Anderson mandó retirarse a la escuadra Dragón en último lugar, después de que la escuadra Conejo se hubo dispersado por la misma puerta por la que habían entrado los chicos de Ender. Ender condujo a su escuadra por la puerta del enemigo. La luz que surgía por el borde inferior de la puerta les recordaba qué dirección era abajo cuando volvían a la gravedad normal. Todos aterrizaron de pie con suavidad, corriendo. Formaron en el corredor.
—Son las 07.15 —dijo Ender—, lo que significa que tenéis quince minutos para desayunar antes de que os vea a todos en la sala de batalla para la práctica matinal.
Les podía oír decir en voz baja:
—Venga, hemos ganado, vamos a celebrarlo.
—Está bien —respondió Ender—, podéis hacerlo. Y vuestro comandante os da permiso para que os tiréis la comida durante el desayuno.
Se rieron, vitorearon, y entonces les mandó retirarse e ir al trote al cuartel. En la salida retuvo a los jefes de batallón y les dijo que no era necesario que vinieran a la práctica hasta las 07.45, y que la práctica del día concluiría temprano para que los chicos se pudieran duchar. Media hora para desayunar, y sin ducharse después de una batalla; seguía siendo poca cosa, pero era algo comparado con quince minutos. A Ender le gustó que el anuncio de los quince minutos adicionales procediera de los jefes de batallón. «Dejemos que los chicos aprendan que la indulgencia procede de sus jefes de batallón, y la severidad de su comandante; atará con más fuerza los pequeños nudos de este tejido.»
Ender no desayunó. No tenía hambre. En vez de hacerlo se fue al cuarto de baño y se duchó, y puso su traje refulgente en la lavadora para que estuviera listo cuando se hubiera secado. Se lavó dos veces y dejó que el agua corriera por su cuerpo. Sería reciclada. «Que todos beban hoy un poco de mi sudor. —Le habían dado una escuadra inexperta, y había ganado, y no por los pelos. Había ganado con sólo seis congelados o inutilizados—. Veremos durante cuánto tiempo siguen los demás comandantes utilizando sus formaciones, ahora que han visto lo que puede hacer una estrategia flexible.»
Estaba flotando en medio de la sala de batalla cuando comenzaron a llegar sus soldados. Naturalmente, ninguno le habló. Sabían que hablaría cuando estuviera preparado, y no antes.
Cuando todos estuvieron allí, Ender se engarfió cerca de ellos y les miró uno por uno.
—Una primera batalla excelente —dijo, lo que fue suficiente excusa para un viva y un intento de entonar un canto de Dragón, Dragón, que cortó rápidamente—. La escuadra Dragón lo hizo bien contra los Conejos. Pero el enemigo no va a ser siempre así de malo. Si nos hubiéramos enfrentado a una escuadra buena, batallón C, tu aproximación fue tan lenta que te habrían cogido por los flancos antes de que llegaras a una buena posición. Te deberías haber dividido formando un ángulo en dos direcciones, y así no podrían cogerte por los flancos. A y B, vuestra puntería fue lamentable. Los marcadores muestran que vuestra media es de sólo una diana por cada dos soldados. Esto significa que la mayoría de las dianas se consiguieron atacando a soldados rodeados. Esto no puede seguir así; un enemigo competente rompería en pedazos la fuerza de asalto, a menos que esté cubierta mucho mejor por los soldados alejados. Quiero que todos los batallones practiquen su puntería de lejos con blancos móviles y estáticos. Medios batallones harán de blanco por turnos. ¡Moveos!
—¿Vamos a tener estrellas? —preguntó Hot Soup—. Para apoyarnos al apuntar.
—No quiero que os acostumbréis a tener donde apoyar los brazos. Si os tiemblan los brazos, congelaos los codos. ¡Moveos!
Los jefes de batallón organizaron rápidamente a su gente, y Ender iba de un grupo a otro para dar consejos y ayudar a los soldados que tenían más problemas. Para entonces, los soldados ya sabían que Ender podía ser brutal en la forma de hablar a los grupos, pero cuando trabajaba con un individuo siempre era paciente, explicaba las cosas las veces que fuera necesario, daba consejos sosegadamente, escuchaba preguntas, problemas y explicaciones. Pero nunca se reía cuando intentaban bromear con él, y pronto dejaron de intentarlo. Era comandante en todo momento. Nunca necesitó recordárselo; simplemente, lo era.
Trabajaron todo el día con el sabor de la victoria en la boca, y dieron nuevos vítores cuando se suspendió el trabajo media hora antes del almuerzo. Ender retuvo a los jefes de batallón hasta la hora normal del almuerzo, para hablar de las tácticas que habían utilizado y evaluar el trabajo de sus soldados individualmente. Luego se fue a su habitación y se puso metódicamente el uniforme regular. Entraría en el comedor de comandantes con un retraso de unos diez minutos. La demora exacta que quería. Como ésta era su primera victoria, nunca había visto el interior del comedor de comandantes y no tenía ninguna idea de lo que se suponía que debía hacer un comandante nuevo, pero sí sabía que hoy quería entrar el último, cuando los resultados de las batallas de la mañana ya hubieran sido publicados. Hoy Dragón ya no sería un nombre gris.
No había excesiva agitación cuando entró. Pero cuando algunos advirtieron lo pequeño que era, y vieron los dragones en las mangas de su uniforme, le miraron sin disimulo, y para cuando cogió su comida y se sentó a una mesa, la habitación estaba en silencio. Ender empezó a comer, lentamente y con cuidado, fingiendo no notar que era el centro de atención. Las conversaciones y el ruido aumentaron de nuevo gradualmente, y Ender se pudo relajar lo suficiente para echar una mirada en torno suyo.
Una pared completa de la sala era un marcador. A los soldados se les mantenía al corriente de la clasificación global de una escuadra durante los dos últimos años; aquí, sin embargo, sólo se daban las clasificaciones de los comandantes. Un comandante nuevo no podía heredar una buena posición de su predecesor; se le situaba en la lista en función de lo que había hecho.
Ender tenía la mejor puntuación. Un resultado ganados-perdidos perfecto, por supuesto, pero en las demás clasificaciones iba muy por delante. Media de soldados inutilizados, media de enemigos inutilizados, media de tiempo transcurrido antes de la victoria; estaba en la primera posición en todas las clasificaciones.
Cuando estaba a punto de terminar de comer, alguien se acercó por detrás y le tocó el hombro.
—¿Me puedo sentar?
Ender no necesitó girar la cabeza para saber que era Dink Meeker.
—Hola, Dink —dijo Ender—. Siéntate.
—Pedos de oro —dijo Dink con tono jovial—. Estamos intentando decidir si esa puntuación es un milagro o un error.
—Una costumbre —dijo Ender.
—Una victoria no representa una costumbre —dijo Dink—. No seas gallito. Cuando eres nuevo te ponen contra comandantes débiles.
—Carn Carby no es precisamente el último de la lista.
Era verdad. Carby estaba por el medio.
—No lo hace mal —dijo Dink—, si se tiene en cuenta que acaba de empezar. Es una joven promesa. Tú no eres una promesa. Tú eres una amenaza.
—¿Una amenaza de qué? ¿Te van a dar de comer menos si gano? Creí que me habías dicho que todo esto era un juego estúpido y que nada tenía importancia.
A Dink no le gustó que le echaran en cara sus propias palabras, no en estas circunstancias.
—Tú fuiste quien me incitó a seguir jugando con ellos. Pero contigo voy en serio, Ender. A mí no me vencerás.
—Probablemente no —dijo Ender.
—Yo te enseñé —dijo Dink.
—Todo lo que sé —dijo Ender—. Ahora sólo juego de oído.
—Felicidades —dijo Dink.
—Es bueno saber que tengo un amigo aquí.
Pero Ender no estaba seguro de que Dink fuera ya su amigo. Tampoco lo estaba Dink. Tras unas pocas frases vacías, Dink volvió a su mesa.
Ender miró en torno suyo cuando acabó de comer. Seguían algunas pequeñas conversaciones. Ender reconoció a Bonzo, que ahora era uno de los comandantes más antiguos. Rose el Narizotas se había graduado. Petra estaba con un grupo en una esquina lejana, y no le miró ni una vez. Como la mayoría, le miraban de soslayo de vez en cuando, incluidos los que estaban hablando con Petra. Ender estaba casi seguro de que le rehuía la mirada deliberadamente. «Este es el problema de empezar ganando —pensó Ender—. Pierdes a los amigos. Dales unas semanas para que se acostumbren. Para cuando tenga la próxima batalla, las cosas se habrán calmado.»