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Bean se desplomó pesadamente en su litera, totalmente agotado; la mitad de los chicos del cuartel ya estaban durmiendo, y todavía faltaban quince minutos para que se apagaran las luces. Con hastío, sacó de su casillero la consola y la conectó. Al día siguiente había un examen de geometría y Bean estaba muy mal preparado. Siempre le quedaba la posibilidad de razonar las cosas si tenía tiempo. Había leído a Euclides cuando tenía cinco años, pero el examen tenía un límite de tiempo, de modo que no habría ninguna posibilidad de razonar. Se lo tenía que saber. Y no se lo sabía. Y probablemente haría mal el examen. Pero hoy habían ganado dos veces, y por eso se sintió bien.

Sin embargo, en cuanto conectó la consola, todas sus preocupaciones sobre la geometría se desvanecieron. Alrededor de la pantalla desfiló el mensaje:

VEN A VERME INMEDIATAMENTE — ENDER

Eran las 21.50, sólo diez minutos antes de que se apagaran las luces. ¿Cuánto tiempo haría que lo había enviado Ender? Sin embargo, mejor que no lo ignorase. Puede que hubiese otra batalla por la mañana, una idea que le hizo sentirse hastiado, y con independencia de lo que Ender quisiera hablarle, no había tiempo. Así que Bean rodó de la litera y caminó como desinflado por el corredor hasta la habitación de Ender. Llamó.

—Entra —dijo Ender.

—Acabo de ver tu mensaje.

—Bien —dijo Ender.

—Falta poco para que se apaguen las luces.

—Te ayudaré a encontrar el camino en la oscuridad.

—Simplemente, no sabía si tenías idea de la hora que era…

—Siempre sé la hora que es.

Bean suspiró para sus adentros. No fallaba. Todas sus conversaciones con Ender acababan en discusiones. Bean lo odiaba. Admitía la genialidad de Ender y le admiraba por ello. ¿Por qué no veía Ender algo bueno en él?

—¿Te acuerdas de hace cuatro semanas, Bean, cuando me dijiste que te hiciera jefe de batallón?

—Sí.

—Desde entonces he hecho cinco jefes de batallón y cinco asistentes. Y ninguno de ellos eres tú. —Ender levantó las cejas—. ¿Me equivoco?

—No, señor.

—Bien, dime que tal lo has hecho en estas ocho batallas.

—Hoy ha sido la primera vez que me han inutilizado, pero el ordenador me ha contabilizado quince aciertos antes de que tuviera que parar. Nunca he obtenido menos de cinco aciertos en una batalla. También he cumplido todas las misiones que se me han encomendado.

—¿Por qué te hicieron soldado siendo tan joven, Bean?

—No más joven de lo que eras tú.

—Pero, ¿por qué?

—No lo sé.

—Sí lo sabes y yo también.

—He hecho conjeturas, pero sólo son conjeturas. Tú eres muy bueno. Lo sabían. Te ascendieron…

—Dime por qué, Bean.

—Porque nos necesitan, he ahí el porqué. —Bean se sentó en el sucio y miró fijamente a los pies de Ender—. Porque necesitan alguien que venza a los insectores. Eso es lo único que les importa.

—Es importante que sepas eso, Bean. Porque la mayoría de los chicos de esta escuela creen que el juego es importante en sí mismo y pero no lo es. Sólo es importante porque les ayuda a descubrir chicos que pueden llegar a ser verdaderos comandantes, en la guerra de verdad. Pero en lo referente al juego, lo están jodiendo. Eso es lo que están haciendo. Joder el juego.

—Es divertido. Creí que sólo lo hacían con nosotros.

—Un juego nueve semanas antes de lo normal. Y ahora dos juegos en el mismo día. Bean, no sé qué están haciendo los profesores, pero mi escuadra se está cansando, y yo también me estoy cansando, y a ellos no les importan en absoluto las reglas del juego. He sacado del ordenador las gráficas antiguas. Nadie ha destruido jamás tantos enemigos y mantenido tantos soldados ilesos en toda la historia del juego.

—Eres el mejor, Ender.

Ender movió la cabeza negativamente.

—Quizá. Pero no fue una casualidad que consiguiera los soldados que he conseguido. Reclutas, rechazados de otras escuadras, pero reúnelos y mi peor soldado podría ser jefe de batallón en otra escuadra. Han puesto las cosas a mí favor, pero ahora lo están poniendo todo en mi contra. Bean, quieren destrozarnos.

—A ti no pueden destrozarte.

—Te sorprenderías —Ender respiró profundamente, repentinamente, como si sintiera un pinchazo de dolor, o tuviera que aspirar un viento que pasara; Bean le miró y se dio cuenta de que lo imposible estaba sucediendo. Lejos de hostigarle, Ender Wiggin estaba confiando en él. No demasiado. Pero un poco. Ender era humano y a Bean se le había permitido verlo.

—Quizá te sorprenderías tú —dijo Bean.

—La cantidad de ideas ingeniosas y nuevas que puedo tener al día tiene un límite. Algún día aparecerá alguien con algo que oponer contra mí en lo que no habré pensado antes, y no estaré preparado.

—¿Qué es lo peor que puede pasar? Que pierdas un juego.

—Sí. Eso es lo peor que puede pasar. No puedo perder ningún juego. Porque si pierdo un…

No se explicó, y Bean no preguntó.

—Necesito que seas ingenioso, Bean. Necesito que pienses soluciones para problemas que todavía no hemos visto. Quiero que intentes cosas que nadie ha intentado porque sean absolutamente estúpidas.

—¿Por qué yo?

—Porque aunque hay soldados mejores que tú en la escuadra Dragón, no muchos, pero algunos, no hay nadie que piense mejor y más rápido que tú.

Bean no di]O nada. Los dos sabían que era cierto.

Ender le mostró su consola. Había doce nombres. Dos o tres de cada batallón.

—Elige cinco —dijo Ender—. Uno de cada batallón. Formarán una escuadrilla especial, y tú les adiestrarás. Sólo durante las sesiones de práctica adicionales. Mantenme al corriente de lo que les haces hacer. No dediques demasiado tiempo a una sola cosa. La mayor parte del tiempo, tú y tu escuadrilla formaréis parte del conjunto de la escuadra, formaréis parte de vuestros batallones normales. Pero cuando te necesite. Cuando haya que hacer algo que sólo tú puedas hacer.

—Todos éstos son nuevos —dijo Bean—. Ni un veterano.

—Después de la última semana, Bean, todos nuestros soldados son veteranos. ¿No te das cuenta de que, en las clasificaciones de soldados individuales, nuestros cuarenta soldados están en las cincuenta primeras posiciones? Que hay que bajar diecisiete posiciones para encontrar a un soldado que no sea dragón.

—¿Y qué pasa si no se me ocurre nada?

—Entonces estaba equivocado con respecto a ti.

Bean esbozó una sonrisa.

—No estás equivocado. Las luces se apagaron.

—¿Puedes encontrar el camino de vuelta, Bean?

—Es probable que no.

—Entonces quédate aquí. Si escuchas con cuidado, podrás oír al hada buena venir por la noche y dejar nuestra misión para mañana.

—No nos darán otra batalla para mañana, ¿verdad?

Ender no respondió. Bean le oyó trepar a la cama. Se levantó del suelo e hizo lo mismo. Pensó en media docena de ideas antes de dormirse. Ender estaría satisfecho; todas eran estúpidas.

12

BONZO

—General Pace, siéntese, por favor. Tengo entendido que ha venido a verme por un asunto de cierta urgencia.

—Normalmente, coronel Graff, no pretendería inmiscuirme en el funcionamiento interno de la Escuela de Batalla. Su autonomía está garantizada, y, a pesar de nuestra diferencia de rango, soy consciente de que mi autoridad sólo me permite aconsejarle, no ordenarle que emprenda una acción.