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Estaba demasiado inquieto como para seguir en la cama y decidió levantarse. Caminó hasta la ventana y, desnudo, contempló el océano iluminado por la luna. Una y otra vez se repitió que no podía permitirse fantasear con echar raíces y entregar su corazón. Sabía que el amor sólo existía de manera superficial y que, tarde o temprano, la gente terminaba por alejarse.

Se volvió para mirar a Zara, que seguía durmiendo. Podía ver la curva de sus hombros y uno de sus pechos desnudos. La visión lo hizo temblar de deseo y sintió que algo vibraba en su interior. Como si quisiera más que sexo. Como si ella le importara de otra forma.

Pero intentó recordarse que no quería una relación emocional, que no quería compromisos a largo plazo ni lazos de ningún tipo. Estaba solo porque era lo que quería.

Zara se llevó un trozo de mango a la boca. Se sentía deliciosamente traviesa por salir a desayunar en bata, sin llevar puesto nada debajo.

– ¿Por qué sonríes? -preguntó Rafe.

Él ya se había duchado y vestido con unos pantalones de algodón y una camisa de lino. Estaba muy guapo y ella seguía sin poder creer lo que habían hecho la noche anterior.

– Tengo una buena mañana -contestó Zara, alegremente-. Estamos en una isla preciosa, oyendo el sonido de las olas y sin tener que preocuparnos por el mundo.

– Eso lo dices porque no eres quien va a perder la cabeza.

– El rey nunca se va a enterar. Yo no pienso decírselo y, a menos que lo pongas en tu informe diario, tampoco lo sabrá por ti.

– No escribo un informe diario -aclaró Rafe-. Pero en cuanto a lo que ocurrió anoche… ¿estás bien?

– Estoy bien.

La princesa era sincera. No sólo estaba bien sino que flotaba de felicidad. Su reacción no tenía nada que ver con el sexo; era feliz porque Rafe la hacía sentir bien.

– Tu padre ha vuelto a preguntar cuándo regresarás a Bahania -dijo Rafe-. Dudo que consiga contenerlo una semana más.

– ¿Estás diciendo que tengo que madurar y empezar a pensar en mi vida?

– Algo así.

– Pero tengo un trabajo esperándome. Al final del verano, esperan que regrese y vuelva a mis clases…

– Y tienes un padre que quiere conocerte -le recordó él-. Además, ser princesa no es sólo llevar joyas. Es un título que conlleva responsabilidades. Bahania es un país desarrollado, pero no perfecto. Por ejemplo, las mujeres siguen teniendo menos derechos y alguien con tu formación podría ayudar a cambiar esa situación.

– Crees que debería quedarme…

– Creo que perderías mucho si te marcharas. Además, ya no puedes volver a tu vida normal. Ahora eres la princesa Zara de Bahania y ya no podrás ser, simplemente, Zara Paxton.

– El problema es que me gusta ser Zara Paxton.

– A mí también.

– Bueno, no tengo que decidir ahora mismo. Tengo toda una semana para pensar -afirmó, mirando a Rafe con deseo-. ¿Qué quieres hacer el resto del día?

– No sigas con eso, Zara. Lo que ocurrió anoche no volverá a pasar.

– ¿Por qué? Ah, ya sé… He leído que los hombres necesitan cierto tiempo para recuperarse antes de poder hacer el amor otra vez. ¿Cuánto tiempo necesitas?

– ¿No se te ha ocurrido que nuestra relación puede complicar mucho las cosas?

– Los dos somos adultos y nos deseamos -observó-. ¿Qué hay de malo en eso?

Rafe se puso tenso. Zara podía verlo librando una batalla interior, pero no estaba segura de cuál sería el resultado. Ya habían sido amantes una vez y el daño estaba hecho. Lo amaba y se preguntaba por qué no podían aprovechar el tiempo que estuvieran juntos.

– Me vuelves loco.

Rafe se levantó y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse.

– ¿Qué hay del tiempo de recuperación? -preguntó ella.

Rafe soltó una carcajada y la apretó contra su cuerpo.

– No será un problema. Vamos. Te lo demostraré.

Capítulo 14

ZARA se acomodó en la silla. Era relativamente temprano en la isla, pero casi mediodía en Spokane.

– Te extraño -dijo cuando Cleo atendió el teléfono-. ¿No puedo convencerte para que vuelvas?

– Creía que estabas demasiado ocupada como para extrañarme -protestó su hermana-. ¿O es que ya te has aburrido de ser princesa?

Zara trató de sonreír.

– No es eso. Es que estoy tan confundida… Además, tú siempre sabes lo que hay que hacer.

– Y pensar que la gente cree que tú eres la inteligente…

Zara sabía que Cleo estaba bromeando, pero notó que había algo raro en el tono de su voz.

– ¿Estás bien? -preguntó- ¿Estás enfadada conmigo?

– No, nada de eso. Es que no pertenezco a ese lugar, Zara. Lo sabes. La forma en que crecí, lo que hago para vivir… No sé, creo que soy la última persona que encajaría en la realeza.

– Pero los príncipes estaban encantados contigo. Sadik, en especial.

– Eso no fue más que algo circunstancial.

Aunque Zara se preguntaba qué había pasado entre ellos, no quería entrometerse en los asuntos de su hermana. A veces, Cleo hablaba de su vida privada, y otras veces, se resistía a soltar prenda.

– Además -continuó Cleo-, eres tú la que has llamado, así que eres la que tiene el problema. No puedes darle la espalda al rey. Es tu padre, Zara, tu familia. Ahora que Fiona se ha ido, es todo lo que tienes.

– Te tengo a ti.

– Es distinto.

Zara había estado considerando su situación desde que Rafe había sacado el tema la semana anterior. Le había estado dando vueltas a lo que él le había dicho una y otra vez. Sin embargo, oír a su hermana diciéndole lo mismo la convencían de que en realidad no tenía opción.

– No quiero estar aquí sin ti.

Cleo soltó una carcajada.

– ¿Qué dices? Si cuando estaba allí ni siquiera notabas mi presencia porque estabas pendiente de tu guardaespaldas. Hablando de eso, ¿dónde está el apuesto jeque?

– Leyendo en el patio -contestó Zara, con una sonrisa de oreja a oreja-. Rafe es maravilloso. No puedo creer que me desee, pero lo hace. Varias veces al día. Me gusta de verdad, Cleo.

– Yo diría que no sólo te gusta.

– Es verdad. Lo amo. Jamás había sentido algo así por nadie. Quiero pasar el resto de mi vida con él.

– Pero no sabes cómo quebrar sus barreras, ¿no es así?

– Exactamente. ¿No tendrías alguna de tus ideas brillantes para ayudarme?

Cleo permaneció en silencio unos segundos y luego dijo:

– Por lo que me has dicho, supongo que Rafe desconfía de la gente que se interesa por él. Quizás, desde que sus padres murieron, nadie se preocupó por su suerte. Así que, ¿por qué debería confiar en ti?

– Coincido contigo. ¿Pero cómo hago para convencerlo de que no lo voy a dejar solo, como sus padres?

– Tendrás que probarlo tú misma.

– ¿Cómo?

– No lo sé.

– ¿Debería arrodillarme ante él y suplicarle que se case conmigo?

– Ésa no sería mi primera opción -declaró Cleo-. Sospecho que cualquier declaración romántica lo incomodaría.

– Estoy de acuerdo.

– Debo recordarte que existen muchas posibilidades de que las cosas no terminen bien entre vosotros -dijo Cleo-. ¿Crees que podrás soportarlo?

– Me partirá el corazón. Lo amo. No puedo imaginarme un mundo sin él.

– Entonces tienes graves problemas.

– Lo sé. Pero prefiero sufrir por él antes que no sentir nada por otro.

– Eso es una locura -le dijo Cleo-. Llámame en un par de días para contarme cómo siguen las cosas.

– Lo haré, lo prometo. Deséame suerte.

– Cariño, necesitarás mucho más que eso. Necesitarás un milagro.

Rafe sabía que estaba jugando con fuego. Podía leer la verdad en los ojos de Zara. Ella no había dicho nada, pero lo haría de un momento a otro y, entonces, él no sabría cómo reaccionar.