—Lo sé.
Graff y Anderson se miraron de nuevo. Graff tabaleó en la mesa.
—Ya no juegas al Juego de Fantasía —le dijo. Ender no respondió.
—Dime por qué no juegas.
—Porque gané.
—Nunca se gana todo en ese juego. Siempre hay más.
—Lo gané todo.
—Ender, queremos ayudarte a ser lo más feliz posible, pero si tú…
—Ustedes quieren hacer de mí el mejor soldado posible. Vayan abajo y miren las clasificaciones. Miren las clasificaciones de todos los tiempos. Hasta ahora están haciendo conmigo un trabajo excelente. Felicidades. Ahora bien, ¿cuándo me van a enfrentar a una escuadra buena?
Los labios inexpresivos de Graff esbozaron una sonrisa, y una carcajada contenida le hizo temblar un poco.
Anderson alargó una nota a Ender.
—Ahora —dijo.
—Es dentro de diez minutos —dijo Ender—. Mi escuadra se está duchando tras la práctica. Graff sonrió.
—Entonces, será mejor que te des prisa, chico.
Llegó al cuartel de su escuadra en cinco minutos. La mayoría se habían duchado y se estaban vistiendo; algunos ya se habían ido a la sala de juegos o a la sala de vídeos a esperar la hora del almuerzo. Mandó a tres chicos más jóvenes que llamaran a todos y ordenó a los demás que se pusieran el traje de batalla con la mayor celeridad.
—Esta va a ser dura, y además llegaremos tarde —dijo Ender—. Hace unos veinte minutos que dieron la nota a Bonzo, y para cuando lleguemos a la puerta llevarán ahí dentro unos cinco minutos como mínimo.
Los chicos estaban indignados, y se quejaban en voz alta en la jerga que normalmente evitaban utilizar en presencia del comandante. «¿Pero qué pasa? ¿Están chiflados?»
—Olvidaos del porqué, nos preocuparemos de eso esta noche. ¿Estáis cansados? Fly Molo respondió:
—Nos hemos dejado la piel en las prácticas de hoy. Por no mencionar la paliza que hemos dado a la escuadra Hurón esta mañana.
—Nadie tiene dos batallas el mismo día —dijo Crazy Tom.
Ender respondió en el mismo tono.
—Ni nadie ha derrotado jamás a la escuadra Dragón. ¿Va a ser esta vuestra gran oportunidad de perder? —La pregunta burlona de Ender fue la respuesta a sus quejas. Primero ganar, después preguntar.
Estaban todos de vuelta en el dormitorio, y la mayoría vestidos.
—¡Moveos! —gritó Ender, y corrieron en línea detrás de él, algunos todavía vistiéndose cuando llegaron al corredor que daba a la sala de batalla.
Muchos estaban jadeando ya, una mala señal; estaban demasiado cansados para esta batalla. La puerta ya estaba abierta. No había ninguna estrella. Sólo vacío, espacio vacío en una sala con una iluminación deslumbrante. Ningún sitio donde esconderse, ni siquiera en la oscuridad.
—Tengo la corazonada de que ellos tampoco han salido todavía —dijo Crazy Tom.
Ender se puso la mano en la boca para indicarles que guardaran silencio. Lógicamente, con la puerta abierta, el enemigo podía escuchar todo lo que dijeran. Ender señaló con el dedo todo el perímetro de la puerta, para indicarles que la escuadra Salamandra estaba, sin ninguna duda, desplegada por la pared alrededor de la puerta, donde no podían ser vistos pero sí podían irradiar fácilmente a cualquiera que saliera.
Ender les hizo señas de que se retiraran de la puerta. Luego hizo adelantarse a algunos de los chicos más altos, incluido Crazy Tom, y les hizo arrodillarse, pero no sentados en cuclillas sobre los talones, sino totalmente erguidos de manera que sus cuerpos formaran una L. Les congeló. La escuadra lo miraba en silencio. Seleccionó al chico más pequeño, Bean, le entregó la pistola de Tom e hizo que se arrodillara en las piernas congeladas de Tom. Entonces sacó las manos de Bean, cada una sosteniendo una pistola, por los sobacos de Tom.
Ahora lo entendían, Tom sería un escudo, una astronave blindada, y Bean estaría escondido dentro. Desde luego, no era invulnerable, pero tendría tiempo.
Ender asignó dos chicos más para lanzar a Tom y a Bean por la puerta, pero les hizo señas de que esperaran. Avanzó entre la escuadra, asignando rápidamente grupos de cuatro: un escudo, un tirador y dos lanzadores. Cuando todos estuvieron congelados o armados o listos para lanzar, señaló a los lanzadores que levantaran sus cargas, las lanzaran por la puerta y que, a continuación, se lanzaran ellos.
—¡Moveos! —gritó Ender.
Se pusieron en movimiento. Las parejas tirador-escudo salían por la puerta de dos en dos, de espaldas para que el escudo se interpusiera entre el tirador y el enemigo. El enemigo abrió fuego de inmediato, pero casi todos acertaron a los chicos congelados de delante. Mientras tanto, con dos pistolas para disparar y sus blancos alineados ordenadamente y extendidos en horizontal a lo largo de la pared, los Dragones lo tuvieron fácil. Era muy difícil fallar. Y a medida que los lanzadores saltaban también por la puerta, se agarraban a asideros situados en la misma pared que el enemigo disparándole desde un ángulo mortífero, de modo que los Salamandras no sabían si disparar a las parejas escudo-tirador que les estaban masacrando o a los lanzadores que les estaban disparando desde su mismo nivel. Para cuando Ender salió por la puerta, la batalla había concluido. No había transcurrido ni un minuto desde que el primer Dragón atravesó la puerta hasta la suspensión del tiroteo. Dragón había tenido veinte congelados o inutilizados, y sólo doce chicos estaban intactos. Era su peor resultado, pero habían ganado.
Cuando salió el mayor Anderson y entregó el garfio a Ender, Ender no pudo contener la rabia.
—Creía que me iban a enfrentar a una escuadra capaz de competir contra nosotros en una lucha limpia.
—Felicitaciones por la victoria, comandante.
—¡Bean! —gritó Ender—. Si hubieras mandado la escuadra Salamandra, ¿qué habrías hecho?
Bean, inutilizado pero no totalmente congelado, gritó desde las proximidades de la puerta del enemigo, donde flotaba a la deriva:
—Mantener una configuración variable de movimientos enfrente de la puerta. No te mantengas inmóvil cuando el enemigo sabe exactamente dónde estás.
—Ya que hace trampas —dijo Ender a Anderson—, ¿por qué no adiestra a la otra escuadra a hacer trampas de una forma inteligente?
—Le sugiero que movilice su escuadra —dijo Anderson.
Ender pulsó los botones para descongelar a las dos escuadras a la vez.
—Escuadra Dragón, rompan filas —gritó inmediatamente. No harían ningún tipo de formación para aceptar la rendición de la otra escuadra. No había sido una pelea limpia, aunque habían vencido; la intención de los profesores era que perdieran, y sólo la ineptitud de Bonzo les había salvado. No había gloria en ese tipo de victorias.
Sólo cuando se estaba marchando de la sala de batalla Ender se dio cuenta de que Bonzo no entendería que estaba enfadado con los profesores. El honor español. Bonzo sólo entendería que había sido derrotado, incluso cuando todo estaba a su favor; que Ender había ordenado al chico más joven de su escuadra manifestar públicamente lo que Bonzo debería haber hecho para vencer; y que Ender ni siquiera se había quedado para recibir la rendición honrosa de Bonzo. Si Bonzo no odiase ya a Ender, indudablemente habría empezado a odiarle ahora; y odiándole como le odiaba, indudablemente esto haría que su ira fuera asesina. «Bonzo ha sido la última persona que me ha golpeado —pensó Ender—. Estoy seguro de que no lo ha olvidado.»
Ni había olvidado el sangriento enfrentamiento en la sala de batalla, cuando los chicos mayores intentaron disolver la sesión práctica de Ender. Ni tampoco lo habían olvidado muchos otros. Entonces estaban hambrientos de sangre; ahora Bonzo estaría sediento. Ender le dio vueltas a la idea de volver a seguir un curso superior de defensa personal; pero ahora, con la probabilidad de tener no una batalla diaria sino dos el mismo día, Ender sabía que no disponía de tiempo. «Tendré que confiar en mi suerte. Los profesores me han metido en esto, ellos me pueden sacar…»