Siguieron caminando por los pasillos de la parte vieja del palacio. El lugar estaba lleno de tesoros, incluyendo pinturas, mosaicos increíbles, estatuas y esculturas talladas en paredes y techos.
Un pequeño gato gris se unió a ellos. Hassan se agachó y alzó al animal en sus brazos.
– ¿Cómo estás, mi precioso? -preguntó, con ternura.
Había una chapa colgando del collar del felino y el rey la tomó entre sus dedos para leer lo que decía.
– Ah, eres Muffin -dijo y miró a Zara-. De tanto en tanto, permito que los chicos del colegio vengan al palacio y les pongan nombre a los gatos nuevos. Pero la verdad es que a veces lamento esas visitas.
Ella soltó una carcajada.
– ¿Muffin no te parece un buen nombre para un gato?
– No para un gato de la realeza -aseguró Hassan, mientras acariciaba al animal.
– ¿Cómo te volviste tan amante de los gatos?
– Mi madre disfrutaba de tenerlos alrededor -explicó el hombre, dejando al gato en el suelo-. Llevas su nombre, ¿sabías?
– No hasta que me lo dijeron. Hace algún tiempo estuve buscando el origen de mi nombre, vi que era una derivación de Sara y supuse que, sencillamente, a mi madre le había gustado.
Hassan la guió hasta un rincón desde el que se veía un exuberante jardín a través de los ventanales. Zara se dio cuenta de que Bahania era mucho más lujosa de lo que ella había esperado.
Se sentó junto al rey y trató de hacer caso omiso al pequeño grupo de guardias que los seguía en su paseo. Al parecer, Hassan no iba solo a ninguna parte.
– Me sorprende que Fiona recordara lo que le había contado sobre mi madre -dijo el hombre, acariciándole el pelo-. Me sorprende y me complace. Mi madre también se habría alegrado de saber que no la había olvidado.
Zara no sabía qué decir. Fiona nunca le había hablado de Hassan ni de su madre. El rey pareció adivinar lo que estaba pensando.
– Aunque si lo que sabes de mí es sólo por lo que decían los periódicos, imaginó que no te habrá contado nada.
– Bueno, yo hacía muchas preguntas -dijo Zara-. Solía suplicarle que me contara cosas de mi padre, pero nunca dijo una palabra y yo no entendía por qué.
– Tu vida habría sido muy distinta si ella te hubiera hablado de nosotros. Me gustaría creer que yo la habría dejado vivir a su antojo, aunque no estoy seguro.
El rey desvió la mirada hacia el horizonte y Zara supo que estaba pensando en el tiempo que había compartido con Fiona.
– Háblame de tu infancia -rogó él-. Háblame de Fiona.
Zara se acercó un poco más a él porque sabía que aquélla era una conversación demasiado íntima como para arriesgarse a que el séquito real los oyera. El grupo estaba formado por un par de ayudantes, alguien que parecía el guardaespaldas del rey, y Rafe, cuya presencia no era una incomodidad para ella.
– Fiona siempre fue hermosa -declaró Zara-. Alta, elegante y llena de gracia. Era capaz de conseguir que la tarea más ordinaria del mundo pareciera algo complejo y divertido. Yo quería ser como ella.
– Te pareces mucho… -aseguró Hassan.
Ella rió a carcajadas.
– Oh, vamos, bailaste conmigo en la cena y estoy segura de haberte pisado más de una vez -dijo-. He heredado muchas de las cualidades de mi madre, pero no su gracia, precisamente. Aunque lo intenté durante años, no tengo talento para la danza. En las clases era un tropiezo tras otro y, por fin, atendió a mis ruegos y permitió que pasara las tardes en la biblioteca en lugar de en su estudio.
– Fiona tenía un estilo muy particular -aseguró el rey y carraspeó, incómodo con el tema-. Seguro que hubo muchos hombres en su vida. Antes has dicho que no hubo ninguno especial, pero debió tener admiradores…
Zara pensó que la charla estaba en un terreno peligroso. Por suerte, podía decir la verdad.
– De tanto en tanto, salía con alguien, pero sus relaciones jamás duraban más de dos meses. Decía que no le interesaba casarse. Creo que ya le habían robado el corazón.
Hassan se encogió de hombros.
– Fiona fue mi gran amor. Si hubiera aceptado casarse conmigo…
Zara se estremeció al pensar que si su madre se hubiera casado con el rey, habrían vivido en Bahania; y no sabía lo que habría sido de ellas en semejante lugar.
Pensó en la infancia de Sabrina, repartida entre Bahania y California, entre dos mundos completamente distintos y se preguntó si ella y Cleo habrían corrido la misma suerte.
– Es difícil imaginar una vida diferente -admitió ella-. Fiona te dijo la verdad cuando aseguró que no podía vivir en el mismo sitio durante mucho tiempo. Nos mudábamos casi todos los años. Nunca supe qué era lo que mi madre estaba buscando sólo que, al parecer, no lo encontraba. O, tal vez, no tenía un objetivo específico y lo único que pretendía era cambiar de vida.
– Nunca lo sabremos -comentó Hassan y le palmeó una mano-. Quisiera discutir un asunto contigo, hija…
Zara se estremeció al oír que la llamaba hija. Aunque llevaba una semana en el palacio, todavía le costaba creer que había encontrado a su padre.
– Alteza -dijo, con voz trémula-. ¿Qué hay de los análisis de sangre? ¿No crees que deberíamos hacerlos para estar seguros?
– No hace falta, estoy seguro de que eres mi hija.
– De acuerdo, pero no lo digo sólo por ti. Tu familia querrá estar segura. El gobierno de Bahania querrá estar seguro. Tu gente querrá saber.
– Mi gente confía en mí -replicó él.
– Lo sé. Aún así, me pregunto por qué pedirles que confíen en ti simplemente en tu instinto cuando podríamos hacer algo para que estuvieran seguros de la verdad.
El rey se quedó pensando en silencio durante algunos segundos y luego asintió.
– Te enviaré a mi médico esta tarde. Te extraerá sangre y se ocupará de hacer los exámenes apropiados. ¿Te parece bien?
– Sí, gracias.
En aquel momento, a Zara se le hizo un nudo en el estómago. Aunque sabía que confirmar su parentesco con el rey era lo correcto, una parte de ella no quería saberlo: cuando la verdad saliera a la luz, su vida cambiaría para siempre.
– También he estado pensando en tu futuro, Zara. Cuando los análisis prueben lo que ya sabemos, que eres mi sangre, todos sabrán que eres mi hija -dijo el rey, con tono solemne-. Sabrina suele reprenderme por la manera en que digo las cosas. Afirma que las hijas son distintas a los hijos y que necesitan argumentaciones diferentes.
Zara no tenía idea de lo que le estaba hablando, pero la ponía nerviosa.
– Sólo dilo. Trataré de no ofenderme.
– Eso espero -bromeó Hassan-. Me haría muy feliz encontrarte un marido. Creo que hace tiempo que estás en edad de casarte. No me molesta porque la ausencia de un esposo hace que todo esto sea menos complicado. Pero si sólo se trata de que aún no has encontrado al hombre correcto, podría sugerirte varios candidatos.
Zara abrió la boca y después la cerró. No podía respirar y, definitivamente, no podía hablar. La idea de que su padre pensara que podía encontrarle un marido la trastornaba por completo. De repente, recordó que Hassan era el rey de Bahania y que, sin duda, podía hacer lo que quisiera.
– Agradezco tu oferta, pero creo que soy capaz de encontrar un marido por mi cuenta -dijo, finalmente.
– Sin embargo, todavía no lo has hecho.
– Lo sé. Es complicado.
Zara no quería hablar de Jon y de su compromiso roto. Y aunque le había hablado a Rafe sobre su ex novio homosexual, estaba segura de que él nunca revelaría sus secretos a nadie, ni siquiera al rey.
– En Bahania conocerás a muchos hombres. ¿No has ido a cabalgar con el duque de Netherton?
– La verdad es que no estoy buscando a un duque -declaró-. Y además, está el tema de mi vuelta a casa. ¿Qué voy a hacer con un marido entonces?
Hassan la miró con detenimiento.
– Estás en casa.