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—No te preocupes. En realidad, hay nueve salas de batallas.

—No había oído hablar de las otras.

—Las nueve tienen la misma entrada. Todo el centro de la escuela, el cubo de la rueda, son salas de batalla. No giran con el resto de la estación. Esa es la razón de su gravedad cero, de su no gravedad: están quietas. Si no hay rotación, no hay abajo. Pero se las arreglan para que haya siempre una sala de batalla dando al corredor de entrada que usamos todos. Una vez que estás dentro, mueven el cubo y ponen otra sala de batalla en esa posición.

—Ah.

—Tal como dije. Nada más terminar de desayunar.

Se puso a andar.

—Petra —dijo Ender. Se dio la vuelta.

—Gracias.

Sin decir nada, se dio la vuelta otra vez y se fue por el pasillo.

Ender volvió a saltar a su litera y acabó de sacar el uniforme. Estaba desnudo en la cama, jugueteando con su nueva consola, intentando averiguar si habían hecho algo con sus códigos de acceso. Efectivamente, habían borrado su sistema de seguridad. Aquí no podía poseer nada, ni siquiera su consola.

Las luces se atenuaron un poco. Se acercaba la hora de dormir. Ender no sabía qué cuarto de baño tenía que utilizar.

—A la izquierda de la puerta —dijo el chico de la litera contigua—. Lo compartimos con Rata, Cóndor y Ardilla.

Ender le dio las gracias y comenzó a andar.

—Eh —dijo el chico—. No puedes ir así. En uniforme siempre que estés fuera de este dormitorio.

—¿Incluso para ir al lavabo?

—Especialmente. Y te está prohibido hablar con nadie de cualquier otra escuadra. En las comidas o en el lavabo. Puedes saltártelo algunas veces en la sala de batalla, y, naturalmente, cuando un profesor te lo diga. Pero si Bonzo te pilla, estás muerto. ¿Entendido?

—Gracias.

—Otra cosa. Bonzo se sale de sus casillas si estás desnudo delante de Petra.

—Estaba desnuda cuando llegué, ¿no?

—Ella hace lo que quiere, pero tú te vistes. Órdenes de Bonzo.

Era estúpido. Petra parecía todavía un chico, era una regla estúpida. La discriminaba, la hacía diferente, dividía a la escuadra. Estúpido. Estúpido. ¿Cómo llegó Bonzo a ser comandante si no sabía cosas así? Alai sería mejor comandante que Bonzo. Sabía aglutinar a un grupo.

«También yo sé aglutinar a un grupo —pensó Ender—. A lo mejor soy comandante algún día.»

En el lavabo, estaba lavándose las manos cuando alguien se dirigió a él.

—Eh. ¿Es que ahora meten bebés en los uniformes de Salamandra?

Ender no contestó. Se limitó a secarse las manos.

—Eh, mirad. ¡Salamandra está fichando bebés! Mirad esto. Podría pasar entre mis piernas sin rozarme los huevos.

—Porque no tienes, Dink, por eso —respondió alguien.

Cuando Ender salía, oyó a alguien decir:

—Es Wiggin. Ya sabes, el listillo de la sala de juegos.

Caminó por el corredor sonriendo. Podía ser pequeño, pero conocían su nombre. Por la sala de juegos, claro, lo que no quería decir nada. Pero ya verían. Iba a ser un gran soldado también. Todos conocerían su nombre, y pronto. Quizá no en la escuadra Salamandra, pero pronto.

Petra estaba esperando en el corredor que llevaba a la sala de batalla.

—Espera un poco —dijo a Ender—. Acaba de entrar la escuadra Conejo, y hay que esperar unos minutos hasta que cambie la sala de batalla.

Ender se sentó a su lado.

—El canje de sala de batalla implica algo más que simplemente cambiarla por la siguiente —dijo—. Por ejemplo, ¿por qué hay gravedad en el corredor justo antes de entrar a la sala?

Petra cerró los ojos.

—Y si las salas de batalla son realmente ingrávidas, ¿qué pasa cuando una está conectada? ¿Por qué no se mueve siguiendo la rotación de la escuela?

Ender asintió con la cabeza.

—Esos son los misterios —dijo Petra con un susurro ronco—. No metas la nariz en esos asuntos. Al último soldado que lo intentó le pasaron cosas terribles. Lo encontraron colgando de los pies del techo del lavabo, con la cabeza hundida en el váter.

—Así que no soy el primero que hace esa pregunta.

—No olvides esto, pequeño —dijo pequeño con un tono que parecía amistoso, no despreciativo—. Nunca te dicen más de lo que tienen que decirte. Pero cualquier chico con cabeza sabe que la ciencia ha cambiado bastante desde los días de Mazer Rackham y la Flota Victoriosa. Está claro que ahora podemos controlar la gravedad. Conectarla y desconectarla, cambiar su dirección, a lo mejor incluso reflejarla. He estado pensando en la cantidad de cosas que se podrían hacer teniendo armas gravitacionales y energía gravitacional en las astronaves. Y piensa cómo se podrían mover las astronaves en las cercanías de los planetas. Podrían incluso desgajar pedazos enormes del planeta reflejando sobre el planeta su propia gravedad, pero en otra dirección, y concentrándola en un punto pequeño. Pero no nos dicen nada.

Ender entendió más de lo que Petra había dicho. La manipulación de la gravedad era una cosa; el engaño de los oficiales era otra; pero el mensaje más importante era éste: el enemigo son los adultos, no las otras escuadras. No nos dicen la verdad.

—Ven, pequeño —dijo Petra—. La sala de batalla está lista. La mano de Petra no tiembla. El enemigo está muerto. —Emitió una risilla—. Me llaman Petra el poeta.

—También dicen que estás más loca que un cencerro.

—Mejor que te lo creas, culo de bebé.

Llevaba en una bolsa diez pelotas que harían de blanco. Ender agarraba su traje con una mano y la pared con la otra, para retenerla cuando lanzaba las pelotas, con fuerza, en diferentes direcciones. En la gravedad nula, cada una rebotó en una dirección.

—Suéltame —le dijo Petra.

Zarpó girando sobre sí misma; haciendo diestros movimientos con las manos, se detuvo, y comenzó a disparar a las pelotas una detrás de otra. Cuando acertaba a una, su resplandor cambiaba de blanco a rojo. Ender sabía que el cambio de color duraba menos de dos minutos. Sólo una pelota había vuelto a ser blanca cuando acertó a la última.

Rebotó con precisión en una pared y volvió a gran velocidad hacia Ender. Ender la agarró y le ayudó a contrarrestar su rebote: era una de las primeras técnicas que le habían enseñado siendo recluta.

—Eres muy buena —dijo.

—Nadie mejor que yo. Y vas a aprender a hacerlo.

Petra le enseñó a extender el brazo totalmente, a apuntar con todo el brazo.

—La mayoría de los soldados no se dan cuenta de que cuanto más lejos está el blanco, más tiempo hay que mantener el rayo en un círculo de aproximadamente dos centímetros. Es simplemente la diferencia entre una décima de segundo y medio segundo, pero en batalla eso es mucho tiempo. Muchos soldados creen que han errado el tiro, cuando en realidad estaban dando justo en el blanco pero se retiraban antes de tiempo. No se puede utilizar la pistola como una espada, zas-zas y cortar por la mitad. Tienes que apuntar.

Se sirvió del llama-pelotas para atraer los blancos, y luego los lanzó otra vez lentamente, uno por uno. Ender les disparó. Falló casi todos los tiros.

—Muy bien —dijo Petra—. No tienes ningún hábito malo.

—Tampoco tengo ninguno bueno —subrayó Ender.

—En eso te doy la razón.

No consiguieron mucho esa primera mañana. Casi todo fue hablar. Cómo pensar mientras se está disparando. Tienes que retener en la cabeza al mismo tiempo tu movimiento y el movimiento del enemigo. Tienes que mantener el brazo derecho y apuntar con el cuerpo para que, si te congelan el brazo, puedas seguir disparando. Averigua en qué punto del recorrido del gatillo se dispara la pistola, para que no tengas que apretar el gatillo hasta el fondo cada vez que disparas. Relaja el cuerpo, no te tenses, hace que tiembles.