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– Bueno, eso forma parte del papel de una princesa…

– Estoy hablando en serio. No nos cree. Piensa que intentamos extorsionar el rey o algo parecido.

Zara se cruzó de brazos. Había pensado mucho en el viaje a Bahania y había considerado con detenimiento las distintas posibilidades. Estaba preparada para que el rey le dijera que no era su hija, para que no quisiera aceptarla o incluso para que la tomara por loca. Pero no para que alguien pensara que se había presentado en el país por dinero.

– ¿Por qué no se enamoró mamá de un banquero o de un ejecutivo? ¿Por qué tuvo que acostarse con el rey de Bahania?

Cleo no respondió. Resultaba evidente que no entendía la actitud de Zara.

En ese instante se abrió la puerta y reapareció Rafe, que preguntó:

– ¿Estáis preparadas?

Zara se quedó sin habla. Rafe ya le había parecido un hombre atractivo, pero en aquel momento, vestido con un traje muy elegante, le resultó absolutamente arrebatador.

Se había quitado el típico tocado de los países del Golfo Pérsico y ahora podía ver su cabello rubio, muy corto, severo y sexy a la vez. Su mandíbula era fuerte; su boca, perfecta; y aunque sus ojos resultaban tan fríos como antes, su mirada la estremeció de un modo indudablemente cálido.

Nunca se había sentido así ante ningún hombre. Estaba paralizada, incapaz de moverse e incluso incapaz de pensar.

Había viajado hasta el otro extremo del mundo para hablar con un hombre que podía ser su padre. Pero en el corto espacio de una hora, había cambiado varias veces de opinión, la habían tirado al suelo, la habían apuntado con una pistola, habían insinuado que era una cazafortunas e incluso se había quedado sin aliento ante un desconocido.

Y ni siquiera era mediodía.

Capítulo 2

GENIAL! Una limusina…

Cleo no pudo evitar el comentario de asombro cuando salieron del palacio y se encontraron ante el vehículo que los estaba esperando. Hasta Zara intentó animarse, porque a fin de cuentas era la primera vez que iba a subir a un coche tan lujoso, pero no lo consiguió; Rafe Stryker seguía muy cerca y ella apenas tenía energías para concentrarse en respirar.

Su propia reacción la tenia perpleja. No sabia por qué actuaba de ese modo. Ciertamente acababa de pasar por una situación impactante que habría puesto nerviosa a cualquier persona, pero ya había pasado un buen rato y no podía creer que su alteración se debiera sólo a eso. De hecho, estaba tan desesperada por encontrar una respuesta fácil que pensó que el golpe había sido más fuerte de lo que había imaginado y que tal vez tuviera una conmoción.

Cleo fue la primera en subir al vehículo; por desgracia para su hermana, se sentó junto al conductor y Zara no tuvo más remedio que compartir la parte de atrás con Rafe. Como el habitáculo era enorme, se apartó tanto como pudo. Necesitaba poner espacio entre los dos.

– Debería haberme quedado en casa -dijo en voz alta, antes de darse cuenta de lo que hacía.

Rafe la miró y dijo:

– Ahora es demasiado tarde.

Cuando el coche arrancó, Cleo se asomó por la ventanilla y dijo:

– Es verdad, es de color rosa. Cuando investigué sobre tu país, leí que lo llamaban el palacio rosa por esa razón, pero al llegar no le presté atención…

– No es que no le prestaras atención, es que no es de ese color -explicó él-. Es un efecto del mármol de las paredes; con determinadas condiciones de luz, se ve rosa en la distancia.

– Pues me gusta mucho -dijo Cleo-. Es una lástima que no haya podido ver a ninguno de los famosos gatos de palacio… ¿Es verdad que el rey tiene decenas?

Rafe asintió.

– Sí, es cierto. Se los considera una especie de tesoro nacional.

– Qué afortunados…

– Y dime, ¿dónde te informaste sobre Bahania? -preguntó el hombre.

Cleo se encogió de hombros.

– Sobre todo en Internet. Zara trabaja en la universidad y consiguió varios libros, pero el resto lo sacamos de la Red. Hay un montón de información sobre la historia del país y sobre la familia real. Incluso descargamos fotografías y cosas así.

Zara lamentó el comportamiento de su hermana porque pensaba que sólo serviría para empeorar las cosas. Después de su explicación, Rafe pensaría sin lugar a dudas que estaban allí para sacar dinero y que habían consultado la información de Internet para mejorar su plan. En realidad no le extrañaba demasiado, porque de haberse encontrado en su lugar, ella habría pensado lo mismo.

Cada vez estaba más convencida de que la mejor opción era volver a casa. Ya no tenia esperanza alguna de ver al rey, y por otra parte, se dijo que si había sobrevivido veintiocho años sin un padre, podía seguir viviendo en las mismas condiciones.

La limusina aparcó minutos después frente al hotel. Zara cayó en la cuenta de que ni su hermana ni ella le habían dado el nombre del establecimiento, así que supo que Rafe había obtenido la información por otros medios. Aquel hombre tenía tanto poder que se estremeció al pensarlo.

Rafe fue el primero en salir del vehículo. Se hizo a un lado y les abrió las portezuelas, educadamente.

– Has sido muy amable al acompañarnos -dijo Zara-. No te causaremos más problemas.

Sin embargo, Rafe no volvió a entrar en el coche. Lejos de eso, tomó del brazo a Zara y la llevó hacia la entrada.

– Me parece que tenemos más cosas de las que hablar.

Zara quiso protestar, pero sabía que no lograría convencerlo y decidió esperar hasta que se encontraran a solas. Entonces insistiría en que no tenía motivos para preocuparse por ellas y le aseguraría que volverían a Estados Unidos tan pronto como les fuera posible.

Entraron en el vestíbulo y se dirigieron al ascensor. La decoración del hotel era escasa, con apenas unos cuadros en las desvencijadas paredes y algunas plantas en las esquinas. No se podía decir que fuera un hotel precisamente elegante, pero estaba limpio.

Zara adivinó enseguida los pensamientos de Rafe y declaró:

– Que andemos escasas de presupuesto no significa que hayamos venido para sacar dinero. No tienes derecho a juzgarnos a la ligera.

Los ojos azules de Rafe se clavaron en ella y una vez más se sintió hechizada. Pero las puertas del ascensor se abrieron en aquel instante y la magia desapareció.

Cuando entraron, Cleo preguntó:

– ¿Conoces al rey?

– Sí.

La joven rió.

– Ya veo que no eres muy conversador… bueno, da igual que estés enfadado. Zara es realmente su hija. Tiene carras que lo demuestran y un anillo. Si quieres, puedes intentar demostrar que son falsos. Pero fracasarás y después no tendrás más remedio que aceptar la verdad.

Por primera vez desde que se habían separado del grupo de turistas, Zara se relajó un poco. Incluso pensó que la idea de marcharse no era tan buena como le había parecido.

– Tienes toda la razón, hermanita – dijo Zara.

– Por supuesto que la tengo. Ya sabes que soy algo más que una cara bonita.

Zara se volvió entonces hacia el hombre y preguntó:

– ¿Estás dispuesto a comprobar mi historia? ¿Lo harás a pesar de que ya has sacado tus propias conclusiones?

– Desde luego.

– ¿Y qué pasará cuando descubras que te has equivocado?

– Si eso sucede, ya hablaremos.

Treinta minutos más tarde, Rafe había empezado a cambiar de opinión. Había tenido ocasión de leer alrededor de una docena de cartas, y aunque estaban llenas de datos que cualquiera podía haber sacado de los libros o de una simple guía turística, la letra parecía realmente la del rey Hassan y su vocabulario era típicamente regio.

Sin embargo, el motivo de sus crecientes dudas era otro. Con el paso del tiempo había aprendido a confiar en su instinto, que no en vano le había salvado la vida en más de una ocasión. Y en aquel momento, a pesar de haber pensado que Zara y su hermana eran unas buscavidas, comenzaba a considerar la posibilidad de que dijeran la verdad.