—¿Tienes alguna excusa por tu comportamiento, jovencito? —preguntó el oficial.
Ender negó con la cabeza. No sabía qué decir, y además tenía miedo de que se descubriera que era un monstruo peor de lo que sus acciones delataban.
«Aceptaré el castigo, sea el que sea —pensó—. Apechugaré con él,»
—Estamos dispuestos a tener en cuenta las posibles circunstancias atenuantes —dijo el oficial—. Pero tengo que decirte que el asunto no tiene buena pinta. Una patada en la ingle, varias patadas en la cara y en el cuerpo cuando estaba caído. Da la impresión de que disfrutabas.
—No es verdad —susurró Ender.
—¿Por qué lo hiciste entonces?
—Estaba con su pandilla —dijo Ender.
—Y qué. ¿Crees que eso justifica lo que hiciste?
—No.
—Dime por qué seguiste pegándole. Ya habías vencido.
—Noquearle significaba ganar la primera batalla. Quería ganar también todas las demás, en ese mismo momento, para que me dejaran en paz.
Ender no pudo evitarlo, tenía demasiado miedo, estaba demasiado avergonzado de sus propios actos: aunque intentó dominarse, lloró otra vez. No le gustaba llorar y raramente lo hacía; ahora, en menos de un día, lo había hecho tres veces. Y cada vez era peor. Llorar delante de su madre y de su padre y de ese militar. Era vergonzoso.
—Ustedes me quitaron el monitor —dijo—. Tenía que valerme por mí mismo, ¿no?
—Ender, deberías haber pedido ayuda a una persona mayor —comenzó a decir su padre.
Pero el oficial se levantó y cruzó la estancia dirigiéndose hacia Ender. Extendió la mano.
—Me llamo Graff, Ender. Coronel Hyrum Graff. Soy director de enseñanza primaria en la Escuela de Batalla, en el Cinturón. He venido a invitarte a ingresar en la escuela.
«Al fin…»
—Pero, el monitor…
—La última prueba de tu examen era ver qué ocurría si te quitábamos el monitor. No siempre lo hacemos así, pero en tu caso…
—¿Y he pasado?
Su madre no podía creérselo.
—¿Por mandar al chico de los Stilson al hospital? ¿Qué habrían hecho si Andrew le hubiera matado? ¿Darle una medalla?
—La cuestión no es lo que hizo, señora Wiggin, sino el porqué lo hizo. —El coronel Graff les dio una carpeta llena de papeles—. Aquí tienen la solicitud. Su hijo ha sido reclutado por el Servicio de Selección de la F.I. Naturalmente, tenemos ya su consentimiento, extendido por escrito cuando ratificamos su concepción, pues en caso contrario no se le hubiera permitido nacer. Desde entonces ha sido nuestro, si superaba las pruebas.
La voz de su padre temblaba cuando dijo:
—No es muy amable de su parte hacernos pensar que no le querían y acabar llevándoselo.
—Y esa mascarada sobre el chico de los Stilson —dijo la madre.
—No era una mascarada, señora Wiggin. Hasta que conociéramos el verdadero móvil de Ender no podíamos estar seguros de que era ése y no otro. Teníamos que conocer el significado de su acción. O por lo menos lo que Ender creía que significaba.
—¿Es preciso que le llame con ese estúpido apodo? —se puso a gritar la madre.
—Lo siento, señora Wiggin, pero así es cómo él se llama a sí mismo.
—¿Qué va a hacer, coronel Graff? —preguntó el padre—. ¿Salir por la puerta con él ahora mismo?
—Eso depende —dijo Graff.
—¿De que?
—De si Ender quiere venir o no.
Los sollozos de la madre se trocaron en una risa amarga.
—O sea, que a fin de cuentas es voluntario. ¡Cuánta amabilidad!
—Ustedes dos ya hicieron su elección cuando Ender fue concebido, pero Ender todavía no ha hecho ninguna elección. Los conscriptos son buenos para carne de cañón, pero para el cargo de oficial necesitamos voluntarios.
—¿Oficial? —preguntó Ender. Al oír su voz, los demás enmudecieron.
—Sí —dijo Graff—. La Escuela de Batalla forma futuros capitanes de astronaves, comodoros de flotillas y almirantes de la flota.
—No nos llevemos otra decepción ahora —dijo el padre con disgusto—. ¿Cuántos chicos de la Escuela de Batalla acaban al mando de una nave?
—Por desgracia, señor Wiggin, ésa es información clasificada. Pero le puedo decir que ninguno de los chicos que pasan el primer año ha dejado nunca de recibir el nombramiento de oficial. Y ninguno ha servido en una posición de rango inferior a la de oficial en jefe de un navío interplanetario. E incluso en las fuerzas domésticas de defensa de nuestro propio sistema solar, eso es un honor.
—¿Cuántos pasan el primer año? —preguntó Ender.
—Todos los que quieren pasar —dijo Graff. Ender estuvo a punto de decir «Yo quiero», pero se contuvo. Esto le mantendría alejado de la escuela, pero era estúpido pensar en ello, ese problema pasaría en unos días. Le mantendría alejado de Peter; eso era más importante, podría ser cuestión de vida o muerte… Pero dejar a mamá y a papá, y, sobre todo, dejar a Valentine. Y ser soldado… A Ender no le gustaba pelear. No le gustaba el estilo de Peter, el fuerte contra el débil, y no le gustaba tampoco su propio estilo, el listo contra el tonto.
—Creo —dijo Graff—, que Ender y yo deberíamos tener una conversación en privado.
—No —dijo el padre.
—No me lo llevaré sin dejar que hablen con él otra vez —dijo Graff—. Y, de todas formas, no pueden impedírmelo.
El padre dirigió a Graff una mirada desafiante y luego se levantó y salió de la estancia. La madre se detuvo un momento para estrechar con fuerza la mano de Ender y cerró la puerta al salir.
—Ender —dijo Graff—, si vienes conmigo, no volverás aquí en mucho tiempo. En la Escuela de Batalla no hay vacaciones. Ni visitas. El período de entrenamiento completo dura hasta los dieciséis años. Tendrás tu primer permiso, en determinadas circunstancias, cuando tengas doce años. Créeme, Ender, las personas cambian en seis años, en diez años. Si vienes conmigo, tu hermana Valentine será una mujer cuando la vuelvas a ver. Seréis extraños.
La seguirás queriendo, Ender, pero no la conocerás. Como verás, no pretendo hacerte creer que es fácil.
—¿Y mamá y papá?
—Ender, te conozco. Me he pasado mucho tiempo estudiando los discos del monitor. No echarás de menos a tu madre y a tu padre, no mucho, ni por mucho tiempo. Y tampoco ellos te echarán de menos mucho tiempo.
A pesar de sus esfuerzos, a los ojos de Ender se asomaron unas lágrimas. Volvió la cara, pero no levantó la mano para enjugarlas.
—Te quieren, Ender. Pero tienes que comprender lo mucho que les ha costado tu vida. ¿Sabías que nacieron en familias con creencias religiosas? Tu padre fue bautizado con el nombre de John Paul Wieczorek, un nombre católico. El séptimo de nueve hermanos.
Nueve hijos. Era inconcebible. Criminal…
—Sí, bueno, la gente hace cosas extrañas a causa de la religión. Ya conoces las sanciones, Ender. En ese tiempo no eran tan duras, pero de todas formas no resultaba fácil. Sólo los dos primeros hijos recibían educación gratuita. Los impuestos subían a cada nuevo hijo. Cuando tu padre cumplió los dieciséis años, invocó el Acta de las Familias No Conformistas para separarse de su familia. Cambió su nombre, renunció a su religión y prometió no tener más que los dos hijos permitidos. Era sincero. ¡Había pasado por tantos desprecios y persecuciones cuando era niño!
Se prometió que ningún hijo suyo pasaría por eso. ¿Lo entiendes ahora?
—No me quería.
—Bueno, ya nadie quiere un Tercero. No puedes esperar que estén contentos. Pero tu padre y tu madre son un caso especial. Los dos renunciaron a sus religiones, tu madre era mormona, pero de hecho sus sentimientos siguen siendo ambiguos. ¿Sabes lo que significa la palabra ambiguo?
—No saben de qué lado están.
—Se avergüenzan de proceder de familias no conformistas. Lo ocultan. Hasta el punto de que tu madre se niega a admitir que nació en Utah, por miedo a que sospechen. Tu padre niega su ascendencia polaca, pues Polonia sigue siendo una nación no conformista, y está bajo sanción internacional por ello. Ya ves que tener un Tercero, incluso siguiendo instrucciones directas del gobierno, va contra todo lo que habían intentado hacer.