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—¡Cabrón! —dijo Bonzo.

—No es culpa mía que me haya dado esa orden delante de todos —dijo Ender—. Pero si quiere, haré como que usted ha ganado. Y mañana podrá decirme que ha cambiado de idea.

—No necesito que me digas lo que tengo que hacer.

Bonzo le odiaba, por su generosidad. Era como si Ender le estuviera obedeciendo como haciéndole un favor. Con descaro, y sin embargo no tenía alternativa. Ninguna alternativa. No se le ocurrió pensar que era por su culpa, por haber dado a Ender una orden que no era razonable. Lo Único que sabía era que Ender le había derrotado y que luego le había pasado la derrota por las narices mostrándose magnánimo.

—Algún día te pillaré —dijo Bonzo.

—Probablemente —dijo Ender.

Las luces se apagaron y la sirena sonó. Ender entró en el dormitorio con expresión de abatimiento. Derrotado. Irritado. Los demás chicos sacaron la conclusión obvia.

Y por la mañana, cuando Ender iba a desayunar, Bonzo le detuvo y le habló en voz alta:

—He cambiado de idea, renacuajo. A lo mejor aprendes algo haciendo prácticas con tus reclutas y puedo intercambiarte más fácilmente. Cualquier cosa con tal de librarme de ti cuanto antes.

—Gracias, señor —dijo Ender.

—De nada —susurró Bonzo—. Espero que salgas frito.

Ender sonrió agradecido y salió del dormitorio. Después del desayuno, practicó de nuevo con Petra. Se pasó la tarde observando los ejercicios de Bonzo e imaginando formas de destruir su escuadra. Durante el juego libre, él y Alai y los demás trabajaron hasta el agotamiento. «Puedo hacerlo —pensó Ender echado en la cama, con calambres en los músculos—. Puedo conseguirlo.»

La escuadra Salamandra tenía una batalla cuatro días después. Ender siguió a los soldados de verdad que corrían al trote por los corredores que llevaban a la sala de batalla. Había dos bandas en las paredes, la verde verde marrón de Salamandra y la negra blanca negra de Cóndor. Cuando llegaron al lugar donde había estado siempre la sala de batalla, hoy el corredor se dividía en dos, con la señalización verde verde marrón indicando hacia la izquierda y la negra blanca negra a la derecha. Otro giro a la derecha, y la escuadra se detuvo frente a una pared desnuda.

Los batallones formaron en silencio. Ender se quedó atrás. Bonzo estaba dando sus instrucciones.

—A se agarra a los asideros y sube. B a la izquierda, C a la derecha, D abajo.

Comprobó que los batallones estaban orientados siguiendo sus instrucciones, y luego añadió:

—Y tú, renacuajo, espera cuatro minutos y luego limítate a atravesar la puerta. Ni siquiera saques la pistola del traje.

Ender asintió con la cabeza. De repente, la pared que había detrás de el se hizo transparente. No era por lo tanto una pared, sino un campo de fuerza. La sala de batalla era diferente también. En el aire estaban suspendidas enormes cajas marrones, obstruyendo parcialmente la visión. Luego ésos eran los obstáculos que los soldados llamaban estrellas. Parecían estar distribuidas al azar. A Bonzo parecía no preocuparle dónde estaban. Aparentemente, los soldados ya sabían cómo desenvolverse con las estrellas.

Pero Ender, sentado observando la batalla desde el corredor, no tardó en darse cuenta de que no sabían desenvolverse con las estrellas. No sabían aterrizar con suavidad en una y utilizarla como cobertura, ni la táctica para asaltar la posición del enemigo en una estrella. No mostraron el más mínimo conocimiento de qué estrellas eran importantes. Se empeñaron en asaltar estrellas que podían haber pasado por alto deslizándose por las paredes hasta una posición más avanzada.

El otro comandante se aprovechaba del error estratégico de Bonzo. La escuadra Cóndor obligaba a los Salamandras a emprender costosos asaltos. Cada vez había menos Salamandras sin congelar para emprender el ataque a la siguiente estrella. Al cabo de cinco o seis minutos, estaba claro que la escuadra Salamandra no podría derrotar al enemigo atacándole.

Ender atravesó la puerta. Planeó ligeramente hacia abajo. Las salas de batalla en las que había hecho prácticas siempre tenían la puerta y el suelo al mismo nivel. En las batallas reales, sin embargo, la puerta estaba en el centro de la pared, a la misma distancia del suelo que del techo.

De golpe, se sintió reorientado, como había pasado en el transbordador. Lo que había estado abajo estaba ahora arriba, y ahora a un lado. En gravedad cero no había razón para seguir orientado de la misma forma que en el corredor. Mirando a las puertas perfectamente cuadradas, era imposible decir qué dirección era antes arriba. Y no importaba. Porque ahora Ender había dado con la orientación que tenía sentido. La puerta del enemigo estaba abajo. El objeto del juego era caer sobre la sede del enemigo.

Ender realizó los movimientos que le orientaran en su nueva dirección. En vez de estar totalmente desplegado, presentando todo su cuerpo al enemigo, Ender iba ahora con las piernas apuntando hacia el enemigo. Era un blanco mucho más pequeño.

Alguien lo vio. Al fin y al cabo, iba a la deriva en el espacio abierto. Instintivamente, levantó las piernas. En ese momento le irradiaron, y las perneras de su traje se congelaron en esa posición. Sus brazos seguían descongelados, pues sin un impacto directo en el cuerpo sólo se congelaban los miembros que habían sido acertados. Ender se dio cuenta de que si no hubiera presentado sus piernas al enemigo, le habrían dado en el cuerpo. Habría quedado inmovilizado.

Como Bonzo le había ordenado no sacar el arma, Ender siguió a la deriva, sin mover la cabeza ni los brazos, como si le hubieran congelado también. El enemigo le ignoraba y concentraba el fuego en los soldados que estaban disparando. Era una batalla amarga. Inferior en número ahora, la escuadra Salamandra cedía terreno poco a poco. La batalla se desintegró en una docena de enfrentamientos individuales. La disciplina de Bonzo daba ahora sus frutos, pues cada Salamandra congelado se llevaba por delante por lo menos un enemigo. Nadie corrió o se dejó llevar por el pánico, todos permanecían en calma y apuntaban con cuidado.

Petra era especialmente mortífera. La escuadra Cóndor se dio cuenta y puso todo su empeño en congelarla. Congelaron primero el brazo con que disparaba, y su retahíla de maldiciones sólo fue interrumpida cuando la congelaron totalmente y su casco se cerró sobre su mandíbula. En unos minutos, todo había acabado. La escuadra no ofrecía más resistencia.

Ender advirtió con placer que Cóndor sólo podía reunir los cinco soldados mínimos necesarios para abrir la puerta a la victoria. Cuatro de ellos tocaron con sus cascos los puntos iluminados de las cuatro esquinas de la puerta de Salamandra, mientras el quinto atravesaba el campo de fuerza. Aquello ponía fin al juego. Las luces volvieron a brillar con la luminosidad máxima, y Anderson salió por la puerta de profesores.

«Podía haber sacado la pistola —pensó Ender— cuando el enemigo se acercaba a la puerta. Podía haber sacado la pistola y disparado a uno de ellos, y no habrían quedado suficientes. El juego podía haber acabado en empate. Sin cuatro nombres para tocar las cuatro esquinas y un quinto hombre para atravesar la puerta, Cóndor no habría conseguido la victoria. Bonzo, estúpido de mierda, te podía haber salvado de esta derrota. A lo mejor incluso la habría convertido en una victoria, pues estaban sentados ahí, blancos fáciles, y al principio no habrían sabido de dónde venían los tiros. No soy tan mal tirador como para no hacer eso.»

Pero las órdenes eran las órdenes, y Ender había prometido obedecer. Le produjo cierta satisfacción el hecho de que el recuento oficial de la escuadra Salamandra presentaba, no los esperados cuarenta y un eliminados o inutilizados, sino cuarenta eliminados y un dañado. Bonzo no lo entendía, hasta que consultó el libro de Anderson y descubrió quién era. «Dañado, Bonzo —pensó Ender—. Todavía podía disparar.» Esperaba que Bonzo se le acercara y le dijera: «La próxima vez, si pasa lo mismo, puedes disparar.» Pero Bonzo no le dijo absolutamente nada hasta la mañana siguiente, después del desayuno. Naturalmente, Bonzo comió con el grupo de comandantes, pero Ender estaba bien seguro que el extraño marcador causaría tanto revuelo allí como había causado en el comedor de los soldados. En todos los juegos que no terminaban en empate, todos los miembros del equipo perdedor quedaban eliminados (totalmente congelados) o inutilizados, lo que significaba que seguían teniendo algunas partes del cuerpo sin congelar pero no podían disparar o infligir ningún daño al enemigo. La escuadra Salamandra era la única escuadra vencida con un hombre en la clasificación Dañados pero Activos. Ender no adelantó ninguna explicación, pero los otros miembros de la escuadra Salamandra hicieron público por qué había ocurrido eso. Y cuando le preguntaron por qué no había desobedecido las órdenes y disparado, respondió con calma: «Yo obedezco las órdenes.»