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– Espera, Zara…

Rafe consiguió alcanzarla en el patio que separaba la casa de los establos. El sol estaba alto, el calor dificultaba la respiración y, aunque estaban a la sombra de unas palmeras, la temperatura resultaba insoportable.

Zara se volvió para mirarlo con furia.

– ¿Qué quieres? -exclamó-. Creía que ya te habías divertido bastante por hoy.

– Lo siento -dijo -. Supongo que me he excedido un poco.

– Sí, lo has hecho y mucho.

Zara suspiró y se sentó sobre la hierba, bajo los árboles. Después, flexionó las piernas y recostó la cabeza sobre las rodillas.

Estaban en un pequeño palmar y el follaje los protegía de miradas indiscretas. Salvo por el gato que ronroneaba al sol a pocos metros, se encontraban solos.

– No es por ti -murmuró Zara-. Estoy enfadada con Byron.

Rafe se puso de cuclillas junto a ella. Estaba tranquilo porque sabía que, por mucho que Byron hubiera intentado coquetear con Zara, no los había dejado solos el tiempo suficiente como para que pasara nada.

– ¿Qué ha hecho?

– No es lo que ha hecho, es lo que ha dicho – puntualizó Zara-. ¿A ti te parezco estúpida?

– En absoluto.

– No sé qué pensar. A los hombres nunca les ha preocupado mucho que fuera tonta; de hecho, suelen pensar qué soy demasiado inteligente.

– ¿Y el duque piensa que eres tonta?

– Aparentemente -contestó ella, frotándose la frente-. Ni siquiera lo puedo decir. Es tan humillante…

Rafe se puso de pie.

– Si te ha insultado…

– Lo ha hecho, pero no de la manera que estás pensando -lo interrumpió Zara, apartando la vista-. Ha dicho que era hermosa.

– ¿Qué?

Rafe frunció el ceño. No entendía por qué consideraba aquello como un insulto pero, a la vez, se sentía extrañamente molesto al pensar que el duque estaba coqueteando con ella.

– Ya me has oído.

– ¿Por qué te parece tan horrible? -preguntó-. ¿No quieres que te diga cosas bonitas?

– No quiero que me mienta y espere que lo crea. Podría haber aceptado que dijera que soy linda o atractiva, ¿pero hermosa? Sin duda, cree que soy imbécil o que sus halagos me van a dejar tan impresionada que no voy a dudar de su sinceridad.

– Me parece que estás buscando un problema donde no lo hay.

– Sabía que dirías algo así. Eres hombre y no entiendes la importancia que tiene para mí.

Rafe sintió que se estaba adentrando en una zona peligrosa y decidió ir despacio y con cuidado. Odiaba tener que defender a ese tipo, aunque sólo fuera de manera tangencial, pero sentía que debía decirle lo que pensaba.

– Eres una mujer atractiva, Zara. Byron te ha dicho lo que a su juicio es verdad, pero a ti te incomoda admitirlo.

– Y tal vez los camellos vuelan en el desierto -ironizó ella-. No soy tonta y entiendo cómo son las cosas. La atracción que se siente por otra persona puede distorsionar la realidad, pero eso no significa que su mirada sea exacta. Quiero decir… tú te sientes atraído sexualmente por mí, o al menos eso sentías cuando nos besamos, pero nunca has dicho que fuera hermosa.

Zara se detuvo y lo miró con gesto desafiante. La pausa fue tan larga que Rafe comenzó a transpirar y decidió sentarse. Tenía ante sí una conversación tan profunda y oscura que no estaba seguro de poder salir bien parado de la situación. Por suerte, ella retomó la palabra.

– Si conociera a Byron desde hace tiempo, quizá lo creería. Sin embargo, sé que sólo está jugando conmigo y eso me desconcierta. ¿Siempre va a ser así? Antes creía que salir con alguien era malo, pero esto es imposible.

Rafe desvió la mirada hacia el gato antes de volver la atención a Zara.

– Respira hondo e intenta tranquilizarte -le dijo-. En primer lugar, estás ante una situación nueva para ti. No siempre será tan confusa. En segundo, confía un poco más en ti. Actúas como si fueses la versión femenina del hombre elefante y eso no es cierto.

– Sé la clase de mujer que soy y sé lo que dicen los hombres de mí -aseguró-. Soy inteligente e intimido. Ni hermosa ni sexy. Cleo es la que atrae a los hombres en esta familia.

– Eres muy dura contigo -le reprochó él.

Rafe la consideraba una mujer endiabladamente sexy, pero no podía decírselo sin que eso le supusiera otro tipo de problemas.

– Seamos realistas -imploró ella-. Nunca voy a encontrar a nadie que me desee.

Zara había pasado de la rabia a la vulnerabilidad absoluta en un segundo. Rafe podía soportar lo primero; lo segundo, no. Al verla tan apenada, tuvo que hacer un esfuerzo para contener la necesidad de abrazarla y darle consuelo. Sabía que era alguien contratado para ayudar y nada más.

– Lo encontrarás, créeme -le aseguró-. El hombre apropiado para ti está en alguna parte.

– ¿Cómo lo voy a encontrar? ¿Y dónde está? Si se te ocurre alguien, por favor, dile que lo estoy esperando ansiosa.

Acto seguido, Zara hizo ademán de levantarse. Sin pensar, Rafe la tomó de la cintura para ayudarla a incorporarse. En cuanto sus dedos rozaron aquella piel tersa y suave, supo que había cometido un error. En especial, cuando ella lo miró y pudo ver la inquietud en sus grandes ojos. Inquietud y deseo.

Sintió que perdía las fuerzas; estaba hambriento y sólo había una manera de saciar su apetito.

– Rafe… -susurró ella.

La anticipación y el anhelo que había en la voz de Zara encendieron un fuego interior en Rafe y barrieron todas sus resistencias. Embriagado por la pasión, la atrajo hacia su cuerpo.

Ella se fundió contra él, le rodeó el cuello con los brazos y se dejó llevar. Rafe se inclinó hacia atrás, la sentó sobre él y se apoyó en el tronco de la palmera. Zara era intensa, dulce y mucho más deseable que el resto de las mujeres que conocía y sentía que se iba a morir si no la besaba.

Entonces, la besó. Las sensaciones eran abrumadoras; no sólo por el contacto de sus labios, también por el aliento cálido y entrecortado entrando en su boca mientras unos dedos delicados y trémulos le acariciaban la nuca. Le lamió el labio inferior e introdujo su lengua impaciente para probarla y rendirse ante la deliciosa boca de aquella mujer única. Ella no protestó ni intentó apartarse. Bien al contrario, se apretó contra él y respondió al beso con ansiedad.

La necesidad empezaba a inquietar el sexo de Rafe y lo hacía sentirse incómodo. Maldijo en silencio, consciente de que no podría ganar: Zara era una tentación irresistible. Le deslizó una mano por el muslo hasta la curva de la cadera y, de allí, siguió hasta el trasero. Con una suave presión en la carne redondeada, la ayudó a acomodarse hasta quedar sentada con las piernas separadas sobre su regazo. Sexo contra sexo. Necesidad contra necesidad.

Era una combinación tan insoportable de placer y dolor que Rafe no pudo evitar aferrarla por la cadera y atraerla, aún más, hacia él. El rítmico movimiento los hizo jadear casi al unísono. Ella le tomó la cara y continuó con los besos; la tensión la hacía temblar. Sentir la excitación de Zara hacía que Rafe se desesperase más y más. En el momento en que comenzó a calcular la distancia que deberían recorrer para llegar a un lugar más privado, supo que había cruzado una línea sin retorno. La tomó de la cintura y la apartó.

El gesto la tomó por sorpresa.

– No puedes detenerte ahora -imploró.

– Tengo que hacerlo, Zara.

Después, Rafe se puso de pie y le dio la espalda. Le dolía el cuerpo de desearla tanto. Cada centímetro de su piel temblaba al compás de su corazón acelerado. Se preguntaba qué estaba haciendo; nunca se había dejado llevar de esa manera durante una misión. Sabía muy bien que, en otras circunstancias, una distracción semejante podría haberle significado la muerte.

– Lo siento -se excusó-. No debería haberte besado.

Rafe sintió que ella se movía a sus espaldas y se volvió para verla incorporarse.