Выбрать главу

– ¿Dónde conociste a mi hijo? -preguntó el rey, rompiendo el hechizo.

– En la universidad. Era mi primer año. Tuve que suplicarles a mis padres que me dejaran ir. Estaba muy entusiasmada, pero también asustada.

– ¿Y él te enamoró?

Emma tragó saliva, más ruborizada aún, y asintió.

– Sí. Fue muy… encantador. Reyhan pensó en el joven que había sido a los veinticuatro años. Había deseado a Emma y la había perseguido sin tregua hasta conseguirla. Y, al descubrir que era virgen, se había casado con ella.

– El vuestro fue un noviazgo muy corto -dijo el rey.

Emma miró a Reyhan.

– Bueno, yo… nosotros…

– Ella no sabía quién era yo -dijo Reyhan-. Fui el único que te desafió, padre. La culpa y la responsabilidad son sólo mías.

Emma pareció asombrarse por su confesión, pero no dijo nada.

– Pero estuvisteis muy poco tiempo juntos -dijo el rey.

– Ya sabes por qué -respondió Reyhan-. Tuve que volver a casa por la muerte de Sheza -miró a Emma-. Mi tía.

– Pero luego no regresaste a por tu mujer.

Lo había intentado, pensó Reyhan amargamente. Había intentado ponerse en contacto con ella, pero Emma se había negado a saber nada de él. La única explicación que sus padres le dieron fue que Emma se arrepentía del matrimonio y que no quería volver a verlo. Y Reyhan tuvo que convencerse a sí mismo de que el dolor que había sentido sólo había sido por su orgullo herido. Que nunca había amado realmente a Emma.

– El pasado ya no importa -dijo, intentando mostrar una despreocupación que no sentía-. ¿Qué sentido tiene hablar de eso ahora?

– Porque me gustaría saberlo -respondió su padre, y miró a Emma-. Entonces, después de que las cosas no salieran bien con Reyhan, ¿volviste con tus padres?

Reyhan no la salvó de esa pregunta porque él también quería saber la respuesta.

– Yo… eh, me quedé con ellos hasta que empezó el siguiente semestre y entonces volví a la universidad. Para entonces, Reyhan se había marchado.

Era cierto. Una vez que él supo que la había perdido, cumplió con los requisitos para obtener su título y volvió a Bahania. Y no volvió a intentar contactar con ella.

– ¿Y a qué te dedicas ahora? -preguntó el rey.

Emma pareció confusa, como si pensara que el rey ya debería saberlo.

– Soy enfermera. Trabajo en la unidad de maternidad de un hospital en Dallas -se removió en el sofá y sonrió-. No fue fácil conseguirlo. Mis padres se oponían a que viviera por mi cuenta, pero yo sabía que era el momento. Ahora tengo un buen trabajo y puedo mantenerme sin depender de nadie.

– ¿Qué? -preguntó Reyhan, poniéndose rígido.

– ¿Has eludido tu responsabilidad? -le preguntó el rey a su hijo, mirándolo furioso.

– De eso nada -respondió él, mirando a Emma. No lo sorprendía que trabajara. Muchas mujeres preferían ocupar su tiempo con un trabajo, especialmente cuando no tenían niños a los que cuidar. Pero Emma actuaba como si realmente necesitara el dinero-. No necesitas trabajar para mantenerte.

– Disculpa -lo increpó ella-. ¿Cómo sabes tú lo necesito y lo que no?

– Te dejé mantenida económicamente.

Emma se recostó en el sofá, intentando poner toda la distancia posible entre ella y un Reyhan enfurecido no le importaría tanto su enfado si supiera por qué estaba tan furioso. Pero aquello no tenía sentido. Reyhan no le había dejado ni un centavo.

– No hiciste nada cuando te marchaste -lo acusó, y puso una mueca de disgusto cuando él pareció enfurecerse aún más.

– Cuando nos casamos, abrí una cuenta para tu uso personal. Doscientos cincuenta mil dólares, a ser repuestos cuando el saldo bajara de cien mil.

¿Doscientos cincuenta mil dólares? ¿Reyhan le había dejado esa fortuna?

– No lo entiendo -susurró.

– ¿Qué te parece tan difícil de entender?

– ¿Por qué te molestaste en hacer eso? -preguntó ella. La cabeza le daba vueltas y no le encontraba sentido a nada.

– Soy el príncipe Reyhan de Bahania y tú eres mi mujer -respondió él, poniéndose aún más rígido-. Eres responsabilidad mía. Cuando no hiciste uso del dinero, pensé que era el orgullo lo que te lo impedía. Te mandé una carta pidiéndote que lo reconsideraras, y entonces el dinero se sacó de la cuenta. Fue el turno de Emma para enojarse.

– Espera un momento. Yo no sabía nada de ese dinero, así que no pude sacarlo de la cuenta ni gastarlo.

– Claro que lo sabías. Cuando te negaste a verme, hablé con tu padre y le di el número de cuenta.

¿Su padre?

– ¿Viniste a verme?

– Por supuesto.

No. No había ocurrido así. Emma recordaba muy bien haber estado hecha un ovillo en su cama, en casa de sus padres, rezando porque Reyhan se pusiera en contacto con ella. Pero él jamás le escribió ni la llamó por teléfono, y desde luego no le hizo una visita.

A menos que se hubiera presentado mientras ella estaba… enferma.

– Estuve enferma por un tiempo -dijo. Enferma del alma, añadió para sí misma.

– En realidad, fui varias veces.

¿En serio? ¿Cómo era posible que sus padres no se lo hubieran dicho?

Era lógico que no hubieran querido decirle nada de las visitas de Reyhan, pero nunca le hubieran ocultado lo del dinero. La querían y siempre hacían lo mejor para ella.

– No te creo -dijo-. Ni tampoco me creo lo del dinero. Si yo lo sabía, ¿quién sacó el dinero de la cuenta? Mis padres no, desde luego. Ellos jamás harían algo así. Esto no tiene sentido. Desapareciste de mi vida durante seis años, y luego me traes hasta aquí sólo para decirme que quieres el divorcio. ¿Por qué debería creer algo de lo que digas?

– Porque yo nunca miento.

Emma miró al rey, pero éste parecía más divertido que disgustado. Estupendo. Ella ya estaba lo suficientemente disgustada por los dos.

– Mentiroso o no, insultaste a mis padres -le espetó a Reyhan-. No sé en qué consiste este juego, pero yo no pienso seguir jugando.

Se levantó y salió del salón.

Tras recorrer veinte metros por el pasillo, la asaltó el incómodo pensamiento de haber ofendido al rey por escaparse de ese modo. Se detuvo, sin saber si volver a disculparse o seguir alejándose. Antes de que pudiera decidirse, oyó pasos tras ella y enseguida apareció Reyhan.

Obviamente estaba furioso. Sin decir palabra, la agarró del brazo y la llevó hasta la suite de Emma. Cuando la soltó, una vez dentro, ella tuvo la extraña necesidad de no moverse. Incluso pensó por un instante en arrojarse a sus brazos y suplicarle que la abrazara. Como si un abrazo suyo pudiera arreglarlo todo…

En vez de eso retrocedió un paso y se preparó para oír la acusación de Reyhan.

– ¿Por qué cuestionas lo que te digo? -le preguntó él, entornando la mirada.

– ¿Y por qué no?

– Porque hay pruebas. Estuve vigilando la casa de tus padres durante semanas. Llamé todos los días. Volví a reclamarte como mi mujer, sólo para que me dijeran que te negabas a verme. Me fui cuando recibí tu carta.

– ¿Qué carta? -preguntó ella, sin entender nada.

– La que escribiste diciéndome que te arrepentías de haberme conocido y de nuestro matrimonio y que no querías volver a verme.

Lo dijo muy rígido, como si le costara pronunciar esas palabras.

– Eso es absurdo -dijo ella-. Yo nunca escribí esa carta.

Ni siquiera había pensado en hacerlo. Había deseado ver a Reyhan desesperadamente, pero él la había abandonado.

– Me utilizaste -siguió-. No sé por qué, pero se te metió en la cabeza que querías acostarte conmigo y por eso fingiste que yo te importaba. Te aprovechaste de mí durante un largo fin de semana y luego desapareciste sin darme una explicación ni nada -notó que su enfado crecía al recordar el dolor y la humillación-. Me prometiste muchas cosas. Me hablaste de una vida en común y yo te creí. Confié en ti, pero tú sólo tomaste lo que querías y te largaste.