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Ramone buscó el nombre de William Tyree en la base de datos. Tyree no tenía antecedentes criminales ni detenciones previas. Ni siquiera cuando era menor de edad.

Ramone y Williams convocaron a la hermana de la víctima para que viera la cinta. La hermana dejó a los niños en la guardería de la comisaría e identificó en la sala de vídeo al hombre que salía del bloque: era William Tyree, segundo marido de Jacqueline Taylor. Últimamente estaba algo alterado, sostenía la hermana, exasperado porque no encontraba trabajo de ninguna manera. Además, Jackie había empezado a salir con otro hombre, un obrero eventual de la construcción llamado Raymond Pace, y aquello exacerbó la depresión de Tyree. Pace tenía antecedentes, había cumplido condena por homicidio involuntario y, según la hermana, «no era bueno» con los hijos de Jackie. Ramone supuso que las camisetas y calzoncillos encontrados en la cómoda de Jacqueline Taylor eran de Pace.

Se puso vigilancia ante el piso de Tyree en Washington Highlands hasta que llegara la orden de registro. Ramone pasó el número de matrícula del Corolla a los coches patrulla, junto con una descripción de Tyree. Luego fue a ver a Raymond Pace a su lugar de trabajo. Pace no pareció sentir demasiado la noticia de la muerte de Jacqueline, y de hecho tenía toda la pinta de ser el indeseable que su hermana había descrito. Pero el capataz de Pace y un par de compañeros respaldaban incuestionablemente su coartada. En cualquier caso, la cinta de vídeo era muy clara. William Tyree encajaba como sospechoso.

A medianoche Tyree todavía no había vuelto. Ramone y Willis tenían el turno de ocho a cuatro y acumularon muchas horas extras ese día. Se fueron a sus respectivas casas y acudieron de nuevo a las ocho en punto de la mañana siguiente. Poco después, un agente de patrulla encontró la matrícula del Corolla en una calle de Southeast y envió por radio la localización.

El Corolla estaba aparcado cerca de Oxon Run Park, en una popular zona de trapicheo de drogas. Un residente del bloque se acercó a Ramone y a Willis, que estaban junto a los agentes que buscaban huellas en las puertas del Corolla, y les preguntó si buscaban al hombre que había aparcado el coche. Ramone dijo que sí.

– Se ha metido en esa casa de ahí -informó el hombre, señalando con un dedo un edificio de ladrillo en la parte más alta de la calle-. Todo el día está entrando y saliendo gente.

– ¿Se meten heroína? -preguntó Ramone, queriendo saber qué tipo de drogadicto encontraría en el edificio.

El residente negó con la cabeza.

– Le dan a la pipa.

Ramone, Willis y varios agentes uniformados fueron a la casa con las pistolas preparadas, pero no llegaron a sacarlas. Tyree estaba en el rellano del segundo piso, en mitad de una nube de humo con otros dos fumetas.

– ¿William Tyree? -dijo Ramone, sacando un par de esposas mientras subía por las escaleras.

Al ver a los policías y oír su nombre, Tyree extendió las manos. Le esposaron sin incidentes. En el bolsillo le encontraron las llaves del coche de Jacqueline Taylor y su cartera.

Todo había sido muy fácil, incluso la detención.

En la oficina del fondo se encontraban Ramone, Green y el teniente Maurice Roberts, un joven y respetado jefe de la VCB, sentados en el sofá, inclinados hacia un teléfono sobre una mesa de plástico. El altavoz estaba conectado y se oía la voz del ayudante del fiscal, Ira Littleton, que hacía redundantes comentarios sobre la detención y el interrogatorio. Ramone y Green ya seguían aquellas consignas cuando Littleton todavía veía los dibujos animados los sábados en pijama. La mayoría de los detectives de Homicidios guardaban buena relación con los magistrados de la oficina del fiscal de Estados Unidos.

Era una cordialidad necesaria, por supuesto, pero más allá del obligatorio espíritu de cooperación, solían forjarse amistades sinceras. Littleton, joven y relativamente inexperto e inseguro, no era uno de los fiscales que los detectives respetaran o considerasen amigos.

– Yo preferiría una confesión explícita y completa -decía Littleton-, y no que se limite a admitir que ayer llevaba ropa manchada de sangre.

– Ya -dijeron Ramone y Green casi al unísono.

– No tenemos suficiente para retenerlo por el asesinato -insistió Littleton.

– De momento podemos acusarle del robo del coche -sugirió Ramone-. Y también de posesión de propiedad robada, por la cartera y sus contenidos. Eso es suficiente para retenerlo.

– Pero yo quiero acusarle de asesinato.

– Muy bien -cedió Bo Green, mirando a Ramone mientras hacía movimientos obscenos con el puño delante de su entrepierna.

Ramone apartó el índice y el pulgar tres centímetros, indicando el probable tamaño de la polla de Littleton.

– Sacadle la confesión. Y tomadle una muestra de ADN.

– No hay problema -dijo Ramone.

– ¿Consentirá en dar una muestra de sangre?

– Ya lo ha hecho. La tenemos -dijo Green.

– ¿Estaba drogado cuando lo detuvisteis?

– Eso parecía.

– Aparecerá en los análisis.

– Sí.

– ¿Tenía alguna marca o algo así?

– Un arañazo en la cara -contestó Ramone-. No recuerda cómo se lo hizo.

– Ella tendrá ADN en las uñas -prosiguió Littleton-. ¿Os apostáis algo?

– Nunca apuesto -declaró Ramone.

– Es casi un tiro seguro. Vamos a rematarlo.

– Bueno, de momento ha cooperado en todos los aspectos de la investigación. También ha renunciado a su derecho a un abogado. Lo único que no ha hecho es confesar directamente que él la mató. Pero lo hará.

– Muy bien. ¿Tenemos ya la bolsa del Safeway?

– Gene Hornsby está en ello -respondió Ramone.

– Hornsby es un buen tipo -afirmó Littleton.

Ramone hizo un gesto exasperado.

– Dios, espero que todavía no hayan pasado a recoger la basura -repuso Littleton.

– Yo también. -Ramone le sacó la lengua al teléfono.

Bo Green seguía moviendo el puño perezosamente.

– Tiene que ser un gol, chicos -dijo Littleton.

– ¡Sí! -exclamó Green, pensando que tal vez había sido demasiado enfático en su respuesta, aunque tampoco le importara mucho-. ¿Algo más?

– Llamadme cuando tengáis la confesión.

– Claro. -Y Ramone apagó el altavoz.

– ¿Tú has oído eso? -dijo Green-. Littleton diciendo que Gene Hornsby es un buen tipo. Casi lo ha dicho con cariño. Vamos, como si tuviera algo con él.

– A Gene no le va a hacer mucha gracia.

– Pues sí, no le hace ninguna gracia el rollo gay.

– ¿Me estás diciendo que Littleton es maricón?

– No lo sé, Gus. Eso lo captas tú mejor que yo, que parece que tengas un sexto sentido.