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Emma quería pedirle lápiz y papel para anotar toda aquella información.

¿Reyhan, un príncipe de Bahania? ¿Era posible? Y si lo era, ¿por qué se había casado con ella?

– ¿Sabes…? -Empezó a preguntar, pero tuvo que aclararse la garganta-. Hubo una boda hace unos años. Pensaba que tal vez… Mis padres contrataron a un abogado, que concluyó que el matrimonio no era real.

Cleo le dio una palmadita en el brazo.

– Lo siento. Por lo que he oído, es muy real. Estás atada y bien atada a Reyhan. Y él es igual que su hermano. Chapado a la antigua con esa presunción principesca, siempre exigiendo respeto y veneración… Oh, por favor. Bueno, puedo pasar lo del respeto, pero ¿veneración? Eso sí que no.

Así que estaba casada. Con un príncipe. Ella.

– Esto no tiene sentido -susurró-. No lo entiendo. ¿Por qué Reyhan se había casado con ella y luego había desaparecido? ¿Y por qué de repente la había hecho ir hasta allí? ¿Quería casarse con otra mujer? La idea le produjo náuseas, pero tenía que saberlo. – ¿Está comprometido? Cleo negó con la cabeza.

– No es eso. Después de que Calah naciera, el rey decidió que era el momento para que Reyhan le diera más nietos. Fue entonces cuando se supo que había una señora Reyhan perdida por ahí.

Emma volvió a sentir que todo comenzaba a dar vueltas a su alrededor.

Cleo la agarró de la mano.

– Sigue respirando -le ordenó en tono jocoso-. Se supone que tengo que ponerte las cosas más fáciles, no peores.

– No es por ti -dijo Emma-. Es por todo. No puedo creer lo que está pasando.

– No te sorprendas tanto. Lo bueno es que el palacio es precioso y que Reyhan tampoco está mal. Si puedes obviar todo eso del honor y la tradición, verás que tiene mucho sentido del humor. ¿No te parece estupendo?

¿Estupendo? ¿Acaso insinuaba que Emma tendría que pasar tiempo con él?

Sacudió la cabeza. Aquello no estaba sucediendo.

Era demasiado irreal.

Un hombre alto entró en la habitación portando un maletín negro.

– Doctor Johnson -lo saludó Cleo-. Aún hace visitas a domicilio.

– Así es, princesa Cleo -respondió él con una sonrisa-. Y lo seguiré haciendo.

Cleo se inclinó hacia Emma.

– El doctor Johnson es el médico de la familia real. Es muy bueno. Te gustará.

Emma miró los ojos azules del médico y sintió cómo su ansiedad se calmaba un poco.

El doctor Johnson se sentó frente a ella y le tomó la mano.

– ¿Cómo se siente? He oído que se desmayó.

– No sé lo que me pasó -admitió ella-. Estaba bien, y de repente me había caído.

– El príncipe Reyhan me ha puesto al corriente – dijo él, soltándole la muñeca-. Su pulso es normal. ¿Se le nublado la visión desde que recuperó la conciencia?

– No.

– ¿Habla con coherencia? -le preguntó el médico a Cleo.

– Sí. Está un poco noqueada, pero ¿quién puede culparla, dadas las circunstancias?

El doctor emitió un débil gruñido y sacó un esteacopio del maletín. Quince minutos después declaró que Emma estaba exhausta y un poco deshidrataba, pero nada más. Le dio algo para ayudarla a dormir y le dijo que volvería a examinarla al día siguiente.

– Se sentirá mucho mejor por la mañana -le prometió mientras se dirigía hacia la puerta.

Emma lo vio marcharse y luego asintió cuando Cleo se excusó para volver junto a su pequeña. Cuando se quedó sola, pasó la mirada por la lujosa suite y contempló la vista del océano.

Por mucho que quisiera creer al doctor Johnson, tenía el presentimiento de que la noche no iba a cambiar nada su situación.

Reyhan no quería hablar con su padre, pero el aviso que le transmitieron le hizo ver que no era un ruego sino una orden, de modo que se presentó en los aposentos privados del rey y se puso a pasear por el salón mientras intentaba sortear a media docena de gatos.

– ¿Qué piensas ahora que la has visto? -le preguntó su padre.

– Que Emma no debería haber venido. Se puede arreglar un divorcio sin su presencia.

– Me desafiaste al casarte con esa mujer. Seis años han pasado sin que ni siquiera la hayas mencionado. Quiero saber por qué.

Reyhan no tenía respuesta para ello, ni tampoco quería improvisar ninguna. Se acercó a la ventana y contempló los jardines. Volver a verla había sido peor de lo esperado.

Su padre se levantó y se acercó a él.

– Eres hijo mío y un príncipe -le dijo-. Y como tal, no se te permitía casarte sin mi consentimiento. Pero el mal ya está hecho. Antes de aprobar tu divorcio, quiero conocer a esta joven. Dos semanas, Reyhan. No creo que sea pedir demasiado.

Reyhan reconocía que la petición de su padre era razonable, y sin embargo habría dado lo que fuera con tal de mantenerse lejos de Emma.

Asintió y se dirigió hacia la puerta.

– Discúlpame, padre. Tengo que acudir a una reunión.

El rey asintió y Reyhan se marchó. Mientras se encaminaba hacia el ala administrativa de palacio, se preguntó cómo iba a soportar los próximos catorce días. Había mucho en lo que ocupar su tiempo: negociaciones por el petróleo, ocuparse de un pequeño grupo de rebeldes, revisar la lista de novias potenciales… Pero sabía que nada de eso le ocuparía la mente. Un único pensamiento lo atosigaba. Emma. El tiempo que habían estado separados no había conseguido borrar su necesidad por ella. Seis años atrás ella había sido su gran debilidad, y lo seguía siendo.

Se detuvo en la puerta de su despacho. Nadie lo sabría nunca, se prometió a sí mismo. Desearla y necesitarla casi lo había destruido en una ocasión. No volvería a pasar. En dos semanas, el rey les concedería el divorcio, ella se marcharía y él permanecería impasible. Que tuviera que vivir sin ella eran sólo una consecuencia insignificante. Había sobrevivido a eso demasiado tiempo, y podría sobrevivir el resto de sus días. Sobrevivir, no vivir. Se recordó a sí mismo que, en la mayoría de las veces, la supervivencia era más que suficiente.

Capítulo 3

Emma se despertó y confirmó que, a pesar de la promesa del médico, nada había cambiado ni mejorado durante la noche. Se sentó en la inmensa cama y se abrazó las rodillas al pecho. Recordaba que el médico le había recetado algo para dormir, haberse puesto el camisón y haberse desplomado en la cama. Y nada más.

Lo bueno era que se sentía más descansada. Lo malo… ¿Por dónde empezar? Había estado realmente casada con Reyhan durante todos esos años. Estaba en Bahania y él era el hijo del rey.

Sacudió la cabeza para despejarse. Se tomaría unos minutos para orientarse y luego se ocuparía del sinsentido que era su vida.

Se levantó y los dedos de los pies se le enroscaron en la alfombra, tan gruesa que podría servir como colchón. La habitación estaba decorada con tonos amarillos y azules, y el mobiliario era de madera oscura y tallada. Había un televisor, un reproductor de DVD y un amplio surtido de películas, así como una lista detallada de los numerosos canales vía satélite.

– Increíble -murmuró mientras acariciaba los pájaros y flores tallados en el mueble.

La habitación era tan grande como una casa de tres dormitorios en Dallas, y recordaba que el salón era igualmente enorme. Nerviosa, entró en el cuarto de baño.

«Inmenso» no era suficiente para describirlo. Su apartamento entero podría haber cabido en él, y seguiría sobrando espacio. La longitud del tocador de mármol era dos veces la de la encirnera de su cocina. La bañera tenía chorros de hidromasaje y podría servir como piscina en un parque acuático. Además había un plato de ducha con mamparas de vidrio, toallas del tamaño de sábanas y todas las cosas que una mujer podría necesitar en un cuarto de baño.