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Lo creía, pero la semilla de la duda estaba ahí, y permaneció, y de vez en cuando echaba una pequeña raíz. Esa semilla que crecía lo cambió todo. Hizo que Ender prestara más atención a lo que la gente quería decir, no a lo que decía. Le hizo más sabio.

No había muchos chicos en la práctica nocturna, ni siquiera la mitad.

—¿Dónde está Bernard? —preguntó Ender. Alai esbozó una sonrisa. Shen cerró los ojos y puso cara de meditación trascendental.

—¿No te has enterado? —dijo otro chico, un recluta de un grupo de lanzamiento más reciente—. Se ha corrido la voz de que los reclutas que vengan a tus sesiones prácticas nunca llegarán a ser nada en ninguna escuadra. Se ha corrido la voz de que los comandantes no quieren soldados que hayan sido estropeados por tu entrenamiento. Ender negó con la cabeza.

—Pero tal como yo lo veo —dijo el recluta—, si hago todo lo que pueda para ser un buen soldado, a los comandantes les importará un bledo, me ficharán, ¿a que sí?

—Sí—dijo Ender con determinación.

Siguieron haciendo prácticas. Aproximadamente media hora después, cuando estaban probando colisiones con soldados congelados, entraron varios comandantes de diferentes uniformes. Anotaron ostensiblemente sus nombres.

—Eh —gritó Alai—. Asegúrate que escribes bien mi nombre.

La noche siguiente había todavía menos chicos. Y Ender empezó a oír historias: reclutas abofeteados en los lavabos, o que habían sufrido accidentes en el comedor y en la sala de juegos, o con sus ficheros violados por chicos mayores que habían roto el primitivo sistema de seguridad que guardaba las consolas de los reclutas.

—Esta noche no hay práctica —dijo Ender.

—¿Cómo que no? —dijo Alai.

—Dejémoslo por unos días. No quiero que ningún chico salga herido.

—Si lo dejas, aunque sólo sea una noche, se creerán que este tipo de cosas da resultado. Como si no le hubieras parado los pies a Bernard cuando se estaba portando como un guarro.

—Además —dijo Shen—, no tenemos miedo y nos importa un rábano; tenemos que seguir adelante, nos lo debes. Necesitamos las prácticas, y tú también.

Ender recordó lo que había dicho Dink. El juego era trivial comparado con el mundo… ¿Por qué entregar todas las noches de tu vida a ese juego tan estúpido?

—De todas formas, no avanzamos mucho —dijo Ender. Hizo ademán de irse. Alai le detuvo.

—¿Te han asustado también? ¿Te han abofeteado en el cuarto de baño? ¿Te han metido la cabeza en el váter? ¿Te han puesto una pistola en el pecho?

—No —dijo Ender.

—¿Eres mi amigo? —preguntó Alai, más calmado.

—Sí.

—Entonces soy tu amigo, Ender, y estoy aquí y hago prácticas contigo.

Los chicos mayores volvieron, pero muy pocos eran comandantes. La mayoría eran miembros de un par de escuadras. Ender reconoció los uniformes Salamandra. También a un par de Ratas. Esta vez no tomaron nombres. Se limitaron a burlarse y a gritar y ridiculizar a los reclutas cuando intentaban dominar técnicas difíciles con músculos no fortalecidos. Eso comenzó a afectar a unos cuantos chicos.

—Escuchadles —dijo Ender a los chicos—. Aprended de memoria lo que dicen. Si alguna vez queréis que vuestros enemigos pierdan los estribos, gritadles cosas así. Les hace hacer tonterías, les hace perder el control. Pero nosotros no perdemos el control.

Shen cogió la idea al dedillo, y tras cada mofa de los chicos mayores, hacía que un grupo de reclutas recitara lo que habían dicho, en voz alta, cinco o seis veces. Cuando comenzaron a cantar las pullas como si fueran estribillos, unos cuantos chicos mayores se despegaron de la pared y se dirigieron hacia ellos en busca de pelea.

Los trajes refulgentes estaban diseñados para guerras de rayos inofensivos; ofrecían muy poca protección y obstaculizaban considerablemente el movimiento si se llegaba al cuerpo a cuerpo en gravedad nula. De todas formas, la mitad de los chicos estaban irradiados y no podían pelear; pero la rigidez de sus trajes les hacía potencialmente útiles. Ender ordenó rápidamente a sus reclutas que se reunieran en la otra esquina de la sala. Los chicos mayores se rieron de ellos con incluso más saña, y, viendo al grupo de Ender en retirada, algunos que se habían quedado en la pared vinieron a unirse al ataque.

Ender y Alai decidieron arrojar un recluta congelado a la cara de un enemigo. El recluta congelado golpeó al otro en el casco, y los dos rebotaron como bolas de billar. El chico mayor se llevó las manos al pecho, donde le había dado el casco, y emitió un grito de dolor.

El tiempo de las burlas había pasado. Los demás chicos mayores se lanzaron a la batalla. Ender no tenía muchas esperanzas de que sus chicos salieran sanos y salvos. Pero el enemigo venía a la buena de Dios, descoordinadamente; no habían actuado nunca juntos, mientras que los de la pequeña escuadra de prácticas de Ender, aunque ahora eran sólo una docena, se conocían bien y sabían actuar juntos.

—¡Adelante nova! —gritó Ender.

Los demás chicos se rieron. Se unieron en tres grupos, con los pies juntos, los cuerpos en cuclillas y las manos unidas formando pequeñas estrellas contra la pared negra.

—Les eludiremos y nos dirigiremos todos a la puerta. ¡Ahora!

A esta señal, las tres estrellas estallaron, y cada chico salió lanzado en una dirección diferente pero con un ángulo que le permitiera rebotar en una pared y poner rumbo a la puerta. Como todos los enemigos estaban en el centro de la sala, donde era mucho más difícil cambiar de curso, fue una maniobra fácil de llevar a cabo.

Ender se había colocado de forma que cuando saliera lanzado se encontrara con el soldado congelado que acababa de usar como misil. El chico ya no estaba congelado y dejó que Ender le agarrara, le volteara y le enviara hacia la puerta. Desafortunadamente, el resultado inevitable de esta acción fue que Ender quedó apuntando en la dirección opuesta, y a una velocidad reducida. Separado de sus soldados, planeaba muy lentamente, y hacia el extremo de la sala de batalla donde estaban reunidos los chicos mayores. Se giró lo suficiente para ver que todos sus soldados estaban reunidos y a salvo en la pared opuesta.

Mientras tanto, el enemigo, desorganizado y furioso, acababa de divisarle. Ender calculó el tiempo que tardaría en llegar a la pared, desde la que podría lanzarse otra vez. No llegaría a tiempo. Varios enemigos habían rebotado ya y se dirigían hacia él. Ender se sobresaltó al ver la cara de Stilson entre ellos. Luego se encogió de hombros y pensó que se había equivocado. De todas formas, la situación era la misma, pero esta vez no se iban a quedar quietos mientras uno de ellos arreglaba cuentas con Ender. Por lo que había podido ver, no tenían ningún líder, y todos esos chicos eran mucho más grandes que él.

De todas formas, en las clases de defensa personal había aprendido algunas cosas sobre los movimientos corporales y las leyes físicas de los objetos en movimiento. En las batallas casi nunca se llegaba al combate cuerpo a cuerpo; no se chocaba nunca contra un enemigo que no estuviera congelado. Por lo tanto, en los pocos segundos de que disponía, Ender intentó colocarse en la mejor posición para recibir a sus invitados.

Afortunadamente, eran tan inexpertos como él en la lucha en gravedad nula, y los pocos que intentaron golpearle con los puños se encontraron con que lanzar un puñetazo era bastante ineficaz cuando el cuerpo se desplaza hacia atrás con la misma velocidad con que el puño se mueve hacia adelante. Pero había en el grupo unos cuantos con cara de querer romper huesos, y Ender lo vio en seguida. Pero no tenía ninguna intención de quedarse ahí.