– Todavía no estoy seguro. Y mientras no lo esté, no pondré en peligro los secretos del país.
– ¿Es que conoces secretos? -preguntó, asombrada.
Él sonrió.
– Desde luego. Sé convertir el plomo en oro.
– No es un mal secreto…
– No te molestes conmigo -le pidió Rafe, mientras la tocaba en un brazo-. Si te quedas cerca el tiempo suficiente, averiguarás quién soy y lo que hago. Pero por ahora, conténtate con saber que trabajo con el marido de Sabrina.
– ¿Y qué hacías antes? ¿Puedes hablar de eso?
– Estuve varios años en una organización que trabaja con el gobierno y que se encarga de arreglar asuntos de seguridad.
– ¿Asuntos de seguridad? ¿A qué te refieres?
– A lo de siempre. Pequeñas guerras, terrorismo, prevención de secuestros…
Zara no salía de su asombro. Sobre todo, porque Rafe hablaba de ello como si no tuviera la menor importancia.
– ¿Y antes de eso?
– Estuve diez años en el ejército y estudié en la universidad.
– Diez años es mucho tiempo… ¿No lo echas de menos?
– ¿A qué te refieres? ¿A mí país, o al ejército?
– A las dos cosas.
– El ejército era demasiado estricto para mí. Y en cuanto a Estados Unidos, no tengo hogar. Me gusta viajar por el mundo.
– ¿Y qué me dices de tu familia?
– Que no tengo -se limitó a responder.
Zara pensó que debía de tener familia en algún sitio, pero los años que había pasado con Cleo la habían enseñado a no insistir con ciertas cosas. Si no quería hablar de ello, tendría sus razones.
Estuvo a punto de preguntarle si estaba casado, pero le pareció que habría sido demasiado evidente por su parte y preguntó, a cambio:
– ¿Tienes hijos?
Rafe la miró con curiosidad y contestó:
– Ni tengo hijos ni estoy casado, Zara.
– No te he preguntado por tu estado civil…
Zara intentó disimular, pero no consiguió engañarlo. Rafe había adivinado sus verdaderos pensamientos.
– No, claro que no -dijo, sonriendo-. Pero ahora háblame de ti, de tu vida antes de convertirte en princesa.
Zara gimió.
– Cleo ya te dijo que soy profesora. Doy clases en una universidad del Estado de Washington.
– ¿Y tu madre? ¿Cómo era?
El rostro de Zara se iluminó.
– Ah, era maravillosa, con tanto talento y tan bella… Durante años fue actriz y bailarina. De hecho, me enseñó a bailar… Pero al final se dedicó a la dirección teatral.
– ¿Te pareces mucho a ella?
– No, no mucho. Tengo su estatura y su piel, pero no soy tan bonita. Ella tenía curvas que yo no poseo y un encanto que jamás lograría imitar. Ni siquiera soy capaz de caminar sin tropezar con las cosas.
– ¿Cómo fue tu infancia?
– Movida, porque no hacíamos otra cosa que mudarnos de ciudad en ciudad. Creo que en parte lo hacía para impedir que el rey Hassan pudiera encontrarnos, aunque sospecho que sobre todo lo hacíamos porque le encantaba viajar.
Zara se detuvo un momento antes de seguir hablando.
– Hacía verdaderos esfuerzos por echar raíces, pero no lo conseguía. Siempre terminaba disculpándose ante nosotras por tener que cambiar una y otra vez de ciudad… Aquello, por supuesto, impedía que yo hiciera amigos con facilidad, así que me concentré en los libros. Pasaba horas en las bibliotecas.
Rafe pensó que era una historia triste, de modo que decidió atacarla desde otra perspectiva.
– Pero has dicho que te enseñó a bailar. ¿Daba clases?
Zara rió.
– Oh, sí, era una profesora excelente. Sin embargo, yo era tan mala que se llevó un buen disgusto… Imagina: la carne de su carne era incapaz de dar dos pasos sin tropezar. Al final, renunció.
– Seguro que no se lo tomó tan mal.
– No creas, no creas… Por suerte, a Cleo se le daba mucho mejor. Pero la danza no le interesaba.
– ¿Y cómo se convirtió Cleo en tu hermana?
Zara se encogió de hombros.
– No conozco los detalles porque era muy pequeña. Por lo que sé, el departamento de adopción de la ciudad donde vivíamos no tenía recursos suficientes y le pidieron a mi madre que cuidara de una de las niñas. Fiona lo hizo y Cleo se quedó con nosotras. Al principio no nos llevamos muy bien, pero en seguida nos convertimos en las mejores amigas.
– Y tu madre la adoptó…
– No, no llegó a hacerlo. Sencillamente se quedó con nosotras. Cuando murió mi madre, yo tenía veinte años y Cleo dieciséis… recuerdo que teníamos miedo de que las autoridades la reclamaran hasta que cumpliera los dieciocho, pero no lo hicieron.
– Entonces, tuviste que encargarte de ella…
Zara rió.
– Cleo se enfadaría mucho si te oyera hablar en esos términos. A los dieciséis años ya era toda una mujercita, perfectamente capaz de cuidar de sí misma. Vivíamos juntas y cuidábamos la una de la otra.
– Pero por la edad que tenías, supongo que ya estabas en la universidad…
– Sí. Nos llevamos la grata e inesperada sorpresa de que Fiona tenía un seguro, suficiente para pagar mis estudios y los de Cleo si hubiera querido ir a la universidad -explicó Zara-. Pero Cleo no quería estudiar y se buscó un trabajo.
– ¿Y por qué decidiste dedicarte a la enseñanza?
– Porque no sabía lo que quería hacer -confesó-. Un día me tocó dar clase a un grupo de alumnos, y aunque al principio estaba muy nerviosa, la experiencia me gustó y decidí dedicarme a ello.
Rafe la miró y se preguntó cuántos alumnos se habrían enamorado de aquella mujer.
– Vivo en una casa de campo, rodeada de colinas -continuó ella-. Allí no hay mucho que hacer, y la ciudad más próxima está a doscientos kilómetros. Como te puedes imaginar, no se parece nada a Bahania.
– Ni al palacio -le recordó.
– No, pero no quiero pensar en eso. No estoy preparada, no tengo ni los conocimientos diplomáticos ni las habilidades sociales suficientes para asistir a la cena de mañana… ¿qué pasará si ofendo a alguien importante y provoco un conflicto internacional?
– Los conflictos internacionales no son tan fáciles de provocar como crees -le explicó-. El mayor peligro que correrás es otro: la posibilidad de que algún jeque se enamore de ti y pretenda secuestrarte.
Ella rió.
– Oh, vamos, lo dudo… Además, te recuerdo que eres mi guardaespaldas y que debes cuidar de mí.
– Lo haré lo mejor que pueda.
Rafe pensó que él mismo la habría secuestrado con mucho gusto. Contempló su bello perfil y se preguntó qué lo atraía tanto de ella. No lo sabía, pero fuera lo que fuera, era tan intenso como para romper su norma de no mantener relación alguna con personas que no vivieran como él. Y debía de ser algo muy especiaclass="underline" por si todo eso fuera poco, también era virgen y la hija de un rey.
– Hablando de jeques… ¿Por qué estabas vestido como uno esta mañana?
Rafe no quería responder a esa pregunta. Así que cambió de conversación y preguntó, a su vez, algo que la dejó sorprendida:
– ¿Por qué eres virgen?
Capítulo 6
HORRORIZADA y humillada, Zara se levantó de un salto y lo miró. Su cara estaba tan roja que agradeció la oscuridad de la noche.
– No puedo creer que te hayas atrevido a hacer una pregunta así. Eso es una cuestión personal y no pienso hablar de ello ni contigo ni con nadie.
Rafe no pareció intimidado en absoluto.
– Fuiste tú quien sacó ese tema hace horas. Me lo confesaste, ¿recuerdas? Y no es algo que se olvide con tanta facilidad.
– Pues deberías olvidarlo. No es asunto tuyo.
Zara pensó que la curiosidad de Rafe era irritante. Pero acto seguido, se dijo que tal vez obedecía a una motivación oculta: tal vez le gustaba y se interesaba por ella. La idea bastó para llenar su imaginación de todo tipo de fantasías. Sin embargo, tenía los pies en la tierra y sabía que aquel hombre estaba fuera de su alcance.