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– Porque no podemos saber si es realmente su hija.

– Es cierto, aunque sospecho que lo es.

Por el brillo de sus ojos, Rafe notó que estaba deseando que lo fuera.

– Zara es algo tímida y creo que no está preparada para enfrentarse de repente al rey de un país. Y por otra parte, está el asunto de la prensa… Hasta que no estemos seguros, creo que sería mejor que mantengamos el asunto en secreto.

El rey asintió lentamente.

– Sí, comprendo tu punto de vista. ¿Qué sugieres entonces?

– Que se reúna con ella en algún lugar neutral. Tal vez en uno de los grandes hoteles de la ciudad. Podríamos reservar una de las suites y el servicio de seguridad podría encargarse de introducirlo discretamente mientras yo llevo a Zara.

Hassan miró la hora en su reloj de pulsera.

Muy bien, pero quiero que todo esté preparado para las cuatro en punto de la tarde. No esperaré más.

Rafe maldijo su suerte. Sólo tenía dos horas.

– Como quiera, Alteza. Me encargaré de todo.

– Creo que voy a vomitar – dijo Zara.

Se encontraba en mitad del enorme salón de la suite presidencial del hotel Bahanian Resort. A su izquierda, varios balcones ofrecían una magnifica vista del mar Arábigo, había intentado tranquilizarse contemplando las aguas, pero se encontraba en un piso tan alto que se mareaba.

La decoración de la suite ya habría sido suficiente para ponerla nerviosa. En el salón había cinco sofás y un piano de cola, así como multitud de mesas y mesitas de café. Cleo y ella ya se habían perdido dos veces en las distintas habitaciones, así que al final habían dejado de explorar el lugar porque temían que el rey llegara en cualquier momento y las descubriera atrapadas en un cuarto de baño o en un armario.

– No vomites, hermana. No le darías una buena impresión -bromeó Cleo.

Zara intentó sonreír, pero no podía.

– ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Es que nos hemos vuelto locas?

Cleo pasó una mano por uno de los sofás y respondió:

– No lo sé, Zara. Yo no le daba demasiada importancia al asunto, pero admito que ahora estoy asustada.

– Cuéntamelo a mí -dijo, mientras se sentaba-. Al menos, Rafe lo ha arreglado todo para que nos encontremos aquí en lugar de hacerlo en nuestro hotel.

– Sí, desde luego. Sospecho que el rey no ha estado en un hotel de dos estrellas en toda su vida. Por cierto, ¿te gustaría que te dijera que estás pálida?

– No, no me gustaría. En qué estaría pensando cuando decidí venir a este país…

– En que querías tener una familia -respondió, acomodándose a su lado.

– Tú eres mi familia. Y pase lo que pase hoy, quiero que lo recuerdes. Lo demás carece de importancia.

– Bueno, pero si el rey resulta ser tu padre y tú resultas ser una princesa, acuérdate de mi y regálame tus joyas cuando te aburras de ellas…

Zara rió.

– Está bien. Te las arrojaré cuando estén viejas y desgastadas.

– Excelente. Así podré llevarlas al trabajo.

Imaginar a Cleo con collares y anillos de diamantes mientras trabajaba en la tienda de fotocopias le resultó tan hilarante que consiguió relajarse un poco. Pero no le duró demasiado.

– No puedo hacerlo, Cleo…

– Claro que puedes. Pero si no consigues controlar tus deseos de vomitar, hazlo detrás de alguna planta mientras yo le cuento un chiste verde.

En ese momento, Rafe entró en el salón de la suite. Y un segundo después apareció un segundo hombre que reconoció de inmediato porque lo había visto en muchas fotografías. Un hombre que la miró como si ella fuera la criatura más sorprendente de la tierra.

La intensidad de su oscura mirada la puso aún más nerviosa.

– Alteza, le presento a la señorita Zara Paxton -dijo Rafe.

Cleo se apartó y los hombres avanzaron hacia Zara. El rey era algo más bajo que Rafe, pero mucho más alto que ella. Y tenía sus mismos ojos y su misma sonrisa.

– Mi hija, mi hija largamente perdida… -dijo él, abriendo los brazos-. La hija de mi amada Fiona. Bienvenida. Bienvenida a casa.

Antes de que pudiera saber lo que estaba pasando, el rey la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza. Zara intentó devolverle el gesto, pero estaba tan asustada que no se podía mover.

Aterrorizada, miró a Rafe en busca de ayuda. Él comprendió la situación y dijo:

– Tal vez deberíamos sentarnos y charlar sobre lo sucedido.

– Sí, es cierto -dijo el rey, tomando a Zara de la mano.

Zara no tuvo más remedio que sentarse junto al rey Hassan. No sabía cómo debía comportarse con un monarca, así que volvió a mirar a Rafe para que le echara una mano o le hiciera un gesto. Sin embargo, Rafe había descolgado el teléfono y estaba ordenando en aquel momento que les llevaran refrescos.

– No sé qué decir -dijo Zara-, Todo esto es tan extraño para mí… Supongo que Rafe le ha hablado de las cartas.

Hassan suspiró.

– Te pareces muchísimo a tu madre. Era una verdadera belleza, la mujer más bella del mundo.

Zara parpadeó y se colocó bien las gafas. Su madre había sido una mujer ciertamente bella, pero ella no había heredado sus maravillosos atributos ni su indudable encanto.

– Bueno, sí, soy tan alta como ella -dijo, mirando a Cleo-. Ah, pero todavía no ha conocido a mi hermana… Le presento a Cleo.

Cleo sonrió.

– Sólo soy su hermanastra. Fiona me adoptó. Pero debo añadir que no me importaría estar relacionada con un rey -bromeó.

El rey Hassan rió.

– Os doy la bienvenida a mi país. ¿Ésta es vuestra primera visita?

– Sí, para las dos. Hace mucho calor, pero es precioso -respondió Cleo-. Y debo confesar que es la primera vez que hablo con un rey… ¿Puedo preguntar cómo debo dirigirme a usted?

– Alteza es la forma adecuada -intervino Rafe.

En ese momento, alguien llamó a la puerta. Segundos después, varios miembros del servicio de seguridad dejaron bandejas con comida y bebidas en el salón.

Hassan y Cleo siguieron charlando unos segundos sobre cuestiones intranscendentes, ante la atenta mirada de Zara, que no podía creer que su hermana pudiera comportarse con tanta naturalidad en una situación como aquélla.

Rafe aprovechó la ocasión para acercarse a ella, darle un refresco y decirle en voz baja:

– Lo estás haciendo muy bien. Entonces, el rey sacó el anillo que Rafe le había dado.

– Le regalé este anillo a tu madre en nuestro primer aniversario. Quería asegurarme de que nunca me olvidaría -declaró.

– Y nunca le olvidó, puede estar seguro de ello – dijo Zara-. Pero Alteza, todo esto es muy extraño para mí… Antes de ir más lejos, tal vez deberíamos asegurarnos de que realmente soy su hija.

– Ya sé que eres mi hija. Te pareces muchísimo a Sabrina.

– ¿A quién?

– A la princesa Sabra. La llamamos Sabrina porque le gusta más ese nombre.

– Bueno, pero eso no demuestra que sea su hija…

– También tienes el anillo -le recordó el rey -. Lo sé, Zara, no le des más vueltas. Y por si fuera poco, lo siento en el corazón.

Hassan acarició una de las mejillas de Zara y siguió hablando.

– Tu madre era más joven que tú cuando nos conocimos. Yo también era joven, y muy orgulloso y seguro de mí mismo. Estaba de visita en Nueva York y fui a ver un espectáculo de Broadway; después de la representación asistí a una fiesta con los actores. Tu madre me había llamado la atención desde el preciso momento en que salió al escenario, así que me las arreglé para conocerla. Fue amor a primera vista.

Zara había intentado mantener la calma y controlar sus emociones, pero oír cosas sobre su madre empezaba a ser demasiado para ella. Fiona no solía hablar del pasado, y desde luego nunca de su padre.

– He visto fotografías de su época como actriz. Era muy bella…

– Más que eso. Tenía docenas de admiradores, pero nos gustamos en cuanto nos vimos. Sólo queríamos estar juntos, los dos solos, y siempre lo hacíamos cuando yo viajaba a tu país -dijo el rey, sonriendo con tristeza-. Le pedí que se casara conmigo, pero no quiso.