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– No lo empeores con una disculpa -murmuró-. No entiendo cuál es el problema porque es obvio que existe una fuerte atracción entre nosotros. Nadie tiene por qué enterarse de lo que hemos hecho.

– No es tan sencillo. Soy responsable de protegerte, incluso de ti misma. Y si ese motivo no te basta, intenta comprender que esta clase de cosas no están bajo nuestro exclusivo control. ¿O es que quieres que tu vida privada se convierta en un tema para las revistas del corazón?

– Eso no va a pasar.

Rafe no se atrevió a contestar. Zara era nueva en ese mundo pero él no y conocía las consecuencias desastrosas de un romance inoportuno.

– No te entiendo, Rafe -declaró ella-. Te deseo como nunca deseé a nadie. Y lo que es peor, te lo estoy confesando y dejándome llevar por mis impulsos. No soy así y no entiendo lo que sucede. No sé si es algo de Bahania, si es que me han echado alguna droga en el agua o si son signos de senilidad temprana, pero…

Rafe no sabía qué decir. O quizás se resistía a asumir la verdad. Zara y él se deseaban y el calor era peligroso para ambos.

Ella se llevó las manos a la cadera y preguntó:

– ¿Debo asumir que tu silencio se debe a que tampoco tienes una respuesta?

– No una que tenga sentido.

– Toda esta situación me desconcierta. La verdad es que te he incitado para que me besaras. Nunca hago esas cosas.

– Y yo jamás permito que lo personal interfiera con el trabajo.

– Entonces, ¿esto también es inusual para ti?

– Absolutamente.

– Ahora me siento un poco mejor -dijo Zara, con una sonrisa.

Rafe no dijo nada. Pensaba que se estaba ablandando y que necesitaba alguna emoción fuerte, como pasar un par de semanas en zona de guerra, para recuperar sus reflejos y su capacidad de control.

– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó ella.

– Nada. No ha cambiado nada. Trabajo para el rey y no puedo mantener una relación sexual con su hija.

– Tendrás que encontrar una excusa mejor, porque esa historia se está volviendo vieja.

Acto seguido, Zara se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el palacio. Pero a los pocos metros se detuvo.

– Por cierto -declaró-, Jean Paul me ha invitado a cenar y he aceptado. Creo que tendrás que vestirte de forma elegante para la ocasión.

Rafe la miró alejarse con la cabeza erguida y moviendo las caderas. De nuevo estaba furiosa y, encima, había dicho la última palabra. La princesa Zara, la profesora Zara Paxton, se estaba convirtiendo en un problema mayor del que había imaginado. Y a pesar de todo, se alegraba de haberla conocido.

Zara se dirigió a su habitación en cuanto llegó a palacio. Tenía la cabeza hecha un lío y no sabía qué hacer. Su vida había dado un vuelco increíble desde su llegada a Bahania. Se había preparado para el encuentro con un extraño que podía ser su padre, pero nunca había pensado que podría enfrentarse a un problema con los hombres.

Por primera vez en su vida, tenía a dos hombres que buscaban su atención. Desde luego, ninguno de los dos estaba realmente interesado en ella, sólo querían relacionarse con la familia real. Cada uno tenía sus motivos; quizás, el duque necesitaba dinero para reparar su viejo feudo y Jean Paul quería un préstamo para ampliar sus viñedos. Fueran cuales fueran los motivos que los impulsaban a cortejarla, no tenían nada que ver con ella como persona sino como una especie de moneda de cambio.

Giró en la esquina del corredor y entró en la suite que compartía con Cleo. Llamó a su hermana, pero no obtuvo respuesta. Cleo debía estar afuera, tal vez con el apuesto príncipe Sadik. En la cena había quedado claro que se sentía atraído por ella.

Zara echó un vistazo al espacioso salón y después se tumbó en el sofá. Podía ver el mar Arábigo en la distancia. El sol ya estaba en lo alto, la temperatura subiría y pronto le sería difícil soportar el calor del exterior. En cualquier caso, en el palacio el ambiente estaba fresco y agradable.

Después, contempló el elegante mobiliario que la rodeaba, la costosa tapicería y el pequeño bar en la esquina. Sabía que si iba hasta allí y abría la nevera, encontraría un montón de bebidas, incluyendo su refresco favorito. La encimera estaba llena de refrigerios a cual más apetitoso e incluso así, podía llamar a la cocina y pedir que le enviaran algo de comer.

Bahania era una fantasía que se había vuelto realidad. De hecho, era mucho mejor de lo que había imaginado. Estaba viviendo en un palacio y, si se confirmaba que el rey Hassan era su padre, a punto de convertirse en princesa.

Se puso de pie y caminó hacia el balcón. Estaba inquieta y conocía la causa: Rafe. No entendía lo que pasaba con él pero era consciente de que estaban jugando un juego muy peligroso. En sus veinte años de vida había aprendido algunas cosas, y una de ellas era que los hombres no mentían sobre algunos asuntos; si decían que no querían involucrarse en una relación, estaban diciendo la verdad. El problema era que Zara no quería aceptarlo.

Suspiró y recordó que Rafe le había dicho que ella era una mujer para casarse y tener hijos y que el era un hombre para el que el matrimonio y la paternidad estaban fuera de discusión. En el fondo, sabía que él estaba diciendo la verdad en ambos casos aunque, desafortunadamente, saber que Rafe era un error no lo volvía menos atractivo a sus ojos,

Lo deseaba. Parte de la atracción era sexual; la hacía pensar en cosas que jamás había considerado y, por primera vez en su vida, se sentía dominada por la química. Sin embargo, no podía adjudicar todo a una cuestión hormonal. Más allá de las reacciones físicas, Rafe le gustaba. Y, por mucho que se resistiera a admitirlo, lo cierto era que le gustaba estar con él, charlar, compartir momentos y que hasta disfrutaba de cuando discutían. Él era amable y no cabía duda de que también se sentía atraído por ella.

Zara no podía recordar cuándo había sido la última vez que un hombre se había mostrado tan interesado físicamente por ella como Rafe. Podía ver el deseo que lo atravesaba, podía sentirlo. Se preguntaba cómo podría resistirse a él cuando la combinación entre la atracción sexual y el aprecio personal lo convertían en una tentación de la que no podía escapar. Cuando Rafe estaba cerca, se sentía a salvo y capaz de hacer todo lo que soñaba. En toda su vida, jamás había experimentado una sensación semejante.

Zara estaba decidida a encontrar la manera de estar con él; sabía que no sería una tarea fácil, pero no estaba dispuesta a permitir que le rompieran el corazón.

– Ésta es la espada que uno de mis ancestros utilizó durante las Cruzadas -comentó el rey Hassan-. En algunas batallas, la sangre corría como un río a través de los valles de Tierra Santa.

Zara observó la antigua pieza que decoraba uno de los estantes del salón. Tenía una empuñadura de oro decorada con zafiros y rubíes y la hoja de acero brillaba con su filo amenazante. No era difícil imaginarla cubierta de sangre.

– No sabía que Bahania había sido escenario de las Cruzadas.

Hassan movió la cabeza en sentido negativo.

– Aquí no se libró ninguna batalla, pero los creyentes viajaron para echar a los infieles -dijo, con gesto adusto-. Fue un tiempo plagado de disturbios y muchos murieron. Con el paso de los años, la familia real comprendió que una actitud más tolerante sería mejor para nuestro pueblo y, para el siglo XVI, todos los cultos estaban permitidos. Éramos muy progresistas.

– Eso parece.

Zara sabía que en aquella época, Europa había sido una tierra de intolerancia religiosa.

– Aunque debo reconocer que con las mujeres no éramos tan progresistas -manifestó Hassan con tono de disculpa-. El harén real existió hasta el reinado de mi padre.

– No puedo imaginar una cosa así.

– Yo sí. Lo que no alcanzo a entender es dónde sacaban tiempo para disfrutar de tantas mujeres. Al menos a mí, los asuntos de estado me mantienen muy ocupado.