Él la deseaba con cada célula de su ser, pero incluso más que eso.
– Reúnete conmigo dentro de una hora -dijo él, interrumpiéndola en mitad de una frase.
– ¿Perdona? -parpadeó ella.
– Reúnete conmigo dentro de una hora delante de vuestra oficina -repitió. Miró la minifalda y la camiseta ceñida-. Tráete una chaqueta.
– Tengo clases. Tengo otros alumnos que…
Él la calló poniéndole un dedo en los labios.
– Por favor -dijo-. Quiero enseñarte una cosa.
Capítulo 5
Billie fue a la entrada de la oficina de los Van Horn, como Jefri le había pedido. Incluso llevaba una chaqueta, aunque no sabía cómo reaccionar ante aquella situación. Todavía estaba pensándolo cuando Jefri detuvo un Jeep descapotable a su lado y la invitó a subir.
– Sé que eres el príncipe y todo eso – dijo ella, montando -, pero eso no les importa a los demás alumnos. Tengo una responsabilidad con ellos, y no puedo desaparecer de repente sin avisar.
Jefri sonrió y atravesó el aeropuerto.
– Claro que puedes. Te prometo que ninguno de ellos se quejará.
– Porque la fuerza aérea está bajo tu mando, ¿no?
– Sí.
Era evidente que no estaba logrando comunicarle el mensaje.
– El poder debe utilizarse para hacer el bien, no el mal.
Los ojos oscuros se arrugaron por los extremos.
– Te prometo que hoy no pasará nada malo.
– No sé si eso es suficiente.
– Tendrás que confiar en mí.
Pero ella no estaba preparada, al menos no por completo. Jefri era un hombre que no soportaba perder y las derrotas que Billie le infringía una y otra vez podían traer problemas. Lo malo era que no sabía qué hacer. Normalmente, aceptaba la situación sin darle más importancia, pero con Jefri…
Si no la hubiera besado tan maravillosamente nada de eso importaría. O si los latidos de su corazón no se dispararan cada vez que lo veía.
– Dejar de pensar -dijo él-. Estás aquí para disfrutar y dejarte impresionar.
– Esto no tiene nada que ver con volar, ¿verdad? -preguntó ella-. Porque no es un buen tema para impresionarme.
El sonrió.
– Ya veremos.
Quizá podía fingirlo, se dijo, mientras rodeaban los hangares de Bahania Air y se dirigían hacia una inmensa nave. Jefri detuvo el vehículo junto a la puerta.
– Cuando te bajes, quiero que te tapes los ojos.
Billie lo miró.
– No es precisamente mi estilo.
– Por favor. Quiero que sea una sorpresa.
Y ella quería volver a verlo sonreír.
– Está bien.
Billie se apeó y se cubrió los ojos con una mano. Jefri le tomó la otra mano y la llevó al interior del edificio.
– No te muevas -dijo, haciéndose a un lado.
Billie oyó unos pasos y el ruido de unos interruptores.
– Ahora -dijo él.
Ella abrió los ojos y miró a su alrededor. La exclamación que escapó de su garganta no tuvo que ser fingida. Era muy sentida.
– No puede ser -dijo, en voz baja.
El hangar estaba lleno de aviones antiguos restaurados. Había un Tiger Moth, un Fokker, incluso un Spitfire. Billie sintió una presión en el pecho que apenas la dejaba respirar.
– No puedo creerlo -jadeó-. ¿Son tuyos?
– Es una parte de mi colección -dijo él, dirigiéndose hacia las inmensas puertas del hangar, donde pulsó un botón.
Las puertas empezaron a abrirse.
– Algunos están en el Museo Nacional, y otros participan en exhibiciones aéreas.
Jefri se acercó a ella y le tomó la mano. Después la llevó hacia el Tiger Moth.
– Ahí tienes gafas y auriculares -la informó él, señalándole una mesa junto al avión.
Billie abrió la boca, incrédulo.
– ¿Vamos a pilotarlos?
– Claro -sonrió él-. Todos funcionan perfectamente.
– Hmmm… yo… tú.
Estaba tan perpleja que no podía hablar. Mejor cerrar el pico, se dijo.
Rodeó el avión y acarició el fuselaje con las manos.
– Increíble -susurró.
– Toma.
Jefri le dio un casco de cuero y unas gafas. Billie se puso la chaqueta, y después el casco. Más complicado iba a ser subir a la cabina. Entre la distancia, la falda corta y las sandalias de tacón, sólo había una solución. Se descalzó y llevó los zapatos en una mano; después se metió las gafas en el bolsillo de la cazadora y por fin se encaramó hasta la cabina sin mirar hacia abajo. Seguro que había dado todo un espectáculo a Jefri, pero estaba demasiado contenta para pensar en ello.
– Es fabuloso -dijo ella, mientras él se sentaba detrás.
– Es mi favorito -reconoció él.
Dos hombres en monos grises retiraron los bloques de las ruedas y Jefri puso el motor en marcha. Mientras el avión avanzaba lentamente hacia la puerta, Billie estudió el sencillo diseño de la cabina, que sólo proporcionaba la información imprescindible.
Pero lo que le faltaba en tecnología lo compensaba con el placer de volar, pensó ella, mientras avanzaban por la pista y despegaban. La velocidad era muy inferior a la de los reactores que ella estaba acostumbrada a pilotar, pero ahora podía sentir el aire a medida que ascendían. Cuanto más ascendían, la temperatura era cada vez más fría, y se alegró de la cazadora. El aeropuerto fue haciéndose cada vez más pequeño.
– Toma. Prueba tú -dijo Jefri, desde atrás.
Billie tomó la palanca y probó la respuesta del viejo avión. Aminoró la velocidad, y después aceleró para hacerse con los parámetros antes de intentar unos cuantos círculos en el aire y un ascenso casi en picado.
– Reconócelo -gritó él desde atrás -. Estás impresionada.
Billie se echó a reír.
– Por supuesto que sí. Yo quiero uno.
– No son muy difíciles de encontrar.
Quizá no, pero ella vivía con la maleta a cuestas. A veces era incluso difícil conseguir una habitación con bañera. Aunque quizá mereciera la pena intentarlo.
Sobrevoló la ciudad. La vista era diferente a la del reactor. Ahora tenía tiempo para estudiar los distintos edificios y ver la ordenación urbanística de la ciudad, así como la clara línea de demarcación entre la civilización y el vacío del desierto.
– Creo que dejé los aviones pequeños demasiado pronto -dijo ella-. Estaba impaciente por volar cada vez más deprisa. Aunque no sé muy bien por qué.
– Estos eran muy potentes en su época -dijo él -. Fueron los que se utilizaron para hacer los mapas del desierto. Era demasiado peligroso a pie.
Una época diferente, pensó ella. Más sencilla.
– Me habría encantado hacer ese trabajo -dijo.
Claro que habría sido una mujer en un mundo de hombres, y probablemente una época mucho más difícil para las mujeres.
– Habrías corrido un grave peligro -dijo él.
– ¿En qué sentido?
Jefri se echó a reír.
– Entonces no estábamos tan civilizados. El harén estaba lleno de mujeres hermosas. Si hubieras volado sobre nuestro desierto, sospecho que te habrían detenido y te habrían entregado a mi bisabuelo como regalo.
– No sé muy bien qué pensar de eso.
– Habría sido un gran honor.
– ¿Ser una más entre mil? No, gracias – Billie dibujó un ocho en el aire-. ¿Sigue habiendo harén?
– Esa parte del palacio todavía existe, pero estaba vacío desde la época de mi abuelo.
– ¿No lo echas de menos?
Jefri se echó a reír.
– No necesito tener a mujeres cautivas para que estén a mi lado.
Eso ya se lo imaginaba, pensó ella. Sólo tenía que mover un dedo y seguro que las mujeres se le echaban encima. A ella le gustaba pensar que era diferente y que intentaría resistirse, pero sabía que estaba equivocada.
– Ve hacia el norte -dijo él -. Unos cincuenta kilómetros.
Billie colocó el avión en la ruta marcada. Abajo, varias carreteras atravesaban el desierto. Billie buscó indicios de tribus nómadas, pero no vio nada. Probablemente preferían instalarse en lugares más alejados.