Aferró el brazo de uno de los boxeadores y lo arrojó con todas sus fuerzas. Esta acción lanzó a Ender lejos del resto del primer contingente, aunque no por eso estaba más cerca de la puerta.
—¡Quedaos ahí—gritó a sus amigos, que estaban formando para salir en su rescate—. ¡Quedaos ahí quietos!
Uno de los otros agarró a Ender por el pie. El fuerte apretón proporcionó a Ender un punto de apoyo que le permitió patear con fuerza el hombro y el oído del otro chico, haciendo que gritara y le soltara. Si el chico le hubiera soltado en el preciso momento en que Ender le daba la patada, le habría hecho mucho menos daño y habría permitido a Ender utilizar esa maniobra como lanzamiento. Pero el chico se había colgado demasiado bien; tenía la oreja desgarrada, esparciendo sangre por el aire, y Ender planeaba con incluso menos velocidad.
«Lo estoy haciendo otra vez —pensó Ender—. Estoy lastimando a la gente otra vez, y sólo para salvarme. ¿Por qué no me dejarán en paz y así no tendré que lastimarles?»
Tres chicos más convergían ahora hacia él, y esta vez actuaban al unísono. De todas formas, para lastimarle tenían que agarrarle. Rápidamente, Ender se colocó de forma que dos de ellos pudieran cogerle por los pies, dejando sus manos libres para ocuparse del tercero.
Efectivamente, se tragaron el anzuelo. Ender se aferró a los hombros de la camisa del tercer chico y tiró de él hacia arriba con fuerza para darle un cabezazo en la cara con el casco. Gritos y chorros de sangre otra vez. Los dos chicos que le tenían agarrado por las piernas se las retorcían. Ender arrojó al chico que sangraba por la nariz contra uno de ellos; se enredaron y la pierna de Ender quedó libre. No resultó difícil utilizar al otro chico como punto de apoyo para darle una patada en la ingle y luego utilizarle para tomar impulso y salir despedido en dirección a la puerta. No le salió un lanzamiento muy brillante, y su velocidad no era nada del otro mundo, pero no importaba. Nadie le seguía.
Se encontró con sus amigos en la puerta. Le agarraron y tiraron de él. Se reían y le daban azotes en broma.
—Por malo —decían—. Por fiero. Por violento.
—Hemos terminado por hoy —dijo Ender.
—Volverán mañana —dijo Shen.
—Yo de ellos no lo haría —dijo Ender—. Si vienen sin trajes haremos lo mismo otra vez y si vienen con trajes les irradiaremos.
—Además —dijo Alai—, los profesores no permitirán que vuelva a ocurrir.
Ender se acordó de lo que Dink le había dicho, y se preguntaba si Alai estaba en lo cierto.
—Eh, Ender —gritó uno de los chicos mayores mientras Ender se iba de la sala de batalla—. ¡No vales nada, imbécil! ¡No eres nada!
—Mi anterior comandante Bonzo —dijo Ender—. Creo que no le gusto.
Esa noche, Ender repasó los partes en su consola. En el informe médico salían cuatro chicos. Uno con las costillas contusionadas, uno con los testículos contusionados, uno con una oreja desgarrada y uno con la nariz rota y un diente menos. La causa de las heridas era la misma en todos los casos:
Si los profesores permitían que el informe oficial dijera eso, estaba claro que no tenían intención de castigarles por participar en esa sucia escaramuza. «¿No van a hacer nada? ¿No les importa lo que pasa en la escuela?», pensaba Ender perplejo.
Como había vuelto al cuartel antes que de costumbre, Ender llamó a su consola el juego de fantasía. Había pasado bastante tiempo desde que jugó por última vez. Tanto, que va no salió el escenario que había dejado. Ahora estaba en el cadáver del Gigante. Con la diferencia de que ahora era difícil decir que se trataba de un cadáver, a no ser que le mirara de lejos detenidamente. La erosión había convertido el cuerpo en una colina, cubierta de hierbas y vides entrelazadas. Sólo la cresta de la cara del Gigante era todavía visible, y era de hueso blanco, como una protuberancia caliza de una montaña triste y marchita.
Ender no quería luchar otra vez con los niños-lobos, pero, para su sorpresa, no estaban allí. A lo mejor, muertos una vez, se habían ido para siempre. Eso le puso triste.
Hizo su anterior recorrido bajo tierra, a través de los túneles, hasta llegar a la cornisa del acantilado que daba a aquel hermoso bosque. También ahora se arrojó al vacío, y también ahora lo recogió una nube y lo llevó a la sala de la torre del castillo.
La serpiente comenzó a destejerse de la alfombra otra vez, pero esta vez Ender no vaciló. Le pisó la cabeza y la aplastó con el pie. Se retorcía y removía bajo su pie, y a modo de respuesta, Ender la apisonó y la sepultó aún más en el suelo de piedra. Finalmente, se quedó quieta. Ender la recogió y la agitó hasta que se destejió del todo y desapareció la forma de la alfombra. Luego, arrastrando la serpiente, se puso a buscar una salida.
Pero encontró un espejo. Y en el espejo vio una cara que reconoció fácilmente. Era Peter, con la barbilla goteando sangre y una cola de serpiente saliendo por una comisura de su boca.
Ender gritó y arrojó la consola. El ruido alarmó a los pocos chicos que había en el cuartel, pero se excusó y les dijo que no era nada. Se alejaron. Miró otra vez a su consola. Su figura seguía allí, con la vista fija en el espejo. Intentó coger un mueble para romper el espejo, pero no podía moverlo. Tampoco podía arrancar el espejo de la pared. Al final, Ender arrojó la serpiente contra él. El espejo se hizo añicos, dejando al descubierto un agujero en la pared. Por el agujero salieron docenas de pequeñas serpientes, que mordieron rápidamente la figura de Ender una y otra vez. Arrancando serpientes de su cuerpo frenéticamente, la figura cayó y murió en medio de un bullicioso montón de pequeñas serpientes.
La pantalla se borró y salió la leyenda:
Ender desconectó el programa y dejó la consola.
Al día siguiente, varios comandantes, unos personalmente y otros a través de soldados, se dirigieron a Ender para decirle que no se preocupara, que la mayoría pensaba que las sesiones prácticas adicionales eran una buena idea, que debía seguir con ellas. Y para asegurarse de que no les molestaría nadie, le mandaban unos cuantos soldados que necesitaban prácticas adicionales. «Son tan grandes como la mayoría de los insectores que os atacaron la noche pasada. Se lo pensaran dos veces.»
En vez de una docena de chicos, esa noche eran cuarenta y cinco, más de una escuadra, y ya sea por la presencia de chicos mayores junto a Ender o porque con lo de la noche anterior ya habían tenido suficiente, no apareció ningún enemigo.
Ender no volvió al juego de fantasía. Pero el juego vivió en sus sueños. Siguió rememorando lo que sintió cuando mató a la serpiente triturándola, cuando desgarró la oreja a aquel chico, cuando destrozó a Stilson, cuando rompió el brazo a Bernard. Y luego se vio irguiéndose, con el cadáver de su enemigo en la mano, y encontró la cara de Peter mirándole desde el espejo. «Este juego sabe demasiado sobre mí. Este juego dice asquerosas mentiras. Yo no soy Peter. No llevo el asesinato en el corazón…»
Y después el miedo peor, que era un asesino, incluso más experto que Peter; que era este rasgo suyo lo que más gustaba a sus profesores…
«Asesinos es lo que necesitan en las guerras contra los insectores. Gente que pueda pulverizar la cara del enemigo y rociar el espacio con su sangre…
»De acuerdo, yo soy vuestro hombre. Soy el sanguinario asesino que esperabais cuando hicisteis que me engendraran. Soy vuestro instrumento. ¿Qué más da que odie la parte de mí mismo que más necesitáis? ¿Qué más da que cuando las pequeñas serpientes me mataban en el juego, yo no me opusiera y me alegrara?
9
LOCKE Y DEMÓSTENES