Выбрать главу

– Ah, sí, ya me lo han contado. Puede hacer lo que quiera siempre que se limite a mirar. Caramba, Rafe… No pensaba que fueras de esa clase de hombres -dijo Cleo, en tono de recriminación-. Había pensado que te gustaba la acción, que no permanecías al margen de las cosas.

Zara se sintió profundamente avergonzada por el comentario de su hermana y deseó que no lo hubiera hecho. Intentó cambiar de conversación, pero no fue necesario porque justo entonces llegaron a la antesala.

Alrededor de una docena de personas se encontraban charlando animadamente en pequeños grupos. Sin embargo, todos quedaron en silencio cuando la vieron.

Sabrina estaba allí, junto con un hombre alto y atractivo que supuso sería su marido. Todos los hombres llevaban esmoquin y algunos lucían condecoraciones y bandas. Y en el centro se encontraba el rey, que sonrió al verla.

– Querida Zara, estás preciosa esta noche -dijo Hassan-. Me alegra mucho que te hayas puesto ese collar. Se lo regalaron a mi bisabuela cuando cumplió veinte años y siempre ha sido mi joya preferida.

El rey se inclinó sobre ella y la besó en una mejilla antes de volverse hacia Cleo para saludarla.

Zara notó que todo el mundo la estaba mirando. Y también notó que Rafe se había alejado para hablar con el marido de Sabrina y que la princesa no parecía precisamente contenta.

Después, el rey le presentó a sus cuatro hijos. Todos eran encantadores, pero resultó evidente que estaban más interesados en Cleo.

Al cabo de un rato, el rey se acercó a ella y le dijo en voz baja:

– Sé que estás nerviosa, pero tranquilízate. Sólo es un acto sencillo, sin demasiada relevancia.

– Ten en cuenta que no estoy acostumbrada a estas cosas…

– Tonterías. Además, esta noche sólo vendrán unos cuantos cientos de personas.

– ¿Unos cuantos cientos? No pensarás decir nada sobre mí, ¿verdad? -preguntó, aterrorizada.

– Por supuesto que no. Primero quiero que te acostumbres a la vida en palacio.

– No sé si conseguiré acostumbrarme. Además, creo que deberíamos esperar a que me hiciera unas pruebas para saber si efectivamente soy tu hija.

Hassan rió.

– Querida mía, no necesito ninguna prueba. Sé que lo eres.

A lo largo de los siguientes minutos le presentaron a todo tipo de personas, incluido el príncipe Kardal, que resultó ser bastante más amable y agradable que su esposa. Y ya casi se había convencido de que conseguiría sobrevivir a la velada cuando apareció un mayordomo y anunció que era hora de pasar al salón.

Hassan fue el primero en entrar. Por desgracia, Zara no tuvo más remedio que abrir la marcha con él porque el rey la tomó del brazo. Pero unos segundos más tarde se acercó un hombre para hablar con el monarca y ella aprovechó la ocasión para apartarse unos metros.

Rafe se dio cuenta, se acercó a ella y murmuró:

– Simula que te estás divirtiendo.

– ¿Mi incomodidad es tan evidente?

– Bueno, los invitados del rey no suelen comportarse como si estuvieran apunto de matarlos.

– Preferiría ir al dentista antes que estar aquí.

– Pero no tienes elección. Así que prepárate: estás a punto de conocer a las personas más importantes del país.

– Oh, Dios mío… No podré hacerlo. Siempre olvido los nombres.

– Prueba a asociarlos con algo, con algún detalle distintivo. Por ejemplo, si algún conde tiene nariz de gancho, piensa en él como conde Gancho.

– ¿Es que hay alguno que se llame así?

– No, sólo era un ejemplo…

– ¿Y si me da un ataque de risa?

– Me veré obligado a lanzarte un vaso de agua a la cara.

– En tal caso, intentaré controlarme.

– Piensa en el rey. Está muy contento y dudo que pretendas herir sus sentimientos.

Hassan volvió entonces a su lado y comenzó a presentarle a los invitados. Intentó aplicar la técnica que le había recomendado Rafe para recordar los nombres, pero todos ellos le parecieron perfectos y, en cierto sentido, iguales.

Entonces se detuvieron ante un hombre joven, de treinta y pocos años, alto y de ojos azules.

– Zara, me gustaría presentarte al duque de Netherton.

– Alteza, siempre es un honor encontrarse con usted. Señorita Paxton…

Zara deseó salir corriendo y esconderse. Pero en lugar de huir, se obligó a sonreír e intentó ser espontánea y sincera hasta cierto punto.

– Es la primera vez que me presentan a un duque. ¿Cómo debo llamarlo?

– Byron, por favor. Y le ruego que no haga bromas al respecto. Digamos que mi madre es una fanática de Lord Byron…

Tras el encuentro con el duque, Zara se sintió más animada. Lo estaba haciendo mejor de lo que habría imaginado.

Poco después se les unió otro hombre, llamado Jean Paul. No tenía título, pero no tardó en mencionar que su familia poseía un castillo desde hacía quinientos años, así como infinidad de viñedos y de obras de arte que naturalmente le invitó a ver.

– ¿Quieres una copa de champán? -preguntó Jean Paul en determinado momento.

Byron, con quien ya había empezado a tutearse, intervino.

– Lo siento, pero Zara ya me había dicho que me acompañaría al bar.

Hassan sonrió.

– Está bien, os dejaré a solas. Así podréis competir tranquilamente por el afecto de Zara.

Zara miró a Rafe como pidiéndole que la ayudara, pero Rafe se mantuvo alejado. Sin embargo, los siguió a cierta distancia cuando se dirigieron al bar.

– Sólo tomaré agua con gas -comentó ella.

– ¿No prefieres champán? -preguntó Jean Paul.

– Esta noche no, gracias.

Ya habían servido las copas cuando Jean Paul dijo:

– Tengo entendido que has conocido recientemente al rey…

– Sí. Mi hermana y yo llevamos poco tiempo en Bahania.

– ¿No lo habías visto antes? -preguntó Byron, sorprendido-. ¿No habíais tenido ningún tipo de contacto?

– No.

Jean Paul asintió.

– Eres tan encantadora, Zara… Dime una cosa: ¿qué haces cuando no te dedicas a volver locos a los hombres?

– Soy profesora en una universidad de Washington.

– ¿Y hay alguien especial en tu vida? -preguntó Byron.

– Ahora ya lo hay -dijo Jean Paul, molesto.

Byron no hizo caso alguno a su rival e insistió:

– Suelo visitar a menudo tu país. Viví allí casi un año, cuando terminé la carrera en Oxford.

Jean Paul no tardó en contraatacar.

– Lo único tan bello como tú es la visión de los viñedos en el verano, después de la lluvia. Las uvas brillan bajo el sol y no sería capaz de describir la inmensa belleza de los olores… Como Bahania, Francia es un festín para los sentidos. No como esa fría y oscura isla de la que procedes, Byron.

– ¿Has estado alguna vez en Inglaterra? -preguntó Byron a Zara-. Nuestro palacio está abierto al público de miércoles a sábado. Nuestra residencia londinense, en cambio, es privada. Pero si quisieras venir alguna vez…

Los dos hombres siguieron con su particular competición hasta que Zara se cansó y decidió cortar por lo sano.

– Si me perdonáis, tengo que dejaros. He de hablar con mi hermana.

Zara giró en redondo y se perdió entre la multitud.

– Si estás buscando a Cleo, está al fondo.

Al oír la voz de Rafe, se sorprendió. Siempre se las arreglaba para aparecer a su lado.

– Ha sido terrible. No puedo creer que esos dos sean tan maleducados.

– No han sido maleducados. Les gustas, nada más.

– Oh, vamos. Seguro que han sabido la verdad de algún modo y que sólo intentaban acercarse a mí porque soy la hija del rey.

– Dudo que el duque necesite más dinero y poder del que ya tiene.

– Entonces querrá otra cosa.

– No. Tanto él como el francés son muy ricos y están solteros. Te dije que tuvieras cuidado, no que fueras demasiado desconfiada. Sencillamente les has gustado, como acabo de decirte.