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Unos minutos después, Jefri le indicó que girara hacia el este. Entonces Billie vio un pequeño oasis y lo que parecía una rudimentaria pista de aterrizaje.

– Lo hará solo -dijo él -. Déjalo ir descendiendo despacio.

Billie fue descendiendo hasta hacer aterrizar el aparato con suavidad, primero sobre las ruedas traseras. Una nube de polvo se levantó a su paso, y por fin el avión se detuvo.

– Bienvenida a mi paraíso particular -dijo él.

Billie se quitó las gafas.

– ¿De verdad es tuyo?

– Lo pedí cuando lo sobrevolé por primera vez, a los doce años. Nadie me ha disputado su propiedad, así que sí, es mío.

«Eso debe de estar bien», pensó ella, recogiendo los zapatos y saliendo de la cabina.

– Espera -dijo Jefri, y saltó él primero para ayudarla a bajar.

De pie en el suelo, Jefri abrió los brazos.

Ah, qué dura era la vida de una piloto de reactores, pensó ella feliz, rindiéndose a la fuerza de gravedad y permitiendo que Jefri la sujetara contra su cuerpo.

La mantuvo así una décima de segundo más de lo necesario, que a ella no le importó, antes de ayudarla con los zapatos. Dejaron las cazadoras, los cascos y las gafas en el avión y caminaron hacia las palmeras y árboles que crecían junto al agua.

– ¿Hay manantiales subterráneos? -preguntó ella.

– Cientos. Mi hermano Reyhan tiene una casa en el desierto justo encima de un manantial. Ahora vive allí con su esposa. Y dicen que la legendaria Ciudad de los Ladrones estaba a orillas de un río subterráneo.

Billie frunció el ceño.

– Recuerdo haber leído algo sobre la Ciudad de los Ladrones. Una ciudad construida de tal manera que los edificios se confunden con el suelo, o algo así. En algún sitio leí que también hay un castillo medieval.

– Qué interesante -dijo Jefri, con voz neutra.

– ¿Existe de verdad? ¿La ciudad?

Jefri la acercó a ella y le puso la mano sobre el brazo.

– Bahania es un país de gran belleza y muchos misterios. Deberías darte un tiempo para descubrirlos.

– Eso no es una respuesta -gruñó ella, aunque sin mucha energía.

Ante la belleza de aquel oasis, ¿por qué preocuparse por una ciudad mítica que ni siquiera sabía si existía con seguridad?

Jefri señaló los diferentes tipos de árboles y arbustos. Billie se agachó para sentir la suavidad de la hierba que crecía en la orilla del estanque que había en mitad del oasis. El agua rompía contra la orilla, como impulsada por una fuerza misteriosa.

– ¿Por qué se mueve tanto? -preguntó ella.

– Por la presión del manantial.

– Pero si el manantial lo alimenta constantemente de agua, ¿por qué no se desborda? No se evapora tan deprisa y no veo ningún tipo de desagüe.

Él sonrió.

– Otro misterio que hay que resolver. Las cosas son más complejas de lo que parecen a primera vista.

Jefri la llevó hacia un bosquecillo de palmeras donde había un par de tumbonas con una pequeña mesa en medio. En el suelo había una nevera con una cesta de fruta encima.

– ¿Lo has planeado tú? -preguntó ella, sorprendida.

– Hasta el último detalle. Comeremos más tarde.

– Sé que no estaba en el avión. ¿Has encargado a alguien que lo traiga?

– Claro que sí.

Vaya con la realeza, pensó ella mientras se dejaba llevar a una de las tumbonas. Ella tenía suerte si lograba que uno de sus hermanos le trajera un paquete de chicles del supermercado.

Jefri abrió la nevera. Dentro había refrescos, zumos y agua embotellada. Billie se alegró de que no hubiera alcohol. Todavía tenían que volar para regresar a la capital.

Después, Billie contempló la belleza y el silencio del desierto.

– ¿Venías aquí de niño, cuando te metías en líos? -preguntó ella, estirándose en la tumbona con un vaso en la mano.

– A veces. Pero mi padre se dio cuenta enseguida de que la mejor manera de tenerme a raya era amenazarme con quitarme los aviones.

– Te entiendo perfectamente. En mi casa el castigo habitual era quedarse en tierra.

Jefri se echó a reír.

– Dudo que escucharas tantos sermones sobre tus deberes con el pueblo y la responsabilidad de mantener una tradición milenaria como yo.

– Eso me lo ahorré, cierto -dijo ella.

– Era el sermón favorito de mi padre -dijo Jefri, encogiéndose de hombres-. Según él, yo defraudaba a nuestros antepasados con una regularidad increíble. Pero a mí me gustaba explorar, y no tardaba en volver a saltarme las normas.

– Algo me dice que sigues haciéndolo.

En lugar de responder, Jefri le tomó la mano.

– Háblame de tu infancia. Tú no tuviste que aguantar los sermones de un rey.

– No, pero mi padre estaba acostumbrado a mandar. Con tres hijos varones, no le quedaba más remedio que mantenerse firme.

Jefri le acarició el dorso de la mano con el pulgar, y ella sintió un estremecimiento.

– ¿Y contigo?

– Hasta la muerte de mi madre, ella se ocupó de educarme. Estábamos mucho tiempo juntas, y siempre nos llevamos bien. Decía que como éramos sólo las dos teníamos que estar unidas.

– Su muerte debió de ser un duro golpe.

– Lo fue. Estaba entrando en la adolescencia, justo cuando una chica necesita más a su madre. Tenía cáncer, y sólo tuvimos unas semanas para hacernos a la idea. Cuando se dio cuenta de que estaba enferma, ya era demasiado tarde. Mis padres eran novios desde el instituto, y cuando mi madre se puso enferma, mi padre lo pasó muy mal.

Billie miró hacia el horizonte.

– Mi padre viajaba mucho -continuó-, y yo creía que no la quería tanto, pero me equivoqué. Recuerdo un par de días después del diagnóstico que fui a su habitación para hablar con ella. Mi padre estaba allí, abrazándola, y llorando. Nunca lo había visto llorar. Quise irme, pero no pude. El le pedía que no se muriera, que no podría continuar sin ella. Se querían mucho. Entonces me juré que algún día yo encontraría a alguien que me quisiera tanto.

– ¿Lo has encontrado? -preguntó él.

Billie alzó las cejas.

– No estaríamos aquí de la mano si así fuera.

– Tienes razón.

Curioso. Había empezado a creer que nunca encontraría a nadie, y ahora que sabía que nadie se interesaba por ella a causa de las amenazas de sus hermanos, se sentía un poco mejor. Aunque tampoco estaba segura de querer a alguien que no fuera capaz de enfrentarse a sus hermanos por ella.

Qué lío, se dijo. Mejor lo dejaba para analizarlo en otro momento.

– Y cuando tu madre murió, ¿empezaste a viajar con tu padre?

Billie asintió.

– Sí. Mi padre había empezado a llevarse a mis hermanos durante los veranos. Ahora que no quedaba nadie en casa, íbamos todos. Contrató a un profesor particular para que nos diera clases. Cumplí los trece años en Sudamérica, y los dieciséis en Oriente Medio. A esa edad, la mayoría de las chicas tienen una gran fiesta de cumpleaños. Yo hice mi primer vuelo sola en un reactor.

– ¿Hubieras preferido la fiesta?

Billie lo miró como si estuviera loco.

– ¿Qué dices? Llevaba dos años suplicando a mi padre que me dejara pilotar sola. Me dijo que no entendía la información técnica, así que me puse a estudiar física y aerodinámica como una loca hasta que no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia.

Jefri vio la sucesión de diferentes emociones que se reflejaban en el rostro femenino. Era una mujer hermosa, pero no era difícil imaginarla sola y asustada tras la muerte de su madre.

– Has sobrevivido en un mundo de hombres- dijo él.

Billie se echó a reír.

– Al principio intenté ser como ellos. Pensé que así conseguiría el respeto de mi padre. Pero con el tiempo, llegué a la conclusión de que nunca sería otro de sus hijos, así que dejé de intentarlo.

– No sabes lo mucho que me alivia oír eso.