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Emma se acercó con curiosidad y abrió el estuche. Cuando vio el contenido, se quedó sin respiración.

Eran fotos. Docenas de fotos. Todas de una mujer joven. En algunas estaba riendo, en otras estaba seria. A veces miraba a la cámara, otras escondía el rostro. Una había sido tomada mientras dormía.

Emma sintió que el corazón se le encogía cuando se reconoció a sí misma en las fotos, mucho más joven. Reyhan se las había sacado mientras estaban saliendo y después de haberse casado.

Bajo las fotos había algunos recuerdos de sus citas, todas las notas que ella había escrito… y varios informes de una agencia de detectives. Reyhan la había contratado para seguirle la pista durante los primeros meses que estuvieron separados. Obviamente había querido saber que ella estaba bien. Unas cuantas fotos habían sido incluidas en los informes, y estaban tan desgastadas como las páginas del dossier.

– No lo entiendo -susurró. ¿Por qué había hecho eso Reyhan? ¿Por qué lo había conservado todo?

Si hubiera sido cualquier otro hombre, Emma habría pensado, y esperado, que se preocupaba de ella. Pero no. Era el príncipe Reyhan de Bahania, y no se permitía sentir preocupación ni afecto por nadie.

¿O quizá sí? Emma se sentó en el suelo y examinó detenidamente los informes. Reyhan era orgulloso. No entregaba su corazón fácilmente. ¿Acaso había sentido algo por ella y ella no había entendido la profundidad de sus sentimientos? Reyhan no era la clase de hombre que se casara por capricho. La había elegido a ella… sólo a ella. Y si ahora quería el divorcio no era porque amase a otra mujer, sino porque así podría casarse por conveniencia y tener herederos. No quería volver a enamorarse… ¿quizá porque aún seguía enamorado de ella o porque la primera vez las cosas habían acabado muy mal?

Pensó en todo lo que había pasado tiempo atrás. En cómo se había escondido de él, como una niña temerosa de ser castigada. En cómo había dejado que sus padres la convencieran de que él no la quería.

Ahora decía ser una mujer muy distinta a aquella joven asustada, pero ¿estaba dispuesta a luchar por lo que quería? Si amaba a Reyhan necesitaba decírselo. Si quería una oportunidad para que su matrimonio funcionara, tendría que luchar por él.

Dejó el informe y se puso en pie. No iba a esperar ni un segundo más. Los dos se pertenecían mutuamente y ella iba a hacer que Reyhan lo viera. No importaba cuánto tiempo le llevase.

Corrió escaleras abajo. Al llegar a la planta baja, lo llamó a gritos y lo buscó por todas partes. Al irrumpir en el dormitorio que habían usado, lo vio salir del cuarto de baño.

Sólo llevaba una toalla envuelta a la cintura y el vendaje. A Emma se le hizo un nudo en la garganta al recordar la última vez que habían estado así, cuando él la rechazó. Decidida a no dejarse vencer por el miedo al rechazo y al orgullo de Reyhan, se irguió y lo encaró.

– Tenemos que hablar -le dijo.

Los ojos de Reyhan ardieron con un fuego que ella reconoció, haciéndola estremecerse.

– No.

La respuesta no la asustó. Reyhan no iba a salirse con la suya… ya no. Aquello era demasiado importante como para dejar que su orgullo ganase. Si de verdad no la amaba, Emma tendría que pasar por el momento más humillante de su vida, pero tenía que arriesgarse si quería conseguirlo todo.

– Sé que me deseas -dijo, atravesando la habitación para detenerse frente a él.

– El deseo no significa nada -replicó él, dándole la espalda-. Es sólo una reacción.

– ¿Una reacción a todas las mujeres o sólo a mí? – se acercó por detrás y le puso las manos en los hombros desnudos-. ¿Qué ocurre cuando te toco, Reyhan? Sé lo que me ocurre a mí. Mi interior se derrite y todo mi cuerpo se estremece por un deseo que apenas puedo controlar -le acarició la columna-. Mi respiración se acelera y las llamas prenden por todas partes.

Reyhan tenía la piel suave y los músculos inflexibles, pero cuando los dedos de Emma llegaron al borde de la toalla, se estremeció.

– Eres tan hermoso y fuerte… -murmuró ella, y le dio un beso en la espalda-. ¿Soy sólo yo? Dímelo.

Él se giró con un rugido que podría haber sido de furia o de pasión, o quizá de ambas cosas. La agarró y tiró de ella hacia él, sin preocuparse por su herida de bala.

Emma también estaba más que dispuesta a ignorar la herida, y recibió el beso de Reyhan con una pasión voraz. No hubo besos preliminares ni dudas. Él tomó posesión de su boca y presionó los labios contra los suyos con tanta fuerza que la hizo arquearse contra él.

Más, pensó ella frenéticamente mientras se aferraba a él y le devolvía el beso. Lo quería todo.

La lengua de Reyhan le envolvió la suya mientras él intentaba quitarle la ropa. Emma sólo llevaba una camiseta y unos vaqueros, pero suponían demasiado obstáculo cuando todo lo que tenía que hacer era tirar de la toalla para desnudarlo.

Y entonces él estuvo desnudo y ella no se preocupó más por su propia ropa. No cuando podía deslizar la mano entre ellos y tocar su erección.

Cuando sus dedos se cerraron en torno al miembro, él gimió y maldijo en voz baja.

– ¡Quítate esta maldita ropa! -exigió.

Ella lo miró a los ojos y se rió suavemente.

– ¿Tan impaciente estás?

– Me moriré si no te tengo ahora mismo.

– Bien. Porque así es exactamente como me siento yo.

Se quitó la camiseta y las sandalias mientras él le desabrochaba los vaqueros. Lo siguiente fue el sujetador, y por último las braguitas.

Al segundo siguiente Emma estaba en la cama y Reyhan encima de ella.

– Te deseo -murmuró él con voz jadeante-. Emma, te necesito.

Un deseo incontrolable tensaba su rostro. Emma sintió su necesidad, porque era la misma que sentía ella. Entendía el dilema de Reyhan, incluso mientras le agarraba el miembro y lo guiaba hacia su interior.

– No estás lista -protestó él, intentando resistirse.

– Sí, lo estoy -respondió con plena seguridad. Estaba caliente, húmeda y dispuesta.

Entonces él la penetró con facilidad y los dos gritaron a la vez. En pocos segundos estaban envueltos en un torbellino de emociones y pasión. Ella tiraba de él, deseando que llegara a lo más profundo de su ser, y él la besaba en los ojos, las mejillas y la boca. A medida que el orgasmo se aproximaba, Emma lo rodeó con las piernas y tuvo que interrumpir el beso para tomar aire.

– Reyhan -susurró sin aliento, un segundo antes de que su cuerpo se tensara y se retorciera, sacudido por la liberación absoluta.

Él continuó empujando una y otra vez hasta que los temblores cesaron. Sólo entonces gritó él también su nombre y se quedó inmóvil.

Emma cerró los ojos y se relajó en sus brazos. Su deseo por él no se había apagado; tan sólo se había intensificado. Ahora quería que estuvieran conectados emocionalmente, tanto como físicamente.

Reyhan se apartó y se tumbó de espaldas, tirando de ella para tenerla sobre el pecho.

– No deberíamos haberlo hecho -dijo él mientras le acariciaba el pelo.

– Porque te preocupa que pueda quedarme embarazada.

– Es una probabilidad a tener en cuenta. Si se juega con fuego, uno acaba quemándose.

Esa probabilidad ya había sucedido. Emma sintió que retrocedía en el tiempo y de repente se vio con dieciocho años, llorando en su habitación, sola. El dolor la embargaba, pero no provenía de una fuente física. Sufría por estar sola y perdida, y por temer que jamás encontraría su camino.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó él-. Veo la tristeza en tus ojos.

Ella nunca había estado segura si debía decírselo. ¿De qué serviría? Pero ahora quería que lo supiera. No para hacerlo sentirse culpable, sino para que la comprendiera.