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– Ya me quedé embarazada una vez -susurró-. En nuestra luna de miel.

Se preparó para recibir la reacción violenta de Reyhan. No creía que se pusiera furioso, pero sí le haría muchas preguntas, y tal vez incluso acusaciones. Pero Reyhan permaneció tumbado, acariciándole el pelo y con la otra mano detrás de la nuca.

– ¿Qué ocurrió?

Era una pregunta muy simple, pero fue como si se hubiera abierto una puerta escondida. Emma sintió cómo se le estremecía el corazón, mientras los recuerdos salían a la luz por primera vez en seis años.

– El médico dijo que no era extraño perder un bebé en las primeras semanas de embarazo, especialmente en una mujer joven. Dijo que era el modo que tenía la naturaleza de hacer las cosas bien -parpadeó para reprimir las lágrimas, pero éstas resbalaron por sus mejillas-. Estaba tan angustiada cuando te fuiste que me encerré en mi habitación, en casa de mis padres, y estuve llorando durante dos semanas. Siempre me he preguntado si nuestro hijo no pudo soportar que su madre estuviera siempre triste y que por eso eligió no nacer.

– ¿Te sientes responsable por lo sucedido?

Ella asintió.

– Entiendo -dijo él, acariciándole la mejilla-. Tal vez nuestro hijo no quería a un padre que desapareciera sin decir palabra.

– Tú no tienes nada que ver con la pérdida del bebé.

– Ni tú tampoco -respondió él, mirándola a los ojos-. Entonces, fue por eso por lo que te negaste a verme. Estabas demasiado afectada.

– En parte sí. Y también estaba avergonzada. Y asustada. Temía que te enfadaras conmigo.

Él la abrazó y la besó con dulzura.

– Jamás -le susurró-. Ahora sé que no te habría dejado atrás cuando murió mi tía. Debería haberte traído conmigo.

– No creo que eso hubiera ayudado. Ni tú ni yo podríamos haber manejado la situación.

Él esbozó una media sonrisa.

– ¿Y crees que puedes manejarla ahora?

– Sí.

– ¿Qué te hace estar tan segura?

– Porque antes no sabía por qué te habías casado conmigo. Era joven e inexperta, y no sabía cómo complacer a un hombre. Pero ahora todo es diferente.

El humor se esfumó del rostro de Reyhan, que empezó a levantarse. Ella le puso las manos en los hombros, intentando retenerlo.

– Reyhan, no. Tenemos que hablar de ello.

– No hay nada que decir.

– Podríamos estar hablando toda la vida y nunca podrías decir todo lo que hemos perdido. Reyhan, ¿por qué nunca me dijiste que me querías?

Él la agarró por la cintura y la apartó. Entonces se sentó en la cama. El simple movimiento le dijo a Emma que lo estaba perdiendo otra vez.

– ¿Por qué te cuesta tanto admitirlo? -le preguntó desesperadamente-. ¿No me lo dijiste porque era una cría inmadura? Sé que no podía ser tu pareja entonces, pero ahora las cosas son distintas. Los dos somos distintos. En aquel tiempo me amabas. ¿No puedes quererme un poco ahora?

Él no habló ni se movió. Ni siquiera parecía estar respirando.

Aterrada, y sin saber cómo convencerlo, principalmente porque no entendía contra qué estaba luchando ella misma, intentó hablarle desde el corazón.

– No sé lo que sentía en aquel entonces. Era una niña. Fantaseaba sobre el amor y el matrimonio y sobre cómo sería mi marido. Tú me rescataste aquel día y no sé si te vi como a una persona de verdad. Me parecías más un superhéroe o algo así. Pero ahora puedo ver al hombre, y veo que es una persona buena y noble – se apoyó contra la espalda de Reyhan y le rodeó los hombros con los brazos-. Eres orgulloso, y a veces irritante, pero puedo vivir con eso. Quiero quedarme aquí contigo. Quiero que sigamos casados, que nos amemos el uno al otro y que tengamos hijos – hizo una pausa y tragó saliva antes de confesar su más íntimo secreto-. Estoy enamorada de ti.

Reyhan sintió cada palabra. Lo traspasaban como cuchillos. El día anterior apenas había sentido dolor al recibir el disparo, pero ahora, con Emma, se desgarraba por dentro.

Amor. Habría vendido su alma sólo por oír esas palabras en boca de Emma. Pero ¿entonces qué? ¿Quién sería él si sucumbiera al amor y al deseo por aquella mujer? ¿Cómo podría ser fuerte? ¿Cómo podría ser un hombre si se dejaba controlar por una mujer?

– ¡No! -Exclamó, poniéndose en pie-. No me ames. Yo no podré amarte. Otra vez no. No volverá a dominarme el deseo. No volverás a ocupar mi cabeza y consumir hasta el último aliento de mi cuerpo. No volveré a ser débil por lo que siento por ti.

La miró furioso, pero ella no se inmutó. Se limitó a mantenerle la mirada con todo el amor que era capaz de sentir.

– No tiene por qué ser así -dijo ella finalmente, levantándose y quedando desnuda ante él. Su larga melena le caía por los hombros y le acariciaba los pechos-. Podemos apoyarnos mutuamente. Un equipo es mejor que un solo hombre. Quiero hacerte feliz, Reyhan. Quiero ser la única persona en el mundo a quien puedas confiarle todo, y yo quiero confiar en ti del mismo modo.

Él sabía lo que le pedía y lo que quería. Y sabía la verdad: era mejor estar solo y seguro. Tenía que marcharse.

Se dispuso a hacerlo, pero antes se permitió mirarla por última vez. Contempló su hermoso rostro, sus ojos ligeramente inclinados y su exuberante boca. Memorizó el sonido de su risa y cómo fruncía el ceño cuando estaba enfadada. Y recordó su pelo recogido en alto, como lo había llevado en la recepción oficial en palacio.

Entonces bajó la mirada hasta sus pechos, hacia aquellos pezones endurecidos que lo llamaban como una sirena. Miró su estrecha cintura y sus redondeadas caderas. Se sintió mal al pensar en el bebé que habían perdido, y en lo que ella había sufrido en soledad.

Un hijo, pensó con pesar. O una preciosa niña que ahora tendría cinco años y que correría por los pasillos de palacio y a la que él querría con todo su corazón.

Estando allí de pie y desnudo, con la luz del sol inundando la habitación, Reyhan sintió el peso de todo lo que había perdido al abandonar a Emma. Era un peso demasiado grande, imposible de soportar, y se dobló por las rodillas.

Emma estuvo a su lado en un instante.

– No dejes que me vaya -le rogó-. Se nos ha concedido una segunda oportunidad. ¿Es que no ves el privilegio tan extraño y valioso que tenemos?

Él se aferró a ella, porque ella era lo que siempre había sido. Su salvación. Había intentado vivir sin ella. Se había convencido de que un mundo frío y gris era el lugar más seguro, pero eso no era vida. Sólo era una mera existencia que ofendía a aquellos valientes que luchaban por lo que querían.

– Soy un hombre humillado por una mujer -dijo, y tomó su rostro en las manos para besarla.

– Soy yo la que ha sido humillada -respondió ella, besándolo a su vez-. Te amo, Reyhan.

– Y yo a ti. Te amo desde el primer momento en que te vi.

Él la tomó en brazos y la llevó a la cama, donde se enredaron con las sábanas.

– Quédate conmigo. Ámame. Sé la madre de mis hijos. Trabaja a mi lado. Llena mis noches y mi corazón.

A Emma se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Sí. Así será. Por siempre.

Había mucho que discutir, pensó ella mientras se fundían en un abrazo de pasión. Dónde vivirían, si allí o en el palacio rosa. Con qué frecuencia visitaría ella a sus padres en Texas. Qué iba a decir Reyhan cuando ella le dijera que abandonaba su trabajo por él, pues seguro que encontraría otra manera de usar su experiencia como enfermera.

Y por último, y lo más importante, cuándo le hablaría de la diminuta vida que estaba creciendo en su interior. Sabía, con la profunda certeza que había acompañado a las mujeres desde el amanecer de los tiempos, que aquella mañana habían concebido un bebé. Un hijo que sería el primero de muchos. La promesa de que se amarían para siempre con un amor tan inmenso e imperecedero como las arenas del desierto, el lugar ideal para el amor.