—Esa es precisamente la medida. Estamos teniendo cierta influencia. Nadie nos cita todavía por el nombre, pero están discutiendo los puntos que hemos planteado. Estamos ayudando a establecer la agenda. Lo estamos consiguiendo.
—¿No deberíamos intentar acceder a los debates importantes?
—No. Esperaremos a que nos lo pidan.
Habían pasado sólo siete meses cuando una de las redes de la costa oeste envió a Demóstenes un mensaje. Una oferta de una columna semanal en una red de noticias bastante buena.
—No puedo hacer una columna semanal —dijo Valentine—. Ni siquiera me ha venido el período.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra —dijo Peter.
—Para mí, sí. Todavía soy una niña.
—Diles que sí, pero como prefieres que tu verdadera identidad no salga a la luz, quieres que te paguen en tiempo de red, quieres un código de acceso nuevo a través de su identidad corporativa.
—Así, cuando el gobierno me siga el rastro…
—Serás simplemente una persona que puede conectar a través de CalNet. El acceso de ciudadano de papá no se verá implicado. Lo que no acabo de entender es por qué prefieren a Demóstenes y no a Locke.
—El talento siempre triunfa.
Como juego era divertido, pero a Valentine no le gustaban algunas posiciones que Peter hacía tomar a Demóstenes. Demóstenes comenzaba a revelarse como un escritor anti-Pacto de Varsovia totalmente paranoico. Le preocupaba porque Peter era el único que sabía explotar el miedo en sus escritos; ella tenía que recurrir constantemente a él en busca de ideas para hacerlo. Mientras tanto, su Locke seguía las moderadas estrategias empalicas de ella. Tenía sentido, en cierta forma. Hacer que ella escribiera como Demóstenes significaba que también Demóstenes tendría cierta empatía, y, por la misma razón, Locke también podría jugar con los miedos de los demás. Pero el efecto principal era mantenerla indefectiblemente atada a Peter. No podría dejarle y utilizar a Demóstenes con sus propios fines. No sabría utilizarlo. De todas formas, eso era recíproco. Peter no podría escribir como Locke sin ella. ¿O sí?
—Peter, creí que la idea era unificar el mundo. Si escribo tal como dices que debo hacerlo, estoy haciendo una llamada clara a la guerra para hacer pedazos al Pacto de Varsovia.
—No tanto como la guerra, sólo redes abiertas y prohibición de intercepción. Libre movimiento de información. Sometimiento a las reglas de la Liga, ¡por Dios!
Sin pretenderlo, Valentine comenzaba a hablar con la voz de Demóstenes, aunque, naturalmente, no expresaba las opiniones de Demóstenes.
—Todo el mundo sabe que el Pacto de Varsovia tenía que ser considerado desde el principio como una entidad individual, en lo concerniente a esas reglas. El movimiento libre internacional está todavía abierto. Pero entre las naciones del Pacto de Varsovia estas cosas son asuntos internos. Por eso estaban dispuestos a permitir la hegemonía americana en la Liga.
—Estás hablando como Locke, Val. Confía en mí. Tú tienes que pedir que el Pacto de Varsovia pierda el estatus oficial. Tienes que conseguir poner realmente furiosa a mucha gente. Después, más adelante, cuando comiences a reconocer la necesidad de un compromiso…
—Entonces dejarán de escucharme y se irán a hacer la guerra.
—Val, confía en mí. Sé lo que hago.
—¿Cómo lo sabes? No eres más listo que yo y tampoco habías hecho esto antes.
—Tengo trece años y tú diez.
—Casi once.
—Y sé cómo funcionan estas cosas.
—Está bien, lo haré a tu manera. Pero no diré nada de eso de libertad o muerte.
—También lo dirás.
—Y algún día, cuando nos cojan y se pregunten por qué tu hermana era tan belicosa, apuesto a que les dirás que me ordenabas hacerlo.
—¿Estás segura de que no tienes el período, mujercita?
—Te odio, Peter Wiggin.
Lo que más molestó a Valentine fue que, cuando su columna se asoció con otras redes de noticias regionales, su padre comenzó a leerla y a citarla en la mesa.
—Por fin, un hombre con un poco de sentido común —dijo.
Luego citó algunos de los pasajes que Valentine odiaba más.
—Acepto que trabajemos con esos hegemonistas rusos estando los insectores ahí fuera, pero después de que hayamos vencido, no puedo concebir que dejemos a la mitad del mundo civilizado como virtuales ilotas. ¿Qué opinas, querida?
—Creo que te estás tomando todo esto demasiado en serio —dijo la madre.
—Me gusta este Demóstenes. Me gusta su forma de pensar. Me sorprende que no esté en las redes importantes. Le he buscado en los debates sobre relaciones internacionales y nunca ha tomado parte en ninguno.
Valentine perdió el apetito y se marchó de la mesa, Peter la siguió tras un respetable intervalo.
—Así que no te gusta mentir a papá —dijo—. ¿Y qué? No le estás mintiendo. No sabe que eres Demóstenes y Demóstenes no dice lo que en realidad crees. Las dos cosas se anulan, quedan en nada.
—Este es el tipo de razonamiento que hace de Locke un estúpido.
Pero lo que en realidad le molestaba no era estar mintiendo a su padre, era que su padre estuviera de acuerdo con Demóstenes. Había creído que sólo los locos podrían seguirle.
Unos días más tarde, Locke fue fichado por una columna de una red de noticias de New England, con el objetivo específico de emitir una opinión contraria a la de la popular columna de Demóstenes.
—No está mal para dos niños que juntos apenas tienen más de ocho pelos en el pubis —dijo Peter.
—Hay un largo camino entre escribir una columna en una red de noticias y gobernar el mundo —le recordó Valentine—. Es un camino tan largo que nadie lo ha hecho nunca.
—Lo han hecho, sin embargo. O su equivalente moral. Voy a decir cosas sucias sobre Demóstenes en mi primera columna.
—Bueno, Demóstenes ni siquiera va a reparar en la existencia de Locke. Nunca.
—Por ahora.
Ahora, con sus identidades totalmente sustentadas por los ingresos procedentes de la redacción de columnas, sólo utilizaban el acceso de su padre para las identidades de usar y tirar. Su madre observó que pasaban demasiado tiempo en las redes.
—Mucho trabajo y poco juego hacen de Jack un chico soso —recordó a Peter.
Peter dejó que la mano le temblara un poco, y dijo:
—Si piensas que debería dejarlo, creo que esta vez podré conservar el control de mí mismo, de verdad.
—No, no —dijo la madre—. No quiero que lo dejes. Sólo que… ten cuidado, eso es todo.
—Tengo cuidado, mamá.
Nada era diferente, nada había cambiado en un año. Ender estaba seguro de ello, y sin embargo todo parecía haberse vuelto amargo. Seguía siendo el soldado número uno y ahora ninguno dudaba de que se lo merecía. A los nueve años era jefe de batallón en la escuadra Fénix, con Petra Arkanian como comandante. Seguía dirigiendo sus sesiones prácticas nocturnas y ahora asistía a ellas un grupo de soldados de élite, designados por sus comandantes, aunque todavía podían ir los reclutas que quisieran. Alai también era jefe de batallón en otra escuadra, y seguían siendo buenos amigos; Shen no era jefe, pero eso no era ninguna barrera. Dink Meeker había aceptado finalmente ser comandante y sucedió a Rose el Narizotas en el mando de la escuadra Rata.
Todo estaba yendo bien, muy bien. No podía pedir nada mejor.
«Entonces ¿por qué odio mi vida?», pensaba.
Pasó las etapas de las prácticas y de los juegos. Le gustaba enseñar a los muchachos de su batallón, y ellos le seguían con lealtad. Tenía el respeto de todos, y en sus prácticas nocturnas era tratado con deferencia. Los comandantes venían para estudiar lo que hacía. Otros soldados se aproximaban a su mesa en el comedor y pedían permiso para sentarse. Incluso los profesores eran respetuosos.