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– Pero necesito que cooperes también con el detective Wilkins, Terrance. Estamos trabajando todos juntos en esto, y el caso es suyo.

– Si tú lo dices, lo haré.

En la casa reinaba un silencio sepulcral. No se oían voces humanas ni ruidos de la televisión o la radio.

– ¿Está Helena?

Johnson negó con la cabeza.

– De momento se queda con su hermana. Y también se ha llevado a Deanna. Helena no puede soportar ahora mismo estar en esta casa. No sé cuándo lo va a superar.

– Se pondrá mejor. El duelo tiene sus etapas. -Ya lo sé -replicó Johnson, haciendo con la mano un gesto de fastidio. Tenía la mirada como perdida, la boca entreabierta y los ojos velados por el alcohol.

– Tú también tienes que cuidarte.

– Descansaré cuando aclaréis todo esto. -¿Puedo echar un vistazo al cuarto de Asa?

– Te acompaño.

Subieron a la segunda planta por la escalera central. Era una casa típicamente colonial del barrio, con tres dormitorios y baño completo arriba.

– ¿Quién ha entrado aquí desde su muerte? -preguntó Ramone al llegar a la habitación de Asa.

– Helena y yo. Y Deanna, supongo. Tal como me dijiste, no he dejado entrar a nadie más.

– Bien. Pero también estoy pensando en los días antes de su muerte. ¿Tuvo aquí a algún amigo o conocido, que tú recuerdes?

Johnson se quedó pensando un momento.

– Bueno, durante el día yo estaba en el trabajo, claro. Tendría que preguntárselo a Helena. Pero podría asegurar casi con toda certeza que la respuesta es que no.

– ¿Por qué estás tan seguro?

– Porque los últimos seis meses, desde el final del curso pasado, supongo, Asa no tenía ningún amigo en particular.

– ¿Ninguno en particular?

– Se había alejado de los amigos con los que solía ir. Ya sabes cómo son los chicos.

Las niñas lo hacían con más frecuencia, pensó Ramone. Los niños solían aferrarse más tiempo a las amistades. Pero sabía que lo que decía Johnson era cierto. Diego y Asa también habían sido amigos, hasta el punto de verse casi todos los días. Pero hasta el día en que habían matado a Asa, Diego llevaba mucho tiempo sin hablar de él.

– ¿Me necesitas aquí? -preguntó Johnson.

– No, no hace falta que te quedes.

Johnson se marchó y Ramone echó un vistazo mientras se ponía los guantes de látex. La habitación se encontraba más limpia de lo que había estado jamás la de Diego. La cama estaba hecha. En la pared colgaba el obligatorio póster de Michael Jordan con la ropa de los Bulls. Los pocos trofeos de fútbol, en un estante donde había un sorprendente número de libros, eran premios al trabajo de todo el equipo, no a un esfuerzo individual.

Examinó los cajones de la cómoda. Miró en el armario y registró los bolsillos de pantalones y cazadoras. Pasó la mano bajo el borde de la cómoda y bajo el somier de la cama. No encontró nada que Asa pudiera haber escondido. No encontró nada que le pareciera pertinente a la investigación.

Examinó también el contenido de su bolsa, una Jan-Sport de una sola correa. Dentro encontró una agenda, una novela juvenil y el libro de texto de álgebra, en el que no había ningún papel. El diario de Asa tampoco estaba allí.

Intentó ponerse un guante de béisbol para zurdos que encontró en el armario, pero no le encajaba.

En la mesa había una pantalla de ordenador. Ramone se sentó en la silla y sacó el cajón donde estaban el teclado, el ratón y la alfombrilla. En cuanto movió el ratón se iluminó la pantalla. El fondo era un sencillo azul, y los iconos eran numerosos, con Microsoft Outlook, Word e Internet Explorer entre ellos. Ramone no era un experto en ordenadores, pero tenía en casa y en la oficina y conocía esos programas.

Abrió el Outlook. Aparecieron varios mensajes en la bandeja de entrada, pero todos parecían ser spam. Entró en la carpeta de elementos enviados y en la papelera. Estaban vacías. Hizo lo mismo con Diario, Notas y Borradores, con el mismo resultado.

A continuación fue a Internet y le salió la página de Yahoo. Abrió los favoritos. Asa tenía pocas páginas archivadas, la mayoría de juegos y entretenimiento, y unas cuantas de la guerra civil y de fuertes y cementerios locales de dicha guerra. Luego abrió el Word y examinó las carpetas de Documentos de Asa. Todos los archivos parecían estar relacionados con el colegio: ensayos y trabajos de ciencias e historia, y muchos sobre temas y personajes de libros.

Era curioso encontrar tanto material escolar y nada de naturaleza personal en el ordenador de un adolescente.

Por fin se levantó y fue al centro de la habitación. Mientras se quitaba los guantes miró las paredes, las estanterías y la cómoda. La experiencia le decía que había averiguado algo, aunque todavía no supiera qué era. Pero era siempre exasperante llegar a esa fase de inercia en una investigación.

Volvió a bajar a la silenciosa primera planta. Encontró a Terrance en el jardín, sentado en una hamaca con una cerveza en la mano. Ramone encontró una silla parecida plegada y apoyada contra la pared, y se acercó con ella a Johnson.

– ¿Una cerveza? -preguntó Terrance, alzando su lata.

– No, muchas gracias. Todavía tengo trabajo que hacer.

– Bueno, cuéntame -pidió Johnson. Sus puntiagudos dientes blancos asomaban bajo el labio sudoroso.

– Todavía no tengo nada sólido que contar. La buena noticia es que no hay razones para creer que Asa estuviera metido en ninguna clase de actividad delictiva.

– Eso ya lo sabía. Para eso lo eduqué.

– ¿Tenía móvil? Me gustaría echar un vistazo al registro de llamadas.

– No, ya le conté al detective Wilkins que no pensábamos que Asa estuviera listo para esa responsabilidad.

– Pues así es como Regina y yo sabemos por dónde anda Diego.

– Yo no necesitaba tenerle localizado. No le dejaba ir a fiestas, ni quedarse a dormir en casa de amigos ni nada de eso. Por la noche estaba en casa y en paz. Así sabía siempre dónde estaba.

Ramone se aflojó la corbata.

– Asa llevaba un diario, por lo visto. Debía de ser un cuaderno, o incluso un libro encuadernado sin título, con las páginas en blanco. Sería de gran ayuda poder localizarlo.

– No recuerdo haber visto nada parecido. Pero sí le gustaba escribir. Y también leer, mucho.

– Tiene muchos libros en su habitación.

– Demasiados, si quieres saber mi opinión.

¿Cómo podía haber demasiados libros en la habitación de un adolescente?, se preguntó Ramone. A él le encantaría ver a Diego interesado aunque fuera sólo en uno.

– No me importaba que leyera, ¿eh? No me entiendas mal. Pero me preocupaba que se centrara sólo en eso. Un chico tiene que hacer de todo, y eso es mucho más que ser muy culto o sacar buenas notas.

– Te refieres a los deportes.