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– ¿Hay algo más? -preguntó él.

Zara estaba sentada en la cama de la habitación. Metió la mano en el bolso y sacó una nota de papel.

– Es una lista de las joyas que mi madre vendió a lo largo de los años. Además, también está esto…

Acto seguido, le enseñó un anillo de diamantes con la inscripción «Por siempre» en la parte interior.

La sensación de Rafe empeoró en aquel momento. Miró a Zara, que estaba sentada ante él con las manos en el regazo; llevaba un vestido de algodón, de color naranja, y sandalias. Su largo cabello le caía sobre la espalda y sin duda alguna se parecía mucho a la única hija del rey, la princesa Sabra, a quien también llamaban Sabrina.

Ciertamente, Sabrina no llevaba gafas y por lo demás mostraba una seguridad de la que Zara carecía. Pero la combinación de su parecido físico y de las pruebas que acababa de ver lo convencieron de que aquella mujer era, exactamente, quien decía ser. No quería ni pensar en lo que podría suceder cuando el rey lo supiera.

– ¿Tu madre te contó algo sobre tu padre?

– No gran cosa. Cuando preguntaba, se limitaba a contestar que estuvieron muy poco tiempo juntos, que él no llegó a conocerme y que ella no tuvo ocasión de hablarle de mí -respondió Zara-. En alguna ocasión le pregunté si me admitiría como hija si llegara a saber de mi existencia y ella contestó que sí, pero pensé que lo decía por animarme.

– ¿Y tú, Cleo? ¿A ti tampoco te contó nada?

Cleo sonrió.

– Me temo que yo no estoy emparentada con la realeza…

– Cleo y yo no somos hermanas de sangre, aunque nos sentimos como si lo fuéramos. Cleo es adoptada -explicó Zara.

– Es cierto. Fiona me llevó a casa cuando tenía diez años. Yo había perdido a mis padres, así que decidió adoptarme.

Cleo lo dijo con absoluta normalidad, pero Rafe supo, por el brillo de sus ojos, que aquella historia le dolía. En cualquier caso, era evidente que había dicho la verdad porque no se parecía nada a Zara.

– En realidad no fue así -le contradijo Zara-. Más que una adopción, fue amor a primera vista. En cuanto llegó, se convirtió en miembro de la familia.

– Comprendo -dijo Rafe.

Zara se levantó y caminó hacia el balcón.

– No puedo seguir con esto, no tiene sentido -dijo.

Cleo suspiró.

– Mi hermana se está comportando así desde que salimos de Spokane. Una cosa es decir que quieres conocer a tu padre, y otra bien distinta es conocerlo. Además, a ella no le agrada la idea de pertenecer a la realeza.

Rafe se levantó también y salió al pequeño balcón desde el que se contemplaba gran parte del centro de la ciudad. Estaban a finales de mayo y hacía un calor terrible, pero Zara se había apoyado en la barandilla, completamente ajena a ello, con la mirada perdida.

– No quiero que le digas nada al rey – dijo ella.

– No tengo elección -dijo él.

– ¿Por qué? Ya tiene una hija y no necesita otra -declaró, mirándolo-. Además, dudo que yo fuera una buena princesa.

– Lo harías bien, no te preocupes.

Rafe no sabía qué decir. Tenía la impresión de que Zara estaba a punto de romper a llorar.

– Entonces, ¿ahora crees que soy hija del rey?

– Sí, Zara. Creo que es muy posible que lo seas.

– Nunca pensé que pudiera ser así… sólo quería tener una familia de verdad, con primos y tíos y esas cosas -declaró, mientras contemplaba la ciudad-. Pero había imaginado una familia normal, no esto.

Rafe la miró y pensó que su perfil era precioso. Sin poder evitarlo, clavó la mirada en sus labios y en la curva de su cuello. Y en ese momento, sintió un estremecimiento que iba mucho más allá de un simple interés profesional por aquella mujer.

– Si quieres, podría facilitarte las cosas actuando como intermediario -se ofreció él-. Podría llevar las cartas y el anillo al rey y enseñárselos en privado. Tú no tendrías que estar presente y nadie mis lo sabría.

Ella se mordió el labio inferior.

– Supongo que ahora ya no puedo dar marcha atrás, ¿verdad?

– No habrías venido aquí si en el fondo no hubieras tomado ya una decisión -comentó él-. Tú misma has desencadenado los acontecimientos al presentarte en palacio.

– Sí, pero desear algo y hacerlo son dos cosas bien diferentes. Tal vez sería mejor que Cleo y yo nos marcháramos.

– Si haces eso, te arrepentirás el resto de tu vida.

– Puede que eso no sea tan malo. Aunque sé que tienes razón… Estoy aquí y quiero saber la verdad, así que acepto tu ofrecimiento. Si puedes llevarle las cartas y el anillo, te lo agradecería. Creo que no podría soportar que me rechazara en persona. Además, tampoco creo que fuera capaz de hablarle a un rey.

Rafe no tenía la menor idea de cómo reaccionaría el rey al saberlo, pero ahora estaba convencido de que Hassan era el padre de Zara, lo que podía implicar muchas complicaciones.

– ¿Y cómo sabes que te devolveré las cartas y el anillo?

Zara le sorprendió con una respuesta increíblemente ingenua:

– ¿Para qué los querrías tú?

– Oh, vamos, Zara… Eres tan confiada que no deberías viajar sola.

– No viajo sola, viajo con mi hermana.

– Ah, sí. Es como un ciego guiando a otro ciego.

Zara lo miró con cara de pocos amigos y se puso tan derecha como pudo, pero no le impresionó en absoluto. A fin de cuentas, él media más de un metro ochenta y cinco y era mucho más alto que ella.

– Cleo y yo nos las hemos arreglado perfectamente bien sin tu ayuda -le recordó.

– Ya lo veo. Y supongo que el detalle de que os atacaran en el palacio también formaba parte de vuestro plan -se burló.

– Eso ha sido culpa tuya, no mía.

– En una situación como la vuestra, hay que estar preparado para cualquier contingencia -observó.

Zara pensó que tenia razón, pero había una cosa que quería preguntarle y decidió hacerlo.

– ¿Es verdad que me parezco a la princesa Sabra?

– Tanto como para confundir a un guardia nuevo.

– Pero no a ti…

– No, no a mí. Siento haberte atacado, por cierto.

– Descuida, es lógico que lo hicieras. Pensaste que yo era una amenaza.

Al mirarla, Rafe se preguntó cómo era posible que hubiera pensado que aquella mujer podía suponer algún tipo de amenaza. Pero eso era lo que había hecho.

– Entonces, crees que existe la posibilidad de que sea la hija del rey, ¿no es cierto? -preguntó de nuevo, como para asegurarse.

– Si, eso creo. Por cierto, ¿qué sabes de tu nombre?

– No gran cosa, al margen de que es poco habitual en mi país. Pero si hubieras conocido a mi madre, no te sorprendería. No se puede decir que fuera la persona más convencional del mundo, ni mucho menos.

– Tu nombre no es simplemente original. Zara también era el nombre de la madre del rey Hassan.

Zara se estremeció como si de repente hiciera frío y Rafe lo comprendió de sobra. Había ido a Bahania para conocer a su padre e iba a recibir mucho más de lo que había imaginado.

Cuando Rafe se marchó, Zara comenzó a caminar de un lado a otro, nerviosa.

– Ha dicho que llamará en cuanto hable con el rey y que tal vez pueda verlo esta misma tarde. Pero, ¿qué clase de hombre podría ver a un rey con tanta facilidad?

– Un hombre con muchos contactos -dijo Cleo, sonriendo-. Pero no entiendo que te lo tomes a la tremenda… ¿Qué podría pasar? Si resulta que no eres hija del rey, disfrutaremos de unas vacaciones y volveremos tranquilamente a casa.

Zara sabía que su hermana tenía razón, pero en el fondo detestaba la idea de volver a casa sin padre.

– No pensé que pudiera ser tan complicado.- confesó.

– Si lo piensas bien, no es tan complicado. No ha cambiado nada.

Zara se sentó en la cama y pensó que Cleo se equivocaba en muchos sentidos. La vida no le parecía la misma desde que Rafe Stryker se había arrojado sobre ella. Ahora no podía dejar de pensar en sus preciosos ojos ni en lo que había sentido con su leve contacto.