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– Me gustaría darme una ducha -dijo él.

– A mí también, pero no hay agua caliente. Al menos no la había anoche.

– Hay que encender el calentador. Me ocuparé de ello si tú te encargas del desayuno.

Ella asintió y lo siguió fuera del dormitorio, sorprendida por su capacidad de recuperación. Al pasar junto al despacho se acordó del teléfono y lo recogió. Reyhan desapareció en una pequeña habitación detrás de la despensa, y ella se llevó el móvil al patio y lo sacó de la funda para que el sol cargara la placa. Entonces aprovechó el momento para contemplar aquel jardín paradisíaco en medio de un palacio de piedra y arena.

Las plantas florecían por todas partes. La fragancia de las rosas rojas y blancas impregnaba el aire. El agua manaba de varias fuentes y rodeaba el jardín antes de acabar en un estanque delimitado con piedras. En un rincón había un banco sobre una superficie de hierba.

Era un sitio de ensueño… un lugar donde ella podría vivir para siempre.

Volvió a la cocina y preparó la comida. Reyhan también regresó, diciendo que pronto tendrían agua caliente y que además había encendido el generador.

– Enseguida tendremos electricidad. Tendremos que usarla con moderación hasta que los paneles solares empiecen a funcionar. El agua caliente tardará una hora, más o menos.

– No hay nada como un día en el desierto para saber apreciar los pequeños detalles -dijo ella con una sonrisa, como si fuera de aquel palacio no existiera nada más.

Al sentarse frente a él intentó no fijarse en sus rasgos. No había necesidad de memorizar su rostro. El tiempo que habían pasado juntos la había cambiado para siempre, y jamás olvidaría el aspecto de Reyhan. Incluso ahora, sin camisa, sin afeitar y menos de veinticuatro horas después de haber recibido un disparo, Reyhan seguía pareciendo poderosamente regio y varonil.

– ¿De quién es este palacio? -le preguntó, intentando buscar un tema de conversación.

– Mío. Perteneció a mi tía, que me lo dejó al morir.

– Aquí es donde viniste después de que nos casáramos -dijo ella, encajando las piezas del pasado.

– Necesitaba estar aquí para su funeral, y luego tuve que arreglar sus asuntos -perdió la mirada en el vacío, como si pensara en un tiempo muy lejano-. Mi tía y yo estábamos muy unidos. Mis padres se querían el uno al otro más que a sus hijos. A mi hermano Jefri no pareció importarle, pero a mí sí -se encogió le hombros-. Cuando las cosas se ponían difíciles, mi tía estaba aquí para mí.

Palabras simples, pensó Emma, pero que arrastraban un profundo dolor. Podía imaginarse a un príncipe joven y solitario, creciendo con todos los privilegios imaginables, pero sin afecto. La mujer que había llenado el hueco de sus padres siempre tendría un lugar especial en su corazón. No era extraño que su pérdida lo hubiese afectado tanto.

– Lo siento -dijo con voz amable-. Ojalá hubiera sabido por lo que estabas pasando.

– No habría supuesto ninguna diferencia -dijo él, tomando un sorbo de café-. Nunca te habría permitido consolarme.

– ¿Por qué no?

Él esbozó una media sonrisa.

– Soy el príncipe Reyhan de Bahania. No necesito el consuelo de nadie.

– Entiendo -dijo ella, inclinándose hacia él-. ¿Y quién se supone que puede aceptar eso?

– Tú lo aceptabas.

– Tienes razón. Es algo que una cría se puede creer. Pero yo ya no soy esa niña inocente.

Él la miró a los ojos.

– Ayer fuiste muy valiente.

– En el fondo, no. Al principio estaba furiosa por haberme dejado atrapar. Sabía que intentarían conseguir un rescate por mí. No lo consiguieron, ¿verdad?

– No. Pudimos cancelar la transferencia a tiempo. Mi jefe de seguridad tenía un plan para recuperar el dinero incluso si la transferencia se hubiese realizado. Pero, si hubiera sido necesario, habría pagado lo que fuera.

– ¿En serio? -preguntó ella. No se sentía sorprendida, pero sí muy complacida.

– Eres mi mujer, Emma. No podía permitir que te hicieran daño.

Ella no se sentía como su mujer. No se sentía como otra cosa que exceso de equipaje.

– Gracias por salvarme la vida -dijo él.

– Gracias por salvarme tú la mía.

– Estamos en paz, lo cual es mejor que no estar en deuda -sonrió. Tu visita a Bahania no debería haber supuesto ningún peligro. Después de esta experiencia debes de estar ansiosa por volver a Dallas. Mucho menos de lo que él se creía, pensó ella.

– Hay cosas de aquí que echaré de menos -respondió. Sobre todo a él, añadió en silencio. La sonrisa de Reyhan se borró de su rostro.

– Siento haberte hecho daño cuando estábamos en el palacio.

Cuando la rechazó, recordó ella. Cuando le dio la espalda y no quiso hacer el amor.

– Sí, bueno, no tiene importancia.

– No te creo -dijo él-. Sí tuvo importancia. Para los dos. Hay cosas que no entiendes.

– Entonces explícamelas.

Reyhan se volvió a mirar por la ventana.

– Hay una leyenda según la cual el manantial que fluye bajo esta casa es el resultado de una agonía. Un joven se perdió en el desierto y estuvo vagando durante días. Casi se había quedado sin agua cuando encontró una planta que florecía en solitario. Impresionado por la belleza de la flor, vertió sus últimas gotas de agua en las hojas para darle una vida más larga. En agradecimiento, la flor se convirtió en una hermosa mujer. Hicieron apasionadamente el amor, pero por la mañana el joven murió de sed. La mujer lloró desconsoladamente, y de sus lágrimas nació un río -se volvió hacia Emma-. Este jardín es un homenaje a los dos. Algunas de sus plantas se remontan a cien años atrás.

– Es una historia muy triste.

– Es una lección. Tenemos que prestar atención a lo que importa. La mujer poseía poderes mágicos. Podría haber ayudado primero al joven. Pero en vez de eso tomó lo que quería y como resultado lo perdió.

Emma negó con la cabeza.

– Yo creo que la lección es que debemos aprovechar, cualquier amor que encontremos todo el tiempo que lo tengamos.

– Quizá tengas razón -dijo él, poniéndose en pie-. El agua caliente debe de estar lista ya. Dúchate tú primero.

Por muy tentadora que le pareciese una ducha, Emma tenía otras ideas. Tal vez fuera una estupidez arriesgar su corazón, pero quería tener otra oportunidad con él.

– No tienes que dejar que me vaya, Reyhan.

El se puso visiblemente rígido y no se giró para mirarla.

– Sí, tengo que hacerlo.

– ¿Por qué? ¿Quién es esa otra mujer con la que piensas casarte? ¿Qué te dará ella que yo no pueda darte?

– Tranquilidad de espíritu.

Capítulo 14

Después de ducharse, Emma decidió explorar el resto del palacio. Reyhan estaba en la biblioteca, y después del críptico final de la conversación, ella no estaba segura de qué quedaba por decir entre ellos.

Tenía miles de preguntas, pero eso no era nada nuevo. Las había tenido desde el principio. ¿Por qué se había casado con ella y por qué había seguido casado? Preguntarle por qué tenía que casarse con otra mujer para conseguir paz de espíritu no era la primera de sus prioridades.

Subió a la segunda planta y exploró las asombrosas habitaciones. Había una enorme sala que debía de ser un salón de baile, una especie de sala de estar y cuatro dormitorios que rivalizaban en lujo y elegancia con el palacio rosa de la capital.

Aun no teniendo ningún conocimiento sobre antigüedades, Emma reconocía la belleza de los muebles tallados y los ribetes dorados de las sillas. Había aparadores, armarios y camas de columnas con escalones y altos colchones. Las paredes estaban cubiertas de bellísimos murales. En un dormitorio encontró un carruaje y seis caballos, todo hecho de cristal. En otra, una colección de soldados de madera.

En la tercera planta había habitaciones más espartanas, salvo la habitación redonda que ocupaba una torre. Los cristales tintados de las ventanas proyectaban un arco iris en el suelo de mármol. La habitación estaba completamente vacía, salvo por un escritorio con una funda en el medio.