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Esa fue la única práctica que Ender hizo ese día. En los ejercicios que hizo la escuadra por la tarde, a Ender se le ordenó que trajera su consola e hiciera sus deberes, sentado en un rincón de la sala. Bonzo tenía obligación de tener a todos sus soldados en la sala de batalla, pero no tenía obligación de utilizarlos.

De todas formas, Ender no hizo sus deberes. Si no podía hacer ejercicios como soldado, podía estudiar a Bonzo como comandante. La escuadra Salamandra estaba dividida en los cuatro batallones estándar de diez soldados cada uno. Algunos comandantes distribuían sus batallones de forma que el batallón A tenía los mejores soldados y el D los peores. Bonzo los había mezclado y todos tenían soldados buenos y soldados flojos.

Con la diferencia de que el B sólo tenía nueve chicos. Ender se preguntó quién habría sido transferido para dejarle su sitio. En seguida se puso de manifiesto que el jefe del batallón B era nuevo. No era extraño que Bonzo estuviera tan disgustado: había perdido un jefe de batallón para dar cabida a Ender.

Y Bonzo tenía razón en otra cosa: Ender no estaba preparado. Estuvieron toda la práctica haciendo maniobras. Batallones que no podían verse entre sí hacían operaciones precisas con una sincronización perfecta; los batallones hacían prácticas apoyándose los unos en los otros para hacer cambios súbitos de dirección sin romper la formación. Todos esos soldados daban por sabidas técnicas que Ender no conocía. La técnica de hacer un aterrizaje suave y absorber el impacto. Vuelos precisos. Corrección de la dirección utilizando a los soldados congelados que flotaban por la sala. Balanceos, giros, regates. Deslizamientos por las paredes, una maniobra muy difícil y a la vez una de las más útiles, pues impide que el enemigo pueda ponerse detrás.

Aunque Ender aprendió muchas cosas que no sabía, también vio cosas que se podían mejorar. Las formaciones perfectamente ensayadas eran un error. Permitían a los soldados obedecer instantáneamente las órdenes, pero eso significaba también que eran previsibles. Además, los soldados disfrutaban de muy poca iniciativa individual. Una vez establecido un modelo, tenían que seguirlo hasta el final. No había lugar para hacer reajustes en función de lo que hiciera el enemigo contra la formación. Ender estudió las formaciones de Bonzo como lo haría un comandante enemigo, buscando las formas de romperlas.

Esa noche, durante las horas de juego libre, Ender pidió a Petra que hiciera prácticas con él.

—No —le dijo—. Quiero llegar a ser comandante algún día y tengo que jugar en la sala de juegos.

Estaba extendida la creencia de que los profesores rastreaban los juegos y escogían allí a los potenciales comandantes. Ender lo dudaba. Los jefes de batallón tenían más posibilidades de demostrar lo que podrían hacer siendo comandantes que ningún jugador de vídeos.

Pero no discutió con Petra. La práctica que siguió al desayuno fue más que generosa. De todas formas, tenía que practicar. Y no podía practicar solo, con excepción de unas pocas técnicas básicas. La mayoría de las técnicas más difíciles requerían compañeros o equipos. Si por lo menos siguiera teniendo a Alai o a Shen para hacer prácticas con ellos…

¿Y por qué no podía practicar con ellos? No había oído nunca que un soldado hiciera prácticas con los reclutas, pero no había ninguna norma en contra. Simplemente, no lo había hecho nadie; había demasiado desprecio hacia los reclutas. Y de todas formas, a Ender se le seguía tratando como a un recluta. Necesitaba a alguien con quien practicar, y a cambio podría ayudarle a aprender las cosas que veía hacer a los chicos mayores.

—¡Atención, vuelve el gran soldado! —dijo Bernard.

Ender se detuvo en la puerta de su anterior cuartel. Sólo había estado fuera un día, pero le parecía ya un sitio extraño, y los chicos de su lanzamiento eran también extraños. Estuvo a punto de dar la vuelta y marcharse. Pero estaba Alai, que había convertido su amistad en algo sagrado. Alai no era un extraño.

Ender no hizo ningún esfuerzo para ocultar el trato que recibía en la escuadra Salamandra.

—Y tienen razón —dijo—. Soy más inútil que un estornudo en un traje espacial.

Alai se echó a reír, y otros reclutas comenzaron a rodearle. Ender propuso el trato. Juego libre, todos los días, trabajo duro en la sala de batalla, bajo su dirección. Ellos aprenderían cosas de las escuadras, de las batallas que pudiera ver Ender; y él podría hacer las prácticas que necesitaba para desarrollar sus técnicas de soldado.

—Nos formaremos juntos. Muchos chicos querían ir.

—De acuerdo —dijo Ender—. Pero aquí se viene a trabajar. El que se dedique a hacer el tonto, será expulsado. No tengo tiempo que perder.

No perdieron el tiempo. Ender mostró considerables dosis de torpeza al intentar describir lo que había visto, al intentar descifrar la forma de hacerlo. Pero para cuando terminó el tiempo del juego libre, habían aprendido algo. Estaban cansados, pero estaban cogiendo el truco a algunas técnicas.

—¿Dónde estabas? —preguntó Bonzo. Ender se puso firmes junto a la litera de su comandante.

—Haciendo prácticas en la sala de batalla.

—He oído que te llevaste contigo a unos cuantos de tu antiguo grupo de lanzamiento.

—No podía hacer prácticas solo.

—No voy a permitir que ningún soldado de la escuadra Salamandra ande por ahí con los reclutas. Ahora eres un soldado.

Ender le miró en silencio.

—¿Me has oído, Ender Wiggin?

—Sí, señor.

—No más prácticas con esos pedorros.

—¿Puedo hablar con usted en privado? —preguntó Ender.

Era una petición que los comandantes estaban obligados a conceder. Bonzo dejó traslucir su irritación en la cara, y condujo a Ender al corredor.

—Escucha, Wiggin, no quiero que estés aquí, estoy intentando librarme de ti, pero no me des problemas o te estamparé contra la pared.

«Un buen comandante —pensó Ender— no tiene necesidad de lanzar amenazas estúpidas.»

Bonzo se enfureció ante el silencio de Ender.

—Oye, me has pedido que saliera, habla entonces.

—Señor, hizo bien en no ponerme en ningún batallón. No sé hacer nada.

—No necesito que me digas lo que hago bien.

—Pero voy a convertirme en un buen soldado. No echaré a perder sus ejercicios regulares, pero voy a hacer prácticas, y voy a hacer prácticas con la única gente que está dispuesta a hacer prácticas conmigo, y esa gente es mi lanzamiento.

—Tú harás lo que yo te diga, imbécil.

—De acuerdo, señor. Cumpliré todas las órdenes que esté autorizado a darme. Pero el juego libre es libre. Nadie puede obligarme a hacer nada. Nada. Nadie.

Podía ver cómo se acaloraba Bonzo. El acaloramiento era malo. Ender era frío, y sabía aprovecharlo. Bonzo se acaloraba, luego lo aprovecharía.

—Señor, tengo que pensar en mi carrera. No interferiré en sus entrenamientos ni en sus batallas, pero alguna vez tengo que aprender. No le pedí que me pusiera en su escuadra, está intentando intercambiarme en cuanto pueda. Pero nadie me querrá si no sé hacer nada, ¿no? Permítame aprender algo y así se podrá librar de mí antes y conseguir a cambio un soldado que pueda servirle.

Bonzo no era tan estúpido como para que la ira le impidiera reconocer lo que tenía sentido cuando lo oía. De todas formas, no podía borrar su ira inmediatamente.

—Mientras estés en la escuadra Salamandra, obedecerás.

—Si intenta controlar mi tiempo de juego libre, puedo hacer que le frían.

Era probable que no fuera cierto. Pero era posible. Indudablemente, si Ender armaba jaleo, era concebible que Bonzo corriera el riesgo de perder su condición de comandante por interferir con el juego libre. Además, estaba claro que los oficiales veían algo en Ender, por algo le habían ascendido. A lo mejor tenía suficientes influencias entre los profesores para freír a alguien.