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Y la besó. No había sido ésa su intención. Su intención había sido dejar que la serpiente le mordiera en la boca. O quizá su intención había sido comerse a la serpiente viva, como Peter había hecho en el espejo, con la barbilla ensangrentada y la cola de la serpiente colgando de los labios. Pero en vez de eso la besó.

Y la serpiente creció en sus manos y se transformó en otra figura. Una figura humana. Era Valentine, que le besó otra vez.

La serpiente no podía ser Valentine. La había matado demasiadas veces para que fuera su hermana. Peter también la había devorado demasiadas veces, como para soportar la idea de que durante todo el tiempo podía haber sido su hermana.

¿Era esto lo que habían planeado cuando le dejaron leer la carta? No le importaba.

Ella se levantó del suelo de la habitación de la torre y caminó hacia el espejo. Ender hizo que su figura también se alzara y fuera con ella. Se pusieron delante del espejo, donde en vez del cruel reflejo de Peter había un dragón y un unicornio. Ender alargó la mano y tocó el espejo; la pared se desplomó y dejó al descubierto una enorme escalera que descendía, alfombrada y cubierta de multitudes que clamaban y ovacionaban. Juntos, cogidos del brazo, él y Valentine bajaron las escaleras. Las lágrimas llenaban sus ojos, lágrimas de alivio por haberse librado al fin de la habitación del Fin del Mundo. Y a causa de las lágrimas no advirtió que todas las personas que componían la muchedumbre tenían la cara de Peter. Sólo sabía que a cualquier parte de ese mundo donde fuera Valentine estaba con él.

Valentine leyó la carta que la doctora Lineberry le había dado.

«Querida Valentine —decía—, Queremos agradecerle y elogiarle sus esfuerzos en pro del resultado de la guerra. Por la presente le notificamos que le ha sido concedida la Estrella de la Orden de la Liga de la Humanidad, Primera Clase, la más alta condecoración militar que se puede conceder a un civil. Desafortunadamente, la seguridad de la F.I. nos prohíbe hacer pública esta condecoración hasta que hayan concluido con éxito las actuales operaciones, pero queremos poner en su conocimiento que sus esfuerzos dieron como resultado un éxito completo.

»Sinceramente.

»General Shimon Levy,

»Estrategos.»

Cuando la hubo leído dos veces, la doctora Lineberry se la cogió de las manos. —Recibí instrucciones de dejártela leer y después destruirla.

Cogió un encendedor de un cajón y le prendió fuego. Ardió brillantemente en el cenicero.

—¿Eran buenas o malas noticias?—preguntó.

—Vendí a mi hermano —dijo Valentine—, y ahora me pagan por ello.

—Eres un poco melodramática, Valentine, ¿no te parece?

Valentine regresó a la clase sin responder. Esa noche Demóstenes publicó una cáustica denuncia de las leyes de limitación de la población. Se debería permitir a las personas que lo quisieran tener tantos hijos como desearan, y el exceso de población se debería enviar a otros mundos, para extender la raza humana por toda la galaxia para que ningún desastre, ninguna invasión, pudieran amenazar alguna vez a la raza humana con su aniquilación. «El título más noble que puede tener un niño —escribió Demóstenes— es Tercero.»

«Para ti, Ender», se dijo a sí misma mientras escribía.

Peter se rió encantado cuando la leyó.

—Esto les obligará a despertarse y abrir los ojos. ¡Tercero! ¡Un noble título! Oh, tienes un toque perverso.

10

DRAGÓN

—¿Ahora?

—Supongo que sí.

—Tiene que ser una orden, coronel Graff. Los ejércitos no se mueven porque un comandante diga «Supongo que es el momento de atacar».

—No soy un comandante. Soy un profesor de niños.

—Coronel, señor, admito que iba a por usted, admito que fui un incordio, pero funcionó, todo funcionó exactamente como usted quería. En las últimas semanas Ender incluso está, está…

—Alegre.

—Contento. Lo está haciendo bien. Su mente es sagaz, su juego es excelente. A pesar de su corta edad, nunca hemos tenido un muchacho mejor preparado para el mando. Normalmente lo logran a los once, pero él, con nueve y medio, está ya en la cumbre.

—Bueno, sí. Durante unos minutos, incluso se me ocurrió pensar qué clase de persona hay que ser para curar algunas heridas de un niño destrozado con el único objeto de poder arrojarlo de nuevo a la batalla. Un pequeño dilema moral privado. Por favor, olvídelo. Estaba cansado.

—Salvar al mundo. ¿Lo recuerda?

—Hágale venir.

—Estamos haciendo lo que se debe hacer, coronel Graff.

—Venga, Anderson, se está muriendo de ganas por ver cómo se desenvuelve con todos esos juegos trucados que le hice desarrollar.

—Es una forma un poco rastrera de…

—Así que soy un tipo rastrero. Venga, mayor. Los dos somos la escoria de la Tierra. Yo también me estoy muriendo de ganas por ver cómo se desenvuelve. Al fin y al cabo, nuestras vidas dependen de que lo haga realmente bien. ¿Vale?

—¿Me imagino que no va a empezar a emplear la jerga de los muchachos?

—Hágalo venir, mayor. Volcaré los listados en sus ficheros y le devolveré su sistema de seguridad. Lo que le estamos haciendo no es del todo malo. Recupera de nuevo su intimidad.

—Aislamiento, quiere usted decir.

—La soledad del poder. Dígale que venga.

—Sí, señor, estaré de vuelta con él en quince minutos.

—Adiós. … Si señor, siseño, zizeñor. Espero que te hayas divertido, espero que te lo hayas pasado bien, bien, siendo feliz, Ender. Puede que sea la última vez en tu vida. Bienvenido, muchachito. Tu querido tío Graff tiene planes para ti…

Ender sabía lo que ocurría desde el momento en que le hicieron ir. Todos esperaban su pronto ascenso a comandante. Quizá no tan pronto, pero no había encabezado las clasificaciones casi ininterrumpidamente durante tres años. No había nadie ni remotamente cerca de él, y sus prácticas nocturnas se habían convertido en las de más prestigio de la escuela. Algunos se preguntaban por qué habían esperado tanto tiempo los profesores.

Se preguntaba qué escuadra le asignarían. Tres comandantes estaban a punto de graduarse, incluida Petra, pero no había ninguna esperanza de que le asignaran la escuadra Fénix; nadie había conseguido ser comandante de la misma escuadra en la que estaba cuando fue ascendido.

Anderson le llevó primero a sus nuevas dependencias. Eso lo hacía definitivo; sólo los comandantes tenían habitaciones privadas. Luego hizo que le tomaran las medidas para que le hicieran nuevos uniformes y un nuevo traje refulgente. Miró el emblema para descubrir el nombre de su escuadra.

Dragón, decía el emblema. No había ninguna escuadra Dragón.

—No he oído hablar nunca de ninguna escuadra Dragón —dijo Ender.

—Porque en los últimos cuatro años no ha habido ninguna escuadra Dragón. Dejamos de usar el nombre porque pesaba una superstición sobre ella. Ninguna escuadra Dragón llegó jamás a ganar un tercio de sus juegos de la historia de la Escuela de Batalla. Se convirtió en un chiste.

—Entonces, ¿por qué la resucitan ahora?

—Tenemos muchos uniformes de sobra.

Graff se sentó en la mesa; parecía más gordo y más preocupado que la última vez que Ender lo vio. Entregó a Ender su gancho, la pequeña caja que utilizaban los comandantes durante las prácticas para ir de un sitio a otro de la sala de batalla. En las sesiones de prácticas nocturnas, Ender deseó muchas veces tener un gancho, en vez de tener que rebotar en las paredes para ir adonde quería. Ahora que había conseguido maniobrar con destreza sin necesidad de gancho, se lo daban.