeza a las numerosas reclutas de la pista-. En cuanto salgan, la mayoría acabarán fracasando o trabajando detrás de una mesa en unas dos semanas.

– Venga ya, ¿por qué dices eso?

– ¿Sabes la teniente esa rubia, la chica que sale siempre en la tele? Nunca tuvo que jugársela en la calle patrullando por los barrios problemáticos. Se hizo un nombre protegiendo a los burguesitos blancos de los negros que contaminaban las aceras en Shaw. Y en la policía no hacen más que promocionarla porque su piel de porcelana y su pelo rubio quedan muy bien en la pantalla.

– Rhonda.

– Yo sólo lo digo.

– Mi madre es blanca.

– Es italiana. Y sabes muy bien que tengo razón.

– Espera, que tengo que hablar con ése -dijo Ramone, al ver que el instructor despedía al grupo de novatos.

– Nos vemos abajo.

Ramone bajó por las escaleras, en dirección a la piscina cubierta. Como pasaba siempre que andaba por allí, su mente rebobinó hasta su primer año en el cuerpo. En aquella misma puerta había visto por primera vez a Regina, con su bañador azul al borde de la piscina, mirando el agua, lista para zambullirse. Al verla, musculosa pero femenina, con las nalgas bien formadas y sus bonitos y tersos pechos, se quedó literalmente petrificado. A él no se le daban nada bien las chicas, ni era especialmente atractivo para compensar su falta de desparpajo, pero no tuvo miedo y entró directamente en la zona de la piscina, se presentó y le tendió la mano. «Por favor, que sea tan simpática como guapa», rogó, mientras estrechaba su mano suave. Ella bajó un poco sus ojazos castaños al sonreír. Y en ese momento, Ramone supo que era la que buscaba.

Regina no duró mucho en la policía. Seis meses de entrenamiento, otro mes con un compañero de más experiencia, luego un año de patrulla, como novata, y con eso tuvo suficiente. Decía que se dio cuenta la primera semana en la calle de que aquello no era para ella. Quería ayudar a la gente de alguna manera, no encerrarla. Volvió a la universidad, se sacó su licenciatura y dio clases unos cuantos años en la escuela elemental Drew, en Far Northeast. Cuando nació Diego, dejó el trabajo para dedicarse a la maternidad a jornada completa y al voluntariado a tiempo parcial en el colegio. En sus oraciones en la iglesia, Ramone a veces daba gracias por la mala decisión de Regina de unirse a la policía. Sabía que si aquel día no hubiera bajado por aquellas escaleras, si no hubiera atravesado aquella puerta, y si ella no hubiera estado pensándose la zambullida, él no tendría lo que tenía ahora. Y para él, lo que tenía lo era todo. Aunque también era capaz de joderlo todo.

Lo más curioso es que ni siquiera tenía pensado casarse o formar una familia, pero ambas cosas le llegaron, y estuvo bien. Y todo por el camino que había tomado una tarde, y por una mujer que había vacilado antes de tirarse al agua. Como la mayoría de la gente, Ramone no estaba del todo seguro de que existiera un poder superior, pero desde luego sí creía en el destino.

Ahora atravesó el gimnasio, cruzó la mirada con el instructor, John Ramirez, y esperó hasta que el último novato se hubo marchado hacia los taquilleros. Ramirez, con pecho y brazos de culturista, le estrechó la mano con poca fuerza y ojos fríos.

– Johnny.

– Vaya, Gus. ¿Qué, disfrutando del nuevo trabajo?

– Ya llevo un tiempo con él.

– Debe de ser más satisfactorio encerrar a delincuentes que a compañeros, ¿eh?

– Para mí todo es lo mismo. Si hacen mal, hacen mal, ¿me comprendes?

No era cierto. Ramone siempre había conocido las consecuencias de perseguir a policías que abusaban de su poder o cometían delitos menores. Pero no pensaba dejar que un tipo como Johnny Ramirez, un exaltado que había pasado de patrullero con problemas de inseguridad a monitor de gimnasio con placa, le echara en cara su trabajo en Asuntos Internos. Ramone había aprendido allí a investigar casos, había realizado su trabajo competentemente pero no con espíritu vengativo, y había utilizado la experiencia como puente para llegar a Homicidios.

– Pues la verdad es que no, no te comprendo.

Por lo general Ramone no había tenido problemas con sus compañeros durante su estancia en Asuntos Internos. La mayoría de los policías no querían andar cerca de otros agentes corruptos porque podían quedar manchados sólo por asociación. Jamás le habían mirado mal, jamás había oído a nadie mascullar «chivato» y jamás se había levantado nadie de la barra del bar cuando Ramone se acercaba. Asuntos Internos era un elemento necesario en el cuerpo, y la mayoría de los policías lo aceptaban. Ramírez solía beber copas con Holiday, y sencillamente le caía mal Ramone por lo que le había pasado a su amigo.

– Oye, no te quiero entretener mucho tiempo. Sólo quería saber si has visto a Dan Holiday últimamente, si seguís siendo amigos…

– Sí, le he visto. ¿Por qué?

– No, es que quería hablar con él, por un asunto privado.

– Ah, es privado. Tiene un servicio de limusinas, igual eso te ayuda.

– Ya lo había oído.

– Pero no tengo su número ni nada. De todas maneras no debería costarte mucho encontrarlo.

– Vale, Johnny. Gracias.