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Tras la velocidad y tensión de la práctica, tras tanto agotamiento, tanta alerta, era relajante verle planear. Tardó unos diez minutos en llegar a otra pared. Entonces tomó impulso casi con brusquedad, volvió a su traje refulgente y se lo puso.

—Vamos —dijo a Ender.

Fueron al cuartel. El dormitorio estaba vacío, pues todos los chicos estaban cenando. Cada uno se fue a su litera y se puso su uniforme normal. Ender se dirigió a la litera de Dink y esperó hasta que estuviera listo para salir.

—¿Por qué esperabas? —preguntó Dink.

—No tenía hambre.

—Ahora ya sabes por qué no soy comandante.

Ender se lo había preguntado.

—En realidad, me ascendieron dos veces, y me negué.

—¿Te negaste?

—Se llevaron mi casillero, mi litera y mi consola, me asignaron una cabina de comandante y me dieron una escuadra. Pero me quedé en la cabina hasta que se dieron por vencidos y me volvieron a poner en la escuadra de otro.

—¿Por qué?

—Porque no les voy a permitir que me lo hagan. No me puedo creer que te hayas dejado cegar por toda esta porquería, Ender. De todas formas, eres demasiado joven. El enemigo no son las otras escuadras. El enemigo son los profesores. Nos obligan a pelearnos unos con otros, a odiarnos unos a otros. El juego lo es todo. Vencer, vencer, vencer. No lleva a nada. Nos estamos matando, nos estamos volviendo locos intentando vencernos unos a otros, y, mientras tanto, esos desgraciados nos observan, nos estudian, descubren nuestros puntos débiles, deciden si somos suficientemente buenos o no. Buenos, ¿para qué? Tenía seis años cuando me trajeron aquí. ¿Qué podía saber a esa edad? Ellos decidieron que yo era bueno para el programa, pero nadie me preguntó si el programa era bueno para mí.

—¿Por qué no te vas a casa entonces? Dink sonrió tortuosamente.

—Porque no puedo dejar el juego. —Dio un manotazo a su traje refulgente, tirado en la litera—. Porque amo esto.

—¿Por qué no ser comandante entonces? Dink negó con la cabeza.

—Nunca. Mira lo que le está haciendo a Rose. Ese chico está loco. Rose de Nose duerme con nosotros en vez de dormir en su cabina. ¿Por qué? Porque le asusta estar solo, Ender. Le asusta la oscuridad.

—¿A Rose?

—Pero le hicieron comandante y tiene que actuar como tal. No sabe lo que hace. Gana, pero eso es lo que más le asusta, porque no sabe por qué gana, excepto que yo tengo algo que ver con ello. Alguien podría averiguar en cualquier momento que Rose no es el mágico general israelí que siempre vence. No sabe por qué se gana o se pierde. Nadie lo sabe.

—Eso no quiere decir que esté loco.

—Ya veo, sólo has estado aquí un año y te crees que esta gente es normal. Pues no lo es. No lo somos. He mirado en la biblioteca, he consultado libros en mi consola. Libros antiguos, porque no nos dejan ver nada reciente, pero me he hecho una idea de lo que es un niño, y nosotros no somos niños. Los niños pierden de vez en cuando, y a nadie le preocupa. Los niños no están en escuadras, no son comandantes, no mandan a más de cuarenta chicos, eso es más de lo que un niño puede soportar sin volverse loco.

Ender intentó recordar cómo eran los otros niños, los de su clase de la escuela, allá en la ciudad. Pero sólo se acordaba de Stilson.

—Tengo un hermano. Un chico normal. Lo único que le importa son las chicas. Y volar. Quería volar. Solía jugar a la pelota con los chicos. Un juego de velocidad, lanzar pelotas a una canasta, driblar a los otros chicos por los corredores hasta que los encargados de mantener el orden te confiscaban la pelota. Nos lo pasábamos muy bien. Me estaba enseñando a driblar cuando me trajeron aquí.

Ender se acordó de su propio hermano, y sus recuerdos no eran agradables.

Dink confundió la expresión de la cara de Ender.

—Eh, ya sé que no se debe hablar de casa. Pero venimos de algún sitio. La Escuela de Batalla no nos ha creado, ya lo sabes. La Escuela de Batalla no crea nada. Sólo destruye. Y todos nos acordamos de cosas de nuestra casa. Tal vez no sean cosas agradables, pero nos acordamos y entonces mentimos y fingimos que… Escucha, Ender, ¿por qué nadie habla de casa, nunca} ¿No te dice eso que es importante? Que nadie admita nunca que… ¡Dios mío!

—Tienes razón —dijo Ender—. Precisamente estaba pensando en Valentine. Mi hermana.

—No quería ponerte triste.

—Estoy bien. No pienso mucho en ella, porque siempre me pongo… así.

—¿Por qué no lloramos nunca? ¡Dios!, no había pensado en eso. Aquí no llora nadie. Intentamos ser adultos. Igual que nuestros padres. Juraría que tu padre era corno tú. Juraría que era tranquilo y lo aguantaba todo, y luego explotaba.

—No soy como mi padre.

—Entonces, puede que esté equivocado. Pero fíjate en Bonzo, tu anterior comandante. Es un caso grave de honor español. No puede permitirse ninguna debilidad. Ser mejor que él es un insulto. Ser más fuerte que él es como cortarle los huevos. Por eso te odia, porque no sufriste cuando te castigó. Te odia por eso, y quiere matarte. Está loco. Todos están locos.

—¿Y tú no?

—Loco también, amiguito, pero cuando estoy demasiado loco, floto en el espacio, solo, y la locura sale a flote y se va, se pega a las paredes y no sale hasta que hay una batalla y los niños pequeños chocáis contra las paredes y salpicáis la locura.

Ender se rió.

—Y tú también estás loco —dijo Dink—. Venga, vamos a comer.

—Tal vez puedas ser comandante y no volverte loco. SÍ sabes lo que es la locura, tal vez no caigas en ella.

—No voy a permitir que esos desgraciados me dirijan, Ender. También a ti te tienen en sus manos, y no tienen intención de tratarte con mucha amabilidad. Mira lo que te han hecho hasta ahora.

—Lo único que han hecho es ascenderme.

—Y con eso y un bizcocho, a ser feliz, ¿no? Ender se rió y negó con la cabeza.

—A lo mejor tienes razón.

—Creen que te tienen a su merced. No se lo permitas.

—Pero vine por eso —dijo Ender—. Para que me convirtieran en un instrumento. Para salvar al mundo.

—No me puedo creer que sigas creyendo todo eso.

—¿Creerme qué?

—La amenaza de los insectores. Salvar el mundo. Escucha, Ender, si los insectores tuvieran intención de venir a por nosotros, ya estarían aquí. No nos van a invadir otra vez. Les vencimos y se han ido para siempre.

—Pero los vídeos…

—Todos son de la Primera y Segunda Invasión. Tus abuelos no habían nacido cuando Mazer Rackham les borró del mapa. Observa. Todo es falso. No hay ninguna guerra. Nos están tomando el pelo.

—Pero, ¿por qué?

—Porque mientras la gente tenga miedo a los insectores, la F.I. seguirá en el poder, y mientras la F.I. siga en el poder, ciertos países podrán mantener su hegemonía. Pero sigue mirando los vídeos, Ender. La gente descubrirá el juego muy pronto y habrá una guerra civil que acabe con todas las guerras. Esa es la amenaza, Ender, no los insectores. Y en esa guerra, cuando llegue, tú y yo no seremos amigos. Porque tú eres norteamericano, como nuestros queridos profesores, y yo no.

Fueron al comedor y comieron mientras hablaban de otras cosas. Pero Ender no podía dejar de pensar en lo que había dicho Dink. La Escuela de Batalla era tan absorbente, el juego era tan importante en las mentes de los niños que Ender había olvidado que había un mundo exterior. Honor español. Guerra civil. Política. La Escuela de Batalla era sólo un puntito, ¿no?

Pero Ender no llegó a las mismas conclusiones que Dink. Los insectores eran reales. La amenaza era real. F.I. controlaba muchas cosas, pero no controlaba los vídeos ni las redes. No donde Ender se había criado. En casa de Dink, en los Países Bajos, tras tres generaciones bajo la hegemonía rusa, quizás estuviera controlado todo, pero Ender sabía que las mentiras no duraban mucho en Norteamérica. Eso creía.