Esa noche fue la primera vez que Ender fue a una sesión práctica tras toda una tarde de trabajo. Estaba cansado.
—Ahora que estás en una escuadra de verdad —dijo Alai—, no necesitas seguir haciendo prácticas con nosotros.
—Vosotros me podéis enseñar cosas que no sabe nadie —dijo Ender.
—Dink Meeker es el mejor. He oído decir que es tu jefe de batallón.
—Manos a la obra entonces. Os enseñaré lo que me ha enseñado hoy.
Hizo que Alai y dos docenas más ejecutaran los mismos ejercicios que le habían ocupado toda la tarde. Pero puso nuevos toques en las acciones, hizo que los chicos intentaran maniobrar con una pierna congelada, con las dos piernas congeladas, o que utilizaran a otros chicos congelados como punto de apoyo para cambiar de dirección.
A mitad de la práctica, Ender divisó a Petra y Dink juntos, en la puerta, observando. Después, cuando volvió a mirar, ya se habían ido.
«Así que me están observando, y se sabe lo que hacemos…», se dijo. No estaba seguro de que Dink fuera su amigo; creía que Petra lo era, pero allí nada era seguro. Podía molestarles que hiciera algo que se suponía que sólo podían hacer los comandantes y los jefes de batallón: adiestrar y entrenar soldados. Podría ofenderles que un soldado estuviera tan estrechamente unido a los reclutas. Le ponía nervioso que hubiera chicos mayores mirando.
—Creí que te había dicho que no jugaras con la consola. —Rose el Narizotas estaba de pie junto a la litera de Ender.
Ender no levantó la vista.
—Estoy terminando los deberes de trigonometría de mañana.
Rose golpeó con la rodilla la consola de Ender.
—Te dije que no la usaras.
Ender dejó la consola en la litera y se levantó.
—La trigonometría me hace más falta que tú.
Rose le llevaba a Ender más de cuarenta centímetros. Pero Ender no estaba demasiado preocupado. «No llegará a la violencia física, y si lo hace —pensó Ender— sabré arreglármelas.» Rose era flojo, y no conocía ningún tipo de lucha cuerpo a cuerpo.
—Ahora bajarás puestos en la clasificación, nene —dijo Rose.
—Eso espero. Sólo encabezaba la lista por la forma estúpida en que Salamandra me usaba.
—¿Estúpida? La estrategia de Bonzo le ha hecho ganar un par de juegos claves.
—La estrategia de Bonzo no ganaría a un muerto. Cada vez que yo disparaba, lo hacía violando órdenes.
Rose no lo sabía, y eso le molestó.
—Así que todo lo que dijo Bonzo sobre ti era mentira. No sólo eres pequeño e incompetente, sino que además eres un insubordinado.
—Pero convertí una derrota en unas tablas, yo solo.
—Ya veremos qué haces tú solo la próxima vez.
Rose se fue.
Uno de los compañeros de batallón de Ender movió la cabeza despreciativamente.
—Eres más tonto que mandarte hacer de encargo.
Ender miró a Dink, que estaba jugueteando con su consola. Dink levantó la vista, advirtió la mirada de Ender, y le miró a su vez fijamente. Ni una palabra. Nada. «De acuerdo —pensó Ender—, puedo cuidarme solo.»
La batalla llegó dos días más tarde. Era la primera vez que Ender luchaba formando parte de un batallón; estaba nervioso. El batallón de Dink se alineó contra la pared derecha del corredor y Ender tuvo mucho cuidado de no apoyarse, de no inclinarse hacia los lados. «Mantente en equilibrio…»
—¡Wiggin! —gritó Rose el Narizotas.
Ender sintió que el terror le recorría desde la cabeza a los pies, como un hormigueo que le hizo estremecerse. Rose lo vio.
—¿Tiemblas? ¿Tiritas? No te cagues en los pantalones, reclutilla. —Rose enganchó un dedo en la culata de la pistola de Ender y tiró de él hacia el campo de fuerza que ocultaba la visión de la sala de batalla—. Ahora veremos lo bueno que eres, Ender. En cuanto se abra la puerta, saltas y vas derecho hacia la puerta del enemigo.
Suicidio. Autodestrucción sin sentido, sin objeto. Pero ahora tenía que seguir las órdenes, esto era una batalla, no la escuela. Durante un momento Ender se dejó llevar por la ira, pero se calmó pronto.
—Excelente, señor —dijo—. Sólo tengo que disparar la pistola contra su principal contingente de tropas.
Rose se rió.
—No tendrás tiempo de disparar nada, renacuajo.
La pared se esfumó. Ender dio un salto hacia arriba, se agarró a los asideros del techo y se arrojó al interior, hacia abajo, dirigiéndose a toda velocidad hacia la puerta del enemigo.
Era la escuadra Ciempiés, y casi no habían empezado a aparecer por su puerta cuando Ender estaba ya en el centro de la sala de batalla. Muchos pudieron ponerse a cubierto rápidamente detrás de estrellas, pero Ender tenía las piernas dobladas y, sujetando la pistola en la ingle, disparaba entre las piernas y congelaba a muchos a medida que salían.
Irradiaron sus piernas, pero dispuso de tres preciosos segundos antes de que le dieran en el cuerpo y le pusiera fuera de combate. Congeló a unos cuantos más y luego extendió los brazos en la misma dirección pero en sentidos opuestos. La mano que sujetaba la pistola acabó apuntando hacia el núcleo central de la escuadra Ciempiés. Disparó a la masa de enemigos, y entonces le congelaron.
Un segundo más tarde chocó contra el campo de fuerza de la puerta del enemigo y rebotó con una rotación inusitada. Aterrizó contra un grupo de soldados enemigos que estaban detrás de una estrella. Le empujaron hacia afuera y giró a mayor velocidad todavía. Rebotó de un lado a otro del campo de batalla, fuera de control, aunque la fricción del aire le hacía perder velocidad poco a poco. No había forma de saber cuántos soldados había congelado antes de que le helaran, pero sí pudo darse cuenta de que la escuadra Rata ganaba otra vez, como siempre.
Después de la batalla, Rose no le dirigió la palabra. Ender seguía siendo el primero de la clasificación, pues había congelado a tres, inutilizado a dos y dañado a siete. No se habló más de insubordinación ni de que Ender pudiera usar o no su consola. Rose permaneció en su parte del cuartel y le dejó en paz.
Dink Meeker comenzó a practicar la salida instantánea del corredor: el ataque de Ender contra el enemigo cuando aún estaba saliendo por la puerta había sido devastador. «Si un solo hombre puede hacer tanto daño, imaginaos lo que puede hacer un batallón entero.» Dink consiguió que el mayor Anderson dejara abierta una puerta del centro de la pared incluso durante las sesiones prácticas, en vez de la puerta situada a nivel del suelo, y pudieron hacer prácticas de lanzamiento en las condiciones de batalla. Se corrió la voz. De ahora en adelante nadie podría demorarse en el corredor cinco, diez o quince segundos para hacer los últimos preparativos. El juego había cambiado.
Más batallas. Esta vez Ender desempeño el papel de un soldado normal de un batallón. Cometió errores. Se perdieron escaramuzas. Descendió del primer lugar de la clasificación al segundo, y después al cuarto. Después cometió menos errores y empezó a sentirse a gusto en el entramado del batallón, y volvió a ocupar el tercer lugar, después el segundo, después el primero.
Una tarde se quedó en la sala de batalla después de la práctica. Había advertido que Dink Meeker solía llegar tarde a cenar, y supuso que se quedaba haciendo prácticas adicionales. Ender no tenía mucha hambre y quería ver lo que hacía Dink cuando nadie lo veía.
Pero Dink no hacía ningún ejercicio. Se quedó junto a la puerta, mirando a Ender.
Ender se quedó en el interior de la sala, mirando a Dink.
Ninguno de los dos habló. Estaba claro que Dink esperaba a que Ender se marchara. Y estaba igual de claro que Ender estaba diciendo no.
Dink dio la espalda a Ender, se quitó metódicamente su traje refulgente y, con suavidad, tomó impulso en el suelo y despegó. Planeó a la deriva lentamente hacia el centro de la sala, muy lentamente, con el cuerpo casi totalmente relajado, como si sus brazos y sus manos estuvieran ceñidas por corrientes de aire casi imperceptibles.