Выбрать главу

Capítulo 4

Reyhan había esperado que el palacio le ofreciera el suficiente espacio para evitar a Emma, pero no había contado con las intromisiones de su padre. Ahora que el rey había delegado las tareas de gobierno en sus hijos, le quedaba demasiado tiempo libre para idear malvadas estratagemas con las que atormentarlos. Su nueva estrategia empezó con una invitación para que Reyhan y Emma cenaran con él.

Reyhan estudió el despreocupado e-mail. Sabía que las palabras «si te viene bien» eran sólo pura apariencia. Si se le ocurría negarse, su padre cambiaría la invitación por una orden expresa. Desafiar a un padre era sencillo. Desafiar a un rey era otra cuestión, especialmente cuando Reyhan necesitaba el permiso del monarca para el divorcio.

Por tanto, no le quedó más remedio que acudir a los aposentos privados de su padre aquella tarde, intentando no pensar en cómo podría sobrevivir durante varias horas en compañía de Emma.

Antes de que ella llegase, casi se había convencido a sí mismo de que todo era diferente. De que ya no sentía nada por ella, y de que aunque sintiera algo, ella ya no era la misma mujer. Pero habían bastado unos minutos con ella para reconocer que aún seguía teniendo poder sobre él, y que de algún modo conservaba aquella dulzura que una vez lo había cautivado.

Cuando llegó a la suite de su padre se puso firme. Era el príncipe Reyhan de Bahania. Real, poderoso y sin la menor debilidad. Sobreviviría a aquel encuentro y a lo que fuera, hasta que Emma saliese de su vida para siempre.

– Mi hijo -dijo su padre alegremente cuando Reyhan entró en el salón-. Cuánto me alegro de verte.

– Lo mismo digo, padre.

El buen humor del rey advirtió a Reyhan que su padre estaba tramando algo y que no debía bajar la guardia.

Se acercó al bar y se sirvió un whisky. Luego, fue hasta el sofá orientado hacia las puertas del balcón y se sentó lo más lejos posible del gato que descansaba en el cojín central.

– Emma llegará de un momento a otro -dijo su padre, acariciando al enorme gato persa que tenía en el regazo.

Reyhan se había ofrecido para escoltarla él mismo, pero el rey le había dicho que primero prefería hablar en privado con él, así que esperó pacientemente.

– Tu mujer es una joven muy guapa.

Reyhan asintió. Nunca había pensado en Emma como en «su mujer». De haberlo hecho, la habría reclamado, a pesar de los deseos de Emma por alejarse de él lo más posible. Habría querido poseerla, tomarla, estar con ella… Había sido más seguro para ambos estar separados por medio mundo. Se había obligado a pensar en ella sólo en contadas ocasiones, normalmente de noche, cuando no podía dormir y los sonidos del Mar de Arabia se confundían con los ecos de su voz aterciopelada.

– He organizado la cena de esta noche para poder conocerla -dijo su padre.

A Reyhan no le gustó cómo sonó eso.

– Se irá dentro de unos días.

– Hasta entonces, es mi nuera. Y ése es un parentesco importante.

Reyhan no supo si su padre lo decía en serio o si sólo intentaba crear problemas. Sobre la primera posibilidad no había más que recordar los lazos tan estrechos que mantenía con Cleo, la mujer de Sadik. Cleo pasaba mucho tiempo en compañía del rey. Si lo mismo sucedía con Emma, su padre tal vez no accediera al divorcio. Y Reyhan sabía que no podía seguir casado. No con ella. No con aquel deseo abrasándolo por dentro.

Antes de que se le ocurriera alguna razón para alejar a Emma de su padre, se oyeron unos golpes en la puerta. Reyhan se levantó y se preparó para el impacto que supondría volver a verla.

– Adelante -respondió el rey en voz alta.

Una joven empujó la puerta, entró e inclinó la cabeza. Emma la siguió y se detuvo, insegura.

Reyhan dejó su vaso y se acercó a ella. Mientras se aproximaba, se fijó en el vestido verde esmeralda que se ceñía a sus sensuales curvas, en el elegante peinado de sus cabellos rojizos y en el maquillaje que realzaba sus ojos y su boca. Emma no necesitaba ningún complemento para parecer hermosa, y sin embargo el resultado hacía lucir aún más su belleza natural.

Las llamas del deseo se avivaron en su interior. Reyhan intentó ignorarlas y se concentró en la excitación y la aprensión que reflejaban los verdes ojos de Emma, cuya tímida sonrisa expresaba la lucha entre las dos emociones.

Cuando se detuvo junto a ella, la tomó de la mano. En cuanto los dedos se cerraron en torno a los suyos, la punzada que sentía en el pecho se agudizó hasta hacerse insoportable. Ignorando el doloroso deseo, se puso la pequeña mano de Emma en el pliegue de su brazo y la condujo hacia su padre, que dejó el gato y se levantó.

– Padre, ésta es la princesa Emma, mi mujer. Emma, te presento al rey Hassan de Bahania.

Sintió cómo ella se ponía rígida al oír la palabra «princesa» y se preguntó si se habría parado a reflexionar sobre cuál era su posición allí. Mientras estuvieran casados, ella era miembro de la familia real.

– Encantado -dijo el rey mientras tomaba la mano libre de Emma para besarla-. ¿Te gustaría beber algo? ¿Champán? Deberíamos brindar por este momento.

– No… no me apetece nada. Gracias. El rey la apartó de Reyhan y la hizo sentarse en el sofá, junto al siamés que estaba durmiendo. Él se sentó en el extremo opuesto, mientras que Reyhan ocupó el sillón, desde donde podía observar el perfil de Emma, la línea esbelta de su cuello, la longitud de sus brazos desnudos… Y mientras la observaba, recordó las noches que habían pasado juntos. Cómo se había sentido ella cuando él la tocaba. Su sabor al besarla. La tensión y humedad de su cuerpo virginal cuando la hizo suya por primera vez.

Las imágenes tuvieron el resultado esperado, por lo que se vio obligado a cambiar de postura en el sillón. Tenía que acabar con aquellos pensamientos, se dijo. El recuerdo de lo que fue y no volvería a ser sólo podía provocarle sufrimiento físico.

– Háblame de ti -dijo el rey-. ¿Eres de Texas?

Emma asintió.

– De Dallas. Allí he vivido casi toda mi vida, salvo cuando fui a la universidad.

– ¿Tienes hermanos y hermanas?

– No. Mis padres desistieron de tener más hijos después de que yo naciera -respondió con una sonrisa-. Fui una sorpresa para ellos.

La dulce curva de sus labios golpeó a Reyhan como un puño en la garganta. Intentó relajar los músculos y respiró hondo. Emma se marcharía pronto y él podría olvidarse por completo de su existencia.

– Una grata sorpresa -dijo el rey.

– Así es -afirmó Emma, riendo-. Mis padres me dejaron muy claro lo mucho que me adoraban – su expresión se ensombreció ligeramente-. Fueron extremadamente protectores.

– E hicieron bien. Una hija como tú es un tesoro extraordinario.

– Gracias -murmuró ella inclinando la cabeza.

Reyhan vio el ligero rubor de sus mejillas. De modo que aún seguía ruborizándose… Cuando se conocieron, todo lo que él hacía la ponía colorada, ya fuera un cumplido, un beso o un susurro de deseo.

Emma había sido la mujer más inocente que él había conocido en su vida.

– En cualquier caso, me lo pusieron muy difícil para tener una vida propia -siguió ella-. Los quiero mucho, como es natural, pero había muchas cosas que quería hacer -su voz se tornó melancólica-. Fueron muy estrictos en cosas como los bailes del instituto y las citas.

El rey arqueó las cejas y Reyhan se apresuró a intervenir.

– Muchos institutos occidentales celebran bailes para los estudiantes.

– Una costumbre peligrosa -observó el rey-. Ahora sabes por qué te envié a Inglaterra para completar tus estudios.

– A un internado masculino -replicó Reyhan secamente-. Fue muy emocionante.

Emma lo miró y sonrió, y por un breve instante se produjo una conexión entre ambos. Reyhan casi pudo ver las chispas que saltaban y sintió cómo subía la temperatura.