– Lo mismo puedo decir de ti. No lo de mujer- añadió, sintiéndose un poco tonta -. Eres un hombre de muchas sorpresas.
– Gracias.
Jefri le acarició la boca con el pulgar
– Espero con impaciencia lo que nos deparará mañana -dijo él -. Que duermas bien.
– Buenas noches.
Billie esperó a verlo desaparecer en la oscuridad antes de regresar a su habitación. ¿Que durmiera bien? ¿Con el cuerpo en llamas y un torbellino en la mente? Entre el beso y lo que le había dicho de su hermano, no estaba segura de poder volver a conciliar el sueño jamás. Lo que no estaba mal. Así podría pasar la noche preparando la venganza contra los hermanos Van Horn.
Capítulo 4
Jefri llegó a la reunión semanal con su padre unos minutos antes de que empezara. Sus despachos no estaban lejos, y había varios guardias vigilando mientras docenas de empleados iban de un lado a otro con carpetas y pilas de documentos.
El ayudante del rey le hizo una señal para que entrara, a la vez que varias personas salieron del despacho de su padre. Dentro, su padre estaba sentado en su escritorio, hojeando un calendario.
– Creo que iré a Europa -dijo el rey, sin levantar la vista-. Ahora que Murat ha asumido casi todas mis obligaciones y Sadik, Reyhan y tú os repartís el resto del trabajo, prácticamente no tengo nada que hacer.
Jefri se sentó frente a él.
– ¿Quieres decir que te aburres?
– Digamos que es triste cuando un rey se queda sin sus obligaciones -explicó su padre-. ¿Qué tal va nuestra nueva fuerza aérea?
– Ha empezado con buen pie. El equipo Van Horn se ocupa de todo. Todos los instructores han llegado. Billie es quien los dirige.
El rey asintió.
– Una joven muy agradable.
A Jefri se le ocurrieron otras palabras más precisas para describirla, pero no lo dijo.
– Ayuda con el entrenamiento de los pilotos, tanto en vuelo como en los simuladores. Han preparado un programa intensivo de ocho semanas para convertir a los pilotos en un equipo. Cuando la instrucción iniciada concluya, regresarán de vez en cuando para cursos de reciclaje y actualización.
– Muy impresionante -dijo el rey-. Mi consejo es que no la enfades. No me gustaría perderla porque, según sus palabras, te dejó fuera de combate en dos minutos.
Jefri sonrió.
– Eso no volverá a pasar.
– Parece imbatible.
– Quizá.
Pero Jefri tenía la sensación de que empezaba a conocer las debilidades de Billie. La noche anterior se había rendido a sus brazos. Por muy buena que fuera en el cielo, en tierra firme era una mujer. Y él pensaba aprovecharse de ello, obteniendo el máximo placer para los dos.
– Me alegro de que todo vaya bien -dijo el pa¬dre-. Ahora pasemos a otro asunto. Te he encontrado una esposa.
Jefri estuvo a punto de preguntar para qué pero recordó la conversación que habían tenido unos meses antes, cuando se había rendido a la presión de su padre y había accedido a volver a casarse.
– Quizá ahora no sea el mejor momento -empezó él.
– Eres mi hijo. Y tu deber es producir herederos.
– Sólo tengo veintinueve años. Todavía hay tiempo.
– Para ti, quizá -dijo el rey-. Pero yo no voy a hacerme más joven. Me pediste que te encontrara una joven apropiada. Que fuera dócil, razonablemente atractiva y que le gusten los niños. Eso es lo que he encontrado.
¿En qué había estado pensando cuando se lo pidió?, se preguntó Jefri. Sí, tenía que casarse, y él no estaba en contra de los matrimonios concertados, pero ¿ahora?
– En este momento tengo otras prioridades. La fuerza aérea ocupa la mayor parte de mi tiempo.
– La novia no te quitará mucho tiempo -dijo el rey-. Cuando hablamos lo dejaste muy claro. No querías que fuera un matrimonio por amor.
Eso era cierto, pensó Jefri. Ya había jugado al amor una vez, y perdido. El amor no era para él. Mejor encontrar a alguien capaz de cumplir con su trabajo sin manipular su corazón. El respeto era más importante que el amor.
Recordó a una mujer a la luz de la luna. El contacto del suave cuerpo femenino y la apasionada respuesta a su beso. Billie era una tentación, pero no cumplía ninguno de sus requisitos. Quizá uno. Porque aunque era posible que le gustaran los niños, nadie podría acusarla de ser dócil. Ni siquiera la descripción «razonablemente atractiva» era válida para su espectacular belleza.
– En este momento no deseo comprometerme -dijo Jefri, con firmeza
No tenía la menor intención de casarse con Billie, pero eso no significaba que no pudiera disfrutar de su compañía
– Ya está todo arreglado -dijo su padre.
– En ese caso hay que suspenderlo todo.
El rey lo miró en silencio durante unos segundos, y Jefri se preparó para un enfrentamiento con él. Pero aunque pudiera salir victorioso contra su padre, no lo conseguiría contra el rey.
Por fin, el rey asintió.
– Como desees.
– Gracias, padre -Jefri miró el reloj -. Tengo que estar en el aeropuerto dentro de poco.
– Entonces ve. No olvides decirle a Billie lo mucho que disfrute anoche de su compañía -su padre sonrió-. Y dile que la próxima vez pediré al servicio que le preparen un plato de comida para su perrita. No es necesario que se meta lonchas de carne en el bolso.
Así que el rey también se había dado cuenta. Jefri sonrió.
– Estaré encantado de llevarle el mensaje.
Billie sabía que Doyle había estado hasta las cuatro de la madrugada supervisando la descarga de todo el equipo. Por eso, esperó hasta las doce para entrar en su suite y en su dormitorio.
Entre el beso y la ira por lo que había descubierto, ella tampoco había dormido mucho, lo que le había dado tiempo de sobra para ponerse furiosa.
Como esperaba, Doyle estaba durmiendo. Billie fue hasta las ventanas y abrió las cortinas de par en par, dejando que la luz del sol entrar a raudales en el dormitorio.
– ¿Qué demonios estás haciendo? – gruñó su hermano, abriendo los ojos -. ¿Sabes a qué hora me acosté?
– Pregúntame si me preocupa -le respondió Billie acercándose a la cama y mirándolo furiosa-. Ni por un segundo creas que te vas a librar de ésta. Quiero tu cabeza en una bandeja. O mejor en un palo, aún no lo tengo decidido del todo.
Doyle se desperezó y bostezó. Se incorporó y se sentó en la cama. No parecía muy preocupado por las amenazas.
– Estás moviendo los labios, sí -dijo -. Pero no sale de ellos nada interesante.
Billie se hizo con una de sus botas y se la arrojó.
– No te atrevas a burlarte de mí, cerdo. ¿Cómo te atreves a dirigir mi vida? No tienes ningún derecho.
– Te has vuelto loca -dijo él, sujetando la bota con la mano.
– Aún no, pero estoy a punto -dijo ella, tomando la otra bota.
Doyle se agachó, para evitarla.
– Eso, muy bien. Ten miedo. Porque te arrepentirás de lo que has hecho.
– Deja eso -dijo él, lanzándose hacia ella.
Billie se echó hacia atrás, consciente de que si su hermano la sujetaba estaría perdida. Como sus otros hermanos, dormía desnudo, por lo que no lo imaginaba saliendo de la cama tras ella.
– Has estado amenazando a los hombres para que no se acercaran a mí. ¿Cómo te has atrevido? ¿Qué te da ese derecho? Soy mayor de edad desde hace mucho tiempo y muy capaz de tomar mis propias decisiones.
– Estás loca.
– ¿Ah, sí? Antes no sabía por qué los hombres que habían sido tan agradables conmigo de repente pasaban de mí totalmente. Creía que era por mi culpa… Pero no, erais vosotros. Y papá. Él también lo hace, ¿verdad?
– Pensamos que…
– ¿Que qué? -quiso saber ella, amenazándolo una vez más con la bota-. ¿Que era demasiado frágil para cuidarme sola?
– Después de lo que ocurrió, pensamos que era una buena idea.
A Billie no la sorprendió.
– Doyle, eso pasó hace ocho años. No fue un trago agradable, pero ¿no se te ha ocurrido pensar que ya lo he olvidado?