En consecuencia, sin soltar el asidero, dio un fuerte empujón con los pies.
Instantáneamente, dio una voltereta sobre sí mismo, sus pies volaron por encima de la cabeza, y aterrizó golpeándose de lleno la espalda contra la pared. El rebote parecía aún más fuerte, y sus manos se desencajaron del asidero. Voló por la sala de batalla, dando tumbos de un lado a otro.
Durante un momento desazonador trató de conservar su orientación arriba-abajo, intentando ponerse boca arriba, en busca de una gravedad que no existía. Entonces se obligó a sí mismo a cambiar su punto de vista. Se precipitaba contra una pared. Por lo tanto, eso era abajo. Y una vez más recuperó el control de sí mismo. No estaba volando, estaba cayendo. Era como si hubiera saltado de un trampolín. Podía elegir la forma de chocar contra la superficie.
«Voy demasiado rápido para agarrarme a un asidero y pararme, pero puedo atenuar el impacto, puedo salir despedido en ángulo si me giro cuando choque y uso los pies.»
No resultó ni mucho menos como había pensado. Salió despedido en ángulo, pero no era el que había calculado. Tampoco tuvo tiempo de hacerse ninguna consideración. Chocó contra otra pared, esta vez demasiado pronto para estar preparado. Pero, casi por casualidad, descubrió una forma de usar los pies para controlar el ángulo de rebote. Planeaba otra vez de un lado a otro de la sala, hacia unos chicos que seguían aferrados a la pared. Esta ve?, había aminorado su velocidad lo suficiente como para poder agarrarse a un barrote. Estaba en un ángulo insólito con respecto a los otros chicos, pero su orientación había cambiado una vez más y, tal como él los veía, estaban todos tendidos en el suelo, no colgando de una pared, y no era él quien estaba boca abajo, sino ellos.
—¿Qué intentas hacer, matarte? —le preguntó Shen.
—Haz la prueba —dijo Ender—. El traje impide que te hagas daño, y puedes controlar los rebotes con las piernas, así. —Y remedó el movimiento que había hecho.
Shen negó con la cabeza. No iba a intentar hacer una pirueta estúpida como ésa. Pero un chico despegó, no con tanta velocidad como lo había hecho Ender, porque no empezó dando una voltereta, pero sí con suficiente velocidad. Ender no necesitaba verle la cara para saber que era Bernard. Y, justo detrás de él, su mejor amigo, Alai.
Ender los vio cruzar la enorme sala, Bernard forcejeando para orientarse en la dirección que él consideraba el sucio, y Alai sometiéndose al movimiento y preparándose para rebotar en la pared. «No es de extrañar que Bernard se rompiera el brazo en el transbordador —pensó Ender—. Se tensa cuando vuela. Tiene pánico.» Ender se guardó la información para uso futuro.
Y más información. Alai no había tomado impulso en la misma dirección que Bernard. Se dirigía a una esquina de la sala. Sus caminos divergían más y más a medida que volaban, y mientras que Bernard hizo un aterrizaje torpe y estridente, y rebotó contra su pared, Alai rebotó oblicuamente contra las tres superficies de una esquina, y con ello conservó casi toda su velocidad y salió despedido con un ángulo inesperado. Alai dio gritos y alaridos, y lo mismo hicieron los chicos que le observaban. Algunos olvidaron que no pesaban y se soltaron de la pared para aplaudir, Ahora iban a la deriva en muchas direcciones, agitando los brazos, intentando nadar.
«Ese es otro problema —pensó Ender—. ¿Qué pasa si te quedas a la deriva? No puedes tomar impulso en ningún sitio.»
Sintió la tentación de dejarse ir a la deriva y tratar de resolver el problema haciendo la prueba. Pero observó a los otros, y no conseguía adivinar qué podía hacer que los otros no estuvieran haciendo ya.
Sujetándose al suelo con una mano, manoseaba la pistola de juguete que estaba prendida al traje por delante, justo debajo del hombro. Entonces se acordó de los cohetes de mano que utilizaban los marines cuando se lanzaban al abordaje de una estación enemiga. Sacó la pistola del traje y la examinó. Había apretado todos los botones en el dormitorio, pero la pistola no había respondido. «Quizá funcione en la sala de batalla.» No había ninguna instrucción. Ninguna etiqueta en los controles. El gatillo era obvio: como todos los niños, había tenido pistolas de juguete casi desde su infancia. Había dos botones al alcance del dedo pulgar, y varios más a lo largo de la parte inferior del cañón que eran casi inaccesibles si no se utilizaban las dos manos. Estaba claro que los dos botones cercanos al dedo pulgar estaban allí para ser utilizados.
Apuntó la pistola al suelo y apretó el gatillo. Notó que la pistola se calentaba instantáneamente; cuando soltó el gatillo, se enfrió rápidamente. Además, en la parte del suelo donde había apuntado apareció un diminuto círculo de luz.
Pulsó el botón rojo de la parte superior de la pistola y apretó el gatillo otra vez. Lo mismo que antes.
Después pulsó el botón blanco. Disparó un destello de luz potente que iluminaba una amplia zona, pero no con tanta intensidad. La pistola estaba bastante fría cuando el botón estaba apretado.
«El botón rojo la convierte en una especie de láser, pero no es un láser —había dicho Dap—, mientras que el botón blanco la convierte en una lámpara.» Ninguno de los dos sería de mucha ayuda a la hora de hacer maniobras.
«Entonces, todo depende del empujón inicial, del curso que tomes cuando partes. Eso significa que tendremos que aprender a controlar bien nuestros lanzamientos y rebotes o acabaremos flotando en medio de ninguna parte.» Ender recorrió la sala con la mirada. Unos cuantos chicos estaban a la deriva cerca de las paredes, agitando las manos para intentar agarrarse a un asidero. La mayoría estaba dándose topetazos unos contra otros y riendo; algunos estaban agarrados de la mano y dando vueltas en círculo. Sólo unos pocos, como Ender, estaban sujetos a las paredes, en calma, y observaban.
Vio que uno de ellos era Alai. Había acabado en otra pared, no demasiado lejos de Ender. Tomando impulso, Ender dio un empujón y se dirigió rápidamente hacia Alai. Una vez en el aire, se preguntó qué le diría. Alai era amigo de Bernard. ¿Qué podía decirle?
En cualquier caso, ya era demasiado tarde para cambiar de curso. Miró hacia el frente, y ensayó diminutos movimientos de las piernas y los brazos para controlar la dirección de su vuelo. Se dio cuenta demasiado tarde de que había apuntado demasiado bien. No iba a aterrizar cerca de Alai, iba a chocar contra él.
—¡Cógete a mi mano! —gritó Alai.
Ender extendió la mano. Alai absorbió el impacto y ayudó a Ender a hacer un aterrizaje suave contra la pared.
—Muy bien —dijo Ender—. Deberíamos practicar este tipo de cosas.
—Eso es lo que estaba pensando, pero ésos se están derritiendo como mantequilla —dijo Alai—. ¿Qué te parece si vamos hacia allá juntos? Podríamos impulsarles en direcciones opuestas.
—Vale.
—¿De acuerdo?
Daban por supuesto que las cosas podían no ir bien entre ellos. ¿Era correcto que hicieran algo juntos? La respuesta de Ender fue coger a Alai por la muñeca y prepararse para tomar impulso.
—¿Preparado?—dijo Alai—. ¡Ya!
Como tomaron impulso con diferente fuerza, empezaron a describir círculos uno alrededor del otro. Ender hizo unos cuantos ligeros movimientos con las manos y luego movió una pierna. Aminoraban la velocidad. Lo hizo otra vez. Dejaron de orbitar. Ahora iban a la deriva suavemente.
—Chico listo —dijo Alai. Era una gran alabanza—. Tomemos impulso antes de chocar contra ese corro.
—Y nos encontramos en aquella esquina. Ender no quería que se rompiera ese puente con el campamento enemigo.