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—Sólo funciona —señaló Anderson— durante las sesiones prácticas programadas regularmente.

Como Ender ya tenía planeado realizar prácticas adicionales, eso significaba que el gancho sólo sería útil una parte del tiempo. Eso explicaba también por qué muchos comandantes no realizaban prácticas adicionales. Dependían de los garfios y estos no les servían de nada durante el tiempo adicional. Si creían que el garfio era su autoridad, su poder sobre los otros chicos, entonces había aún menos posibilidades de que trabajaran sin él. «Es una ventaja que tendré sobre algunos enemigos», pensó Ender.

El discurso de bienvenida de Graff se mostraba aburrido y excesivamente ensayado. Sólo al final parecía empezar a mostrar interés en sus propias palabras.

—Estamos haciendo algo inusual con la escuadra Dragón. Espero que no te importe. Hemos ensamblado una escuadra nueva, adelantando el equivalente a un curso completo de reclutas y postergando la graduación de unos cuantos estudiantes del último curso. Creo que estarás contento con la calidad de tus soldados. Espero que lo estés, porque te prohibimos que traslades a ninguno.

—¿No hay intercambios? —preguntó Ender. Los comandantes apuntalaban así sus puntos flacos, haciendo intercambios.

—Ninguno. Has estado dirigiendo tus sesiones de prácticas adicionales durante tres años. Tienes seguidores. Muchos soldados excelentes presionarían a sus comandantes para que les cambiaran a tu escuadra. Te hemos dado una escuadra que, con el tiempo, puede ser competitiva. No tenemos ninguna intención de permitir que ejerzas un dominio desmesurado.

—¿Y qué pasa si tengo un soldado con el que no me llevo bien?

—Llévate bien.

Graff cerró los ojos. Anderson se levantó y la entrevista concluyó.

A Dragón se le asignaron los colores gris, naranja, gris; Ender se puso su traje refulgente y después siguió las bandas de luz hasta llegar al cuartel que alojaba a su escuadra. Ya estaban allí, arremolinándose en los alrededores de la entrada. Ender tomó el mando inmediatamente.

—Las literas se asignarán por antigüedad. Los veteranos al fondo, los nuevos delante.

Era al revés de la norma habitual, y Ender lo sabía. También sabía que no quería ser como muchos comandantes, que ni siquiera veían a los chicos más jóvenes porque siempre estaban al fondo.

Mientras se ordenaban según sus fechas de llegada, Ender iba y venía por el pasillo. Casi treinta soldados eran nuevos, recién llegados de los grupos de lanzamiento, sin ninguna experiencia en batallas. Algunos eran incluso menores de edad; los que estaban más cerca de la puerta eran patéticamente pequeños. Ender se acordó de que ésa debía haber sido la impresión que causó a Bonzo Madrid cuando llegó por primera vez. Aún así, Bonzo sólo había tenido que soportar a un soldado menor de edad.

Ni uno solo de los veteranos pertenecía al grupo de prácticas de élite de Ender. Ninguno había sido jefe de batallón. En realidad, ninguno era mayor que Ender, lo que significaba que ni siquiera los veteranos tenían más de dieciocho meses de experiencia. Algunos ni siquiera le eran familiares, tan pobre era la impresión que causaban.

Naturalmente, ellos sí reconocieron a Ender, pues era el soldado más célebre de la escuela. Y algunos, Ender pudo verlo, le guardaban rencor. «Al menos me han hecho un favor; ninguno de mis soldados es mayor que yo.»

Una vez que cada soldado tuvo una litera, Ender les ordenó que se pusieran sus trajes refulgentes y fueran a hacer prácticas.

—Estamos en la lista de las mañanas, derechos a las prácticas después del desayuno. Oficialmente tenéis una hora libre entre el desayuno y la práctica. Veremos qué pasa una vez que descubra qué tal sois.

Al cabo de tres minutos, aunque muchos no estaban todavía vestidos, les ordenó salir de la habitación.

—¡Pero estoy desnudo! —dijo un chico.

—Vístete más rápido la próxima vez. A los tres minutos de la primera llamada, corriendo por la puerta; ésta es la norma de esta semana. La semana próxima la norma es dos minutos. ¡Moveos!

Pronto correría por el resto de la escuela el chiste de que la escuadra Dragón era tan patosa que tenía que hacer prácticas de vestirse.

Cinco de los chicos estaban totalmente desnudos, y corrían por los corredores acarreando sus trajes refulgentes; pocos estaban totalmente vestidos. Llamaban mucho la atención cuando pasaban por las puertas abiertas de algún aula. Ninguno volvería a retrasarse si lo podía evitar.

En los corredores que conducían a la sala de batalla, Ender les hizo correr de un lado a otro, rápido, para que sudaran un poco, mientras los desnudos se vestían. Luego les condujo a la puerta superior, la que daba al centro de la sala de batalla, exactamente igual que las puertas de los juegos de verdad. Después les hizo dar un salto y utilizar los asideros del techo para arrojarse al interior de la sala.

—Reuníos en la pared opuesta —dijo—. Como si fuerais a por la puerta del enemigo.

Descubrían su preparación a medida que saltaban, de cuatro en cuatro, por la puerta. Casi ninguno sabía cómo establecer una línea directa hacia el objetivo, y cuando llegaban a la pared opuesta, muy pocos nuevos tenían alguna idea de cómo agarrarse o incluso controlar los rebotes.

El último en salir fue un chico pequeño, obviamente menor de edad. No había ninguna posibilidad de que consiguiera llegar al asidero del techo.

—Puedes utilizar un asidero lateral, si quieres —dijo Ender.

—¡Utilízalo tú! —dijo el chico. Remontó el vuelo de un salto, tocó el asidero del techo con la punta de un dedo y salió disparado por la puerta sin ningún tipo de control, girando en tres direcciones a la vez. Ender intentó decidir si le gustaba el pequeño por su negativa a aceptar concesiones o si le molestaba por su actitud insubordinada.

Finalmente, consiguieron reunirse a lo largo de la pared. Ender advirtió que todos sin excepción se habían alineado con las cabezas en la misma dirección en que habían estado en el corredor. Por eso, Ender se agarró deliberadamente a lo que ellos consideraban el suelo y se colgó de él boca abajo.

—¿Por qué estáis boca abajo, soldados? —inquirió.

Algunos comenzaron a darse la vuelta.

—¡Atención!

Se quedaron quietos.

—¡He dicho que por que estáis boca abajo! Nadie respondió. No sabían qué quería.

—¡Dije que por qué todos y cada uno de vosotros tenéis los pies en el aire y la cabeza contra el suelo!

Finalmente, habló uno de ellos.

—Señor, ésta es la dirección en que estábamos al salir por la puerta.

—¡Bien, y qué importancia tiene eso! ¡Qué importancia tiene que hubiera gravedad en el corredor! ¿Vamos a luchar en el corredor? ¿Hay gravedad aquí?

—No, señor; no, señor.

—A partir de ahora, olvidaos de la gravedad antes de cruzar esa puerta. La vieja gravedad ha desaparecido, se ha difuminado. ¿Me entendéis? Cualquiera que sea vuestra gravedad cuando llegáis a la puerta, recordad esto: la puerta del enemigo está abajo. Vuestros pies apuntan hacia la puerta del enemigo. Arriba es hacia vuestra puerta. El norte está en esa dirección, el sur está en esa dirección, el este está en esa dirección y el oeste está… ¿en qué dirección?

La señalaron.

—Es lo que suponía. El único proceso que habéis asimilado es el proceso de eliminación, y la única razón de que lo hayáis asimilado es porque lo podéis hacer en el lavabo. ¡Qué clase de circo es éste! ¿A eso llamáis vosotros una formación? ¿A eso llamáis vosotros volar? ¡Venga, a lanzarse y a formar en el techo todo el mundo! ¡Ahora mismo! ¡Moveos!