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Se movió lentamente en círculos e intentó imaginar cómo sería vivir en un sitio así permanentemente ¿sería posible acostumbrarse a tanto lujo?

Veinte minutos más tarde, se había duchado y lavado la cara. Tras vestirse y maquillarse, volvió al dormitorio y terminó de deshacer el equipaje. Después no le quedó otra cosa que hacer salvo explorar el resto la suite y pensar en lo que iba decirle a Reyhan cuando lo viera.

A la luz del día sabía que su relación con Reyhan era algo más de lo que sus padres le habían dicho seis años antes, cuando regresó a casa con el corazón destrozado. Pero ¿qué?

Salió del dormitorio y entró en el salón de la suite.

Los postigos estaban abiertos, ofreciendo una vista tan maravillosa del océano, el cielo y las copas de los árboles que Emma no se percató de la presencia de Reyhan. Pero cuando se volvió, lo vio sentado junto a la gran mesa del rincón. Estaba leyendo el periódico y él tampoco la había visto.

Su primer pensamiento fue volver corriendo al dormitorio, pero antes de que sus pies pudieran moverse, se sorprendió al quedarse inmóvil contemplando a Reyhan.

Era arrebatadoramente atractivo, pensó mientras recordaba cómo su aspecto la había fascinado la primera vez que se conocieron. Llevaba el pelo muy corto y sus fuertes pómulos enfatizaban la dureza de sus rasgos. Tenía las cejas juntas en una expresión severa, lo que le daba un aspecto intenso y peligroso. Emma recordó cómo siempre que estaba a su lado se sentía estúpida e incapaz de hablar, y esa sensación volvió a invadirla de lleno.

Puso una mueca al recordar cómo lo había acusado de querer casarse con ella para conseguir un permiso de residencia. Era un miembro de la familia real de Bahania. Podía moverse a sus anchas por el mundo. Y en cuanto a querer llevársela a la cama… Emma tenía sus dudas. La experiencia había sido un desastre, y tras un par de noches Reyhan no había vuelto a buscarla.

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí? -Le preguntó él sin levantar la vista del periódico-. Te he pedido el desayuno, Emma. Ayer no comiste nada al llegar a palacio. No quiero que te pongas enferma.

Dejó el periódico y la miró. Su oscura y penetrante mirada pareció traspasarla.

– ¿Tienes miedo de mí? -Preguntó con una ceja arqueada-. Te juro que nunca he atacado antes de las diez o las once de la mañana. No es civilizado.

Emma miró el viejo carillón que había junto a la puerta.

– ¿Entonces estoy a salvo durante otros noventa minutos?

– Al menos.

Reyhan se levantó y apartó una silla. Sin saber qué otra cosa podía hacer, Emma se sentó y vio cómo él destapaba los platos que había en el aparador.

– ¿Qué te gustaría tomar?

– ¿Vas a servirme? -preguntó ella, parpadeando con asombro.

– Eres mi invitada. He enviado fuera a la criada, para que sólo estemos tú y yo.

¿Estaba insinuando que ella era su responsabilidad? Reyhan siempre había tenido unos modales asombrosos, y parecía que eso no había cambiado.

Emma se levantó y se acercó al aparador para examinar el surtido de alimentos. Había huevos, beicon, nata fresca, cruasanes, galletas y cereales.

– No puedo comerme todo esto -dijo.

– Yo te ayudaré -respondió él-. Por favor, empieza.

Ella tomó uno de los platos apilados a la izquierda, cuando se inclinó hacia delante, Reyhan se movió y le rozó el brazo con la mano. El repentino calor la hizo temblar y le puso la carne de gallina. Descubrió que quería tocarlo de nuevo, acercarse más a él y que también la tocara. Su mente se vio invadida por un montón de imágenes eróticas, y antes de saber lo que había pasando, notó que le costaba respirar.

Todo sucedió en cuestión de segundos. Enseguida recuperó la compostura, vio la expresión amable de Reyhan y se retiró rápidamente.

Aquello no le gustaba, pensó frenética. No le gustaba nada cómo su corazón se desbocaba cada vez que él estaba cerca. No le había ocurrido antes. Reyhan la intimidaba tanto como la intrigaba.

Se sirvió unos huevos en el plato, junto a un poco de fruta, galletas y mantequilla, y volvió a la mesa a servir café para ambos. Reyhan esperó a que se sentara para sentarse él.

– ¿Has dormido bien?

– Sí, gracias.

– El doctor Johnson no cree probable que vuelvas a desmayarte. Opina que fue la falta de sueño y comida, junto a una pequeña deshidratación y el shock por volver a verme -dijo Reyhan, mirándola fijamente-. De haber sabido que reaccionarías así, te habría avisado con más tiempo. No era mi intención hacerte perder el conocimiento.

– Imagina lo que podrías conseguir si fuera tu intención -repuso ella.

Vio que volvía a arquear una ceja, pero se negó a dejarse intimidar, a pesar de querer encogerse de vergüenza y disculparse. Se concentró en el desayuno y hundió el tenedor en un trozo de mango. La tensión sexual se propagó por la habitación como una neblina erótica, pero Emma estaba decidida a ignorarla.

Tal vez siempre había reaccionado igual ante Reyhan pero nunca había sido consciente de ello. Tal vez cuando se conocieron había existido la misma poderosa atracción física, pero había sido demasiado joven e inocente para reconocerla. Lo único que había sabido en aquel tiempo era que lo amaba y temía con la misma intensidad. Era sorprendente que hubiese encontrado la fuerza para dejarlo.

Entonces recordó que no había sido ella quien lo había dejado. Había sido él quien la había abandonado, y ella quien se había refugiado en casa de sus padres. Ni siquiera había tenido el valor para decirle que no quería volver a verlo… aunque él tampoco se había esforzado mucho en contactar con ella.

– ¿A qué se debe ese suspiro? -le preguntó él.

– ¿He suspirado? No era mi intención.

– Estabas pensando en el pasado, ¿verdad?

– Me parece algo lógico en lo que pensar.

– Hablemos de ello -dijo él, asintiendo.

¿Había sido una declaración o una orden?

– ¿Y si no quiero?

La boca de Reyhan se torció en una mueca de regocijo.

– ¿Me estás desafiando?

– ¿Eso me va a costar cincuenta latigazos o permanecer encerrada en la torre?

– Nada tan aburrido -dijo él sorbiendo el café-. ¿Por qué no quieres hablar de lo nuestro?

– Supongo que será por instinto de protección – respondió ella encogiéndose de hombros-. Mis padres siempre me estaban protegiendo. Me costó mucho ganar mi independencia, y me pongo en guardia cuando alguien me da órdenes.

– Entiendo.

– Pero tienes razón. Tenemos que hablar de lo que ocurrió y de lo que va a ocurrir. Él asintió ligeramente.

– Si ése es tu deseo…

– Te estás burlando de mí.

– Me asusta tu voluntad de hierro.

Emma dudaba de que nada pudiera asustar a Reyhan. Y eso significaba que efectivamente se estaba burlando de ella. Interesante. No sabía que los príncipes reales tuvieran sentido del humor.

– ¿Crees que nuestro matrimonio fue real? -le preguntó él.

– No quiero creerlo, pero sí, lo fue. No tienes razón para mentir, y mi presencia aquí es prueba suficiente -se removió en la silla. Había estado casada durante seis años y no lo había sabido. Qué estúpida-. ¿Por qué te casaste conmigo? -le preguntó, sabiendo que no había sido por los motivos habituales. Había creído que Reyhan la había amado, pero su comportamiento demostraba lo contrario.

Reyhan masticó y tragó.

– Eras virgen -dijo tranquilamente-. De haberlo sabido, no te habría desflorado.

Al oírlo, Emma dejó caer el tenedor y se levantó de un salto.

– ¿Qué? -exclamó-. ¿Te casaste para acostarte conmigo? ¿Sólo se trataba de sexo?

– Siéntate, Emma. Estás exagerando.

Ella volvió a sentarse y le clavó la mirada, furiosa. No iba a permitir que nadie volviera a dirigir su vida.