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A las 06.40 les mandó vestirse. Habló a los jefes de batallón y a sus segundos mientras se vestían.

—La escuadra Conejo está formada por veteranos, pero Carn Carby fue nombrado comandante hace sólo cinco meses, y nunca he combatido contra ellos estando él de comandante. Era un soldado muy competente, y Conejo ha ocupado buenos puestos en la clasificación a lo largo de los años. Pero espero encontrarme con formaciones, y por eso no estoy preocupado.

A las 06.50 les hizo tenderse en las colchonetas y relajarse. Luego, a las 06.56, les ordenó levantarse, y trotaron por el corredor hacia la sala de batalla. De vez en cuando, Ender daba un salto y tocaba el techo. Todos los chicos saltaban para tocar el mismo punto del techo. La banda de colores conducía a la izquierda; la escuadra Conejo ya había pasado hacia la derecha. Y a las 06.58 llegaron a su puerta de la sala de batalla.

Los batallones se alinearon en cinco columnas. A y E estaban listos para agarrarse a los asideros laterales y tirarse hacia los lados. B y D estaban alineados en disposición de agarrar los dos asideros paralelos del techo y tirarse hacia arriba a la gravedad cero. El batallón C estaba listo para dar un manotazo en el alféizar del umbral de la puerta y tirarse hacia abajo.

Arriba, abajo, izquierda, derecha; Ender estaba delante, entre las columnas para no cerrarles el paso, y les reorientaba.

—¿En qué dirección está la puerta del enemigo?

—Abajo —dijeron todos riendo. Y en ese momento arriba pasó a ser norte y abajo pasó a ser sur, e izquierda y derecha pasaron a ser este y oeste.

La pared gris que había delante de ellos desapareció, y la sala de batalla quedó a la vista. No era un juego en la oscuridad, pero tampoco a plena luz; las luces estaban a media potencia, como en el crepúsculo. A lo lejos, en la luz mortecina, podía verse la puerta del enemigo, vertiendo ya sus trajes refulgentes. Ender conoció un momento de placer. Todos habían aprendido de Bonzo las consecuencias del mal uso de Ender Wiggin. Todos se arrojaban por la puerta inmediatamente, y por lo tanto no había tiempo más que para pronunciar la formación que utilizarían. Los comandantes no tenían tiempo de pensar. Bueno, Ender se tomaría el tiempo necesario y confiaría en la habilidad de sus soldados en el combate, con las piernas congeladas para seguir intactos si salían tarde por la puerta.

Ender se hizo una idea de la forma de la sala de batalla. La familiar reja abierta de la mayoría de los primeros juegos, como las barras de monos del parque, con siete u ocho estrellas esparcidas por la reja. Habían las necesarias y en posiciones suficientemente avanzadas como para que mereciera la pena ir a por ellas.

—Desplegaos hacia las estrellas más próximas —dijo Ender—. C intenta deslizarte por la pared. Si funciona, A y E le seguirán. Si no, ya decidiré desde aquí. Estaré con D. ¡Moveos!

Todos los soldados sabían lo que estaba pasando, pero las decisiones tácticas dependían exclusivamente de los jefes de batallón. Incluso con las instrucciones de Ender, pasaron por la puerta con sólo diez segundos de retraso. La escuadra Conejo ya estaba haciendo sofisticados movimientos de baile allá abajo, en su extremo de la sala. En todas las demás escuadras con las que Ender había combatido, ahora mismo habría estado ocupado asegurándose de que él y su batallón estaban en el lugar que les correspondía en la formación. Ahora en cambio, él y todos sus hombres pensaban sólo en la forma de deslizarse más allá de la formación, de controlar las estrellas y las esquinas de la sala, y luego romper la formación del enemigo en pedazos insignificantes, que no sabrían lo que estaban haciendo. En menos de cuatro semanas juntos, su forma de luchar parecía la única forma inteligente, la única forma posible. Ender casi se sorprendió de que la escuadra Conejo no supiera ya que estaban irremisiblemente anticuados.

El batallón C se deslizó por la pared, bordeándola con las rodillas dobladas frente al enemigo. Crazy Tom, el jefe del batallón C, parecía haber ordenado a sus hombres que se irradiaran las piernas. Era una idea bastante buena con esa luz mortecina, ya que las partes congeladas de los trajes refulgentes se oscurecían. Les hacía menos visibles. Ender le felicitaría por eso.

La escuadra Conejo consiguió rechazar el ataque del batallón C, pero para entonces Crazy Tom y sus chicos ya los habían fraccionado, congelando a una docena de conejos antes de replegarse al resguardo de una estrella. Pero era una estrella situada detrás de la formación Conejo, lo que significaba que ahora iba a ser una presa fácil. Han Tzu, comúnmente llamado Hot Soup (sopa caliente), era el jefe del batallón D. Se deslizó rápidamente por el labio de la estrella hasta donde estaba arrodillado Ender.

—¿Qué tal si nos arrojamos desde la pared norte y nos hincamos de rodillas en sus narices?

—Hazlo —dijo Ender—. Elevaré C al sur para cogerlos por detrás. —Entonces gritó—: ¡A y E, despacio a las paredes!

Se deslizó por la estrella con los pies por delante, enganchó los pies en el borde, y dio una voltereta hasta la pared superior, y luego rebotó dirigiéndose a la estrella del batallón E. En un instante estaba conduciéndoles hacia abajo, contra la pared sur. Rebotaron casi al unísono y aparecieron detrás de las dos estrellas que defendían los soldados de Carn Carby. Fue como cortar un pastel. La escuadra Conejo estaba acabada, sólo quedaba hacer una pequeña limpieza. Ender dividió sus batallones en medios batallones, para registrar las esquinas en busca de soldados enemigos que estuvieran total o parcialmente dañados. En tres minutos, sus jefes de batallón informaron que la sala estaba limpia. Sólo uno de los chicos de Ender estaba completamente congelado (uno del batallón C, el que había soportado lo más riguroso del asalto), y sólo cinco estaban inutilizados. La mayoría estaban dañados, pero eran disparos en las piernas y muchos de ellos habían sido autoinfligidos. En total, había ido mucho mejor de lo que Ender esperaba.

Ender hizo que cuatro jefes de batallón rindieran honores en la puerta (cuatro cascos en las cuatro esquinas), y que Crazy Tom pasara por ella. La mayoría de los comandantes elegían a cualquiera que quedara vivo para cruzar la puerta; Ender podía haber elegido prácticamente a cualquiera. Una buena batalla.

Las luces brillaron con su máxima potencia, y por la puerta de los profesores, situados en el extremo sur de la sala de batalla, entró el mayor Anderson en persona. Con solemnidad, ofreció a Ender el garfio que se entregaba ritualmente al vencedor del juego. Ender lo utilizó para descongelar primero los trajes refulgentes de su escuadra, y la hizo formar en batallones antes de descongelar al enemigo. Una imagen militar, vigorosa, eso es lo que quería mostrar cuando Carby y la escuadra Conejo recuperaran el control de sus cuerpos. «Podrán maldecirnos y contar mentiras sobre nosotros, pero no podrán olvidar que les destrozamos, y digan lo que digan, los demás soldados y los demás comandantes lo verán en sus ojos; en esos ojos de Conejo, nos verán en formación ordenada, victoriosos y casi intactos tras nuestra primera batalla. La escuadra Dragón muy pronto va a dejar de ser un nombre gris.»

Carn Carby se dirigió a Ender en cuanto quedó descongelado. Era un chico de doce años, que parecía haber llegado a ser comandante en su último año en la escuela. Por eso no era tan gallito como los que lo lograban a los once. «No olvidaré esto cuando sea derrotado —pensó Ender—. Conservar la dignidad y mostrar respeto donde es debido, para que la derrota no sea una deshonra. Y espero que no tenga que hacerlo con frecuencia.»