—Silencio, señor Stilson —dijo la señorita Pumphrey.
Stilson sonrió desdeñosamente.
La señorita Pumphrey hablaba de la multiplicación. Ender garabateaba en la consola mapas de islas montañosas y pedía luego a la consola que las presentara en tres dimensiones desde todos los ángulos. Indudablemente, la profesora sabría que no estaba prestando atención, pero no le molestaría. El siempre se sabía la respuesta, incluso cuando ella creía que no estaba prestando atención.
En la esquina de su consola salió una palabra que empezó a desfilar a lo largo del perímetro de la consola. Estaba boca abajo y al revés al principio, pero Ender sabía lo que decía mucho antes de que llegara al borde inferior de la consola y se pusiera al derecho.
Ender sonrió. Era él quien había inventado la forma de enviar mensajes y hacerlos desfilar; aunque su enemigo secreto le llamara de todo, el método de envío se debía a él. No era culpa suya ser un Tercero. Había sido idea del gobierno. Ellos eran los que habían dado permiso. ¿Cómo si no podía haber ido a la escuela un Tercero como Ender? Y ahora el monitor no estaba. El experimento titulado Andrew Wiggin había fracasado después de todo. Estaba seguro de que, si pudieran, rescindirían la excepción que le había permitido nacer. «Como ha sido un fracaso, borremos todo el experimento.»
El timbre sonó. Todos desconectaron sus consolas o teclearon a toda prisa notas para sí mismos. Algunos volcaban lecciones o datos en los ordenadores de su casa. Unos pocos se reunían en las impresoras mientras salía impreso algo que querían mostrar. Ender extendió las manos sobre el teclado de tamaño infantil situado cerca del borde de la consola y se preguntó qué sensación produciría tener manos tan grandes como las de un mayor. Se deberían sentir grandes y torpes, con esos dedos gordos como muñones y esas palmas tan carnosas. Por supuesto, tenían teclados más grandes, pero ¿cómo iban a dibujar esos dedos gordos líneas tan finas como las que hacían los de Ender, unas líneas delgadas tan exactas que podía hacerles describir una espiral que daba sesenta y nueve vueltas desde el centro hasta el borde de la consola sin que las líneas se tocaran o se acercaran demasiado en ningún punto? Todo esto le distrajo mientras la profesora desgranaba una explicación aritmética. ¡Aritmética! Valentine le había enseñado aritmética cuando tenía tres años.
—¿Estás bien, Andrew?
—Sí, señorita.
—Perderás el autobús.
Ender asintió con la cabeza y se levantó. Los demás chicos se habían ido. Algunos estarían esperando, pero serían los malos. Su monitor no estaba encaramado en su nuca oyendo lo que él oía y viendo lo que él veía. Podrían decirle lo que quisieran. Ahora incluso podrían pegarle; nadie podría ya verlos y por lo tanto nadie acudiría en ayuda de Ender. El monitor tenía sus ventajas, y las echaría de menos.
Era Stilson, claro. No era más grande que la mayoría de los chicos, pero era más grande que Ender. Y tenía a otros a su lado. Siempre los tenía.
—Eh, Tercero.
«No respondas. No hay nada que decir.»
—Eh, Tercero, te hablamos a ti. Tercero, eh, medio insector, te hablamos a ti.
«No sé qué responder. Diga lo que diga, empeorará las cosas. También las empeorará no decir nada.»
—Eh, Tercero; eh, cagarro, te han cateado, ¿eh? Creías que eras mejor que nosotros, pero has perdido tu pequeño pajarito, Tercero, tienes un vendaje en la nuca.
—¿Me vais a dejar pasar? —preguntó Ender.
—¿Le vamos a dejar pasar? ¿Le dejaremos pasar? —Se echaron a reír—. Claro que te dejaremos pasar. Primero dejaremos pasar tu brazo, después pasará tu trasero, luego a lo mejor un trozo de la rodilla.
Los demás corearon «Has perdido el pajarito, Tercerito. Has perdido el pajarito, Tercerito.»
Stilson empezó a empujarle con una mano; alguien le empujó por detrás, hacia Stilson.
—¿A qué jugamos? —dijo uno de ellos.
—¡Tenis!
—¡Ping-pong!
Esto no iba a acabar bien. Y Ender decidió que prefería no ser él quien acabara mal. Cuando el brazo de Stilson volvió a extenderse para empujarle, Ender intentó agarrarle. Falló.
—Oh, me vas a pegar, ¿eh? Me vas a pegar, Tercerito.
Los que estaban detrás de Ender le sujetaron. Ender no tenía ganas de reírse, pero se rió.
—¿Quieres decir que hacen falta otros como tú para pegar a un Tercero?
—Nosotros somos personas, no Terceros, cara de cagarro. Tienes menos fuerza que un pedo. Pero le soltaron. En cuanto lo hicieron, Ender soltó una patada alta y fuerte que dio a Stilson justo en el esternón. El chico cayó. Ender se quedó sorprendido; no había pensado tirar al suelo a Stilson de una patada. No se le ocurrió pensar que Stilson no había tomado en serio una pelea como ésa, que no estaba preparado para un golpe tan desesperado.
Por un momento, los otros retrocedieron y Stilson siguió en el suelo, inmóvil. Todos se preguntaban si estaba muerto. Ender, sin embargo, trataba de descubrir la forma de anticiparse a la venganza, de evitar que mañana le atacaran todos juntos. «Tengo que vencer ahora, y para siempre, o tendré que pelearme todos los días y cada vez será peor.»
Ender conocía las reglas nunca dichas de la guerra entre hombres, aunque sólo tuviera seis años. Estaba prohibido golpear al oponente caído indefenso en el suelo; sólo un animal lo haría.
Precisamente por eso se acercó al cuerpo inerme de Stilson y le dio otra patada en las costillas, con saña. Stilson soltó un gemido y rodó hacia el otro lado. Ender caminó en torno a él y le dio otra patada, en los genitales. Stilson no pudo emitir ningún sonido; se limitó a doblarse, y de sus ojos surgieron lágrimas.
Entonces Ender miró a los otros fríamente.
—Es posible que se os pase por la cabeza la idea de atacarme en grupo. Es probable que me dierais una buena paliza. Pero no olvidéis lo que hago con los que intentan hacerme daño. En adelante, os pasaríais el tiempo preguntándoos cuándo os agarraré y qué haré con vosotros. —Dio una patada a Stilson en la cara. La sangre de la nariz salpicó el suelo—. No será así —dijo Ender—. Será peor.
Se dio la vuelta y se marchó. Nadie le siguió. Dobló una esquina y entró en el corredor que conducía a la parada del autobús. Podía oír a los chicos detrás de él, diciendo: «Miradle. Está deshecho». Ender apoyó la cabeza contra la pared del corredor y lloró hasta que llegó el autobús. «Soy como Peter. Quitadme el monitor y seré exactamente igual que Peter.»
2
PETER
—Ya se lo hemos quitado. ¿Que tal está?
—Vives dentro del cuerpo de alguien unos años y llegas a acostumbrarte. Ahora, miro su cara y no sé descifrarla. No estoy acostumbrado a ver sus expresiones faciales. Estoy acostumbrado a sentirlas.
—Deje de hablar como un psicoanalista. Somos soldados, no brujos. Acaba de verle despanzurrar al líder de una pandilla.
—Estuvo perfecto. No se limitó a pegarle, le dio una gran paliza. Igual que Mazer Rackham en…
—Ahórrese las explicaciones. O sea que, según el criterio del comité, pasa.
—Casi seguro. Veamos qué hace con su hermano, ahora que no tiene el monitor.
—Su hermano. ¿No le da miedo lo que su hermano va a hacer con él?
—Fue usted quien dijo que éste no era un asunto exento de riesgos.
—He repasado algunas cintas. No puedo evitarlo. Me gusta el chico. Creo que se lo vamos a poner muy difícil.
—Claro que sí. Es nuestro trabajo. Somos los brujos malvados. Prometemos golosinas pero nos comemos vivos a esos pequeños desgraciados.