Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y se concentró en la pantalla, disparando a diestro y siniestro contra las naves espaciales que aparecían desde todos los ángulos. Las explosiones y los efectos especiales proporcionaban un colchón amortiguador de ruido, pero no le impidieron escuchar las pisadas en el suelo de hormigón.
Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Sabía quién se acercaba antes de oír su voz. Sintió la imperiosa necesidad de echar a correr, pero algo en su interior le dijo que Jefri no le permitiría alejarse mucho.
– Sé lo que estás pensando -dijo él, cuando se detuvo a su lado.
– Lo dudo.
– Piensas que soy un cerdo y un mentiroso que te ha utilizado. Piensas que te he engañado.
Billie soltó las manos de los controles y dejó que los extraterrestres terminaran con su última nave espacial. Con los ojos cerrados, hizo un esfuerzo para seguir respirando.
– Más o menos -reconoció.
– Billie, tienes que creerme. No planifiqué nada de esto. Ni conocerte, ni lo de anoche, ni desde luego lo de hoy. Nunca te haría daño.
Billie respiró profundamente y se secó las mejillas antes de volverse hacia él.
– Imagina lo que podrías herirme si quisieras – dijo, esforzándose para reprimir las lágrimas -. Con un poco de esfuerzo, podrías dejarme el corazón hecho papilla.
Jefri estiró la mano para tocarla, pero ella dio un paso atrás.
– No me toques -dijo, casi sin voz.
– Tienes razón. Discúlpame, por favor.
Billie se tensó.
– ¿Y cuál es exactamente el motivo de esta visita?
– Explicártelo todo.
– ¿Estás o no estás prometido?
– La situación es más compleja que eso.
– Desde mi punto de vista, es de lo más sencilla. Responde a la pregunta. Sólo tienes que decir «sí» o «no».
Jefri se metió las manos en los bolsillos.
– Mi padre espera que tenga herederos. Después de un desastroso primer matrimonio, llegue a la conclusión de que no era yo la mejor persona para elegir a mi futura esposa, por lo que accedí a que mi padre se ocupara de buscar a alguien.
Billie escuchó las palabras, pero apenas podía creerlas.
– ¿Estás dispuesto a casarte con alguien sin conocerla?
Jefri se encogió de hombros.
– En aquel momento parecía una solución sencilla a un problema al que no me quería enfrentar.
– Estás hablando del resto de tu vida. De la mujer con la que envejecerás. De la madre de tus hijos.
– Exacto-dijo él -. Quería una mujer que me diera hijos fuertes, una madre perfecta.
– A ver si lo he entendido. ¿El rey quería que te casaras y tú le dijiste que se ocupara él de buscarte esposa?
– Yo había fracasado la primera vez -se justificó él -. Mi padre buscaría a alguien compatible tanto en términos de posición social como de educación -continuó explicando ante la mirada atónita de Billie-. Hace unas semanas me dijo que había encontrado a alguien, pero le dije que lo cancelara todo. Creía que el asunto estaba cerrado. Pero me equivoqué.
– Si estás mintiendo…
– Te doy mi palabra. No sabía nada de Tahira.
Al menos no era tan cerdo como había pensado, se dijo Billie, con un cierto alivio.
– ¿Y ahora?
El silencio de Jefri se alargó tanto que la enfure¬ció.
– ¿Qué? ¿Estás prometido o no?
– Como ya te he dicho, la situación es complicada.
– ¿En qué sentido?
– Por Tahira. Ha sido educada de forma muy específica.
– ¿Por qué? ¿Se ha criado con una manada de lobos?
– En un convento de monjas.
Billie dio un paso atrás.
– ¿Me estás diciendo que acaba de salir de un convento?
Jefri asintió.
– Estupendo. A ver si adivino el resto. No tiene familia ni hogar y la han educado para ser la princesa perfecta.
Jefri suspiró.
– ¿Por qué sé que tu comprensión no es buena señal? -dijo, hundiendo los hombros, sintiéndose más vencido que nunca.
– Porque a veces no eres tan tonto. ¿Y qué tiene para que sea la princesa perfecta?
– Es lo que yo pedí.
Billie no estaba segura de querer oírlo, pero insistió.
– ¿Qué cualidades pediste exactamente?
– Pedí un esposa razonablemente atractiva, de temperamento dócil y a quien le gustaran los niños.
Billie parpadeó.
– ¿Qué? ¿Eso fue lo que pediste? Estamos hablando de matrimonio, no de un restaurante, donde te dan la carta para que elijas la comida.
– No esperaba enamorarme de ella -dijo él, como si eso lo explicara todo-. Sería un matrimonio de conveniencia.
– Yo lo veo. Un matrimonio en la tradición de todas las grandes monarquías misóginas de este mundo. Estoy segura de que disfrutarás acostándote con tu razonablemente atractiva y dócil esposa y que juntos tendréis hijos razonablemente atractivos y dóciles.
– No lo entiendes.
– Lo entiendo perfectamente. Eso no es un matrimonio, y mucho menos una forma de vivir. Si eso es lo que quieres, no eres el hombre que pensaba.
Y armándose de la poca dignidad que le quedaba, se dirigió hacia la salida.
Sin embargo, Jefri no tenía la intención de dejar la marcha tan fácilmente, y la siguió.
– Estás enfadada.
– Gracias por la información, no me había dado cuenta.
– Con el tiempo lo entenderás.
Billie lo dudaba. Pero esperaba que el tiempo la ayudara a olvidarse de él. Cierto que habían pasado una noche inolvidable, pero eso tampoco significaba nada. No se había enamorado de él.
Jefri le rozó levemente el brazo, y ella se giró en redondo.
– No me toques -dijo ella, furiosa-. Ya no tienes derecho.
– Billie, tienes que ser razonable.
– No tengo que ser nada que no quiera, y mucho menos lo que tú quieras.
– Por favor. Eres lo más importante para mí.
– Ja. Incluso si te creyera me daría igual. Si necesitas una mujer, te sugiero que vayas a ver a doña Dócil y Razonablemente Atractiva. Estoy segura de que te recibirá con los brazos abiertos.
Capítulo 10
Billie se escondió en el aeropuerto durante una hora más, pero sabía que no podía quedarse allí para siempre. A menos que pensara en instalarse de nuevo en la tienda sin bañera, claro. Sin embargo llegó a la conclusión de que vivir sin bañera haría su vida mucho más dolorosa e incómoda, y prefirió regresar al palacio, donde lamerse sus heridas en un entorno menos agreste e incómodo.
De vuelta al palacio e incapaz de quedarse en su habitación, bajó a los jardines con Muffin en brazos. Allí se sentó en un banco de piedra y analizó sus alternativas.
Podía irse. Simplemente abandonar el trabajo e irse. Sin embargo, descartó la idea inmediatamente. Ella no abandonaba sus responsabilidades ni huía de situaciones difíciles. Eso la dejaba en situación cíe tener que ver prácticamente a diario al hombre que tanto daño le había hecho.
Trató de calibrar el alcance de las heridas. ¿Cuánto tardaría en recuperarse? ¿Cuánto tiempo necesitaría para volver la vista atrás y verlo únicamente como una importante lección para el futuro?
Muffin, que había terminado de olisquear el tronco de un árbol, pasó junto a ella camino del siguiente. Billie la observó, y se tensó al escuchar el sonido de unas pisadas en el sendero. Pero se relajó al darse cuenta que no pertenecían a Jefri.
Era el rey, que se acercaba hacia ella. Billie se puso inmediatamente en pie.
– Por favor -dijo él, indicándole con la mano que se sentara-. ¿La molesta un poco de compañía?
– Desde luego que no, Alteza.
El rey se sentó a su lado y le tomó la mano.
– Debo admitir que pasar un rato con una mujer tan hermosa me alegra inmensamente el día.
Billie hizo un esfuerzo para sonreír.
– Aunque agradezco el cumplido, está usted en una posición de mucho poder. ¿No significa que puede tener todas las mujeres hermosas que desee?