—¿Una acción?
—No disimule conmigo, coronel Graff. Los americanos son muy dados a hacer el papel del tonto cuando quieren, pero y o no me dejo engañar. Usted sabe por qué estoy aquí.
—¡Ah! Me imagino que esto significa que Dap presentó un informe.
—Se siente… paternalista con los estudiantes. Cree que su negligencia ante una situación potencialmente mortales algo más que negligencia… que bordea la conspiración para matar o herir de gravedad a uno de los estudiantes.
—Esto es una escuela de niños, general Pace. Y una escuela de niños difícilmente puede requerir la presencia del jefe de la policía militar de la F.I.
—Coronel Graff, el nombre de Ender Wiggin se ha filtrado hasta el alto mando. Incluso ha llegado a mis oídos. He oído describirlo sin exageraciones como nuestra única esperanza de victoria en la inminente invasión. Cuando su vida o su salud está en peligro, no considero desorbitado que la policía militar tenga interés en preservar y proteger al chico. ¿Usted sí?
—Maldito Dap y maldito usted también, señor, sé lo que me hago.
—¿Seguro?
—Mejor que nadie.
—Eso es obvio, puesto que nadie más tiene la más remota idea de lo que está haciendo. Sabe desde hace ocho días que algunos de los chicos más depravados están conspirando para dar una paliza a Ender Wiggin, si pueden. Y que algunos de los miembros de esa conspiración, fundamentalmente el chico llamado Bonito de Madrid, comúnmente apodado Bonzo, tiene muchas probabilidades de no refrenarse cuando lleven a cabo ese correctivo, de modo que Ender Wiggin, un inestimable recurso internacional, quedará expuesto al grave peligro de embadurnar con sus sesos las paredes de su ingenua escuela orbital. Y usted, plenamente consciente del peligro, exactamente se propone hacer…
—Nada.
—Como comprenderá, eso aumenta nuestra perplejidad.
—Ender Wiggin ha estado en este tipo de situaciones antes. En la Tierra, el día que se le quitó el monitor, y otra vez, cuando un numeroso grupo de chicos mayores…
—No he venido aquí ignorante de su pasado. Ender Wiggin ha provocado a Bonzo Madrid más allá de toda resistencia humana. Y usted no dispone de policía militar preparada para disolver disturbios.
—Cuando Ender Wiggin esté al mando de nuestras flotas, cuando tenga que tomar las decisiones que nos conducirán a la victoria o a la destrucción, ¿habrá una policía militar que acuda en su ayuda en el caso de que la situación se le escape de las manos?
—No acabo de ver la conexión.
—Obviamente. Pero la conexión está ahí. Ender Wiggin tiene que creer que, pase lo que pase, ningún adulto va a dar un paso par a prestarle ningún tipo de ayuda, nunca. Tiene que creer, hasta lo más profundo de su alma, que sólo podrá hacer lo que él y los demás chicos resuelvan hacer por sí mismos. Si no cree eso, entonces nunca llegará a la cima de sus posibilidades.
—Tampoco llegará a la cima de sus posibilidades si está muerto o permanentemente lisiado.
—No lo estará.
—¿Por qué no hace algo tan sencillo como graduara Bonzo? Tiene la edad suficiente.
—Porque Ender sabe que Bonzo tiene la intención de matarle. Si transferimos a Bonzo antes de lo previsto, sabrá que le protegemos. El cielo sabe que Bonzo no es lo bastante buen comandante para ser promocionado por sus propios méritos.
—¿Qué pasa con los otros chicos? ¿No puede hacer que le ayuden?
—Veremos qué pasa. Ésta es mi decisión primera, última y única.
—Que Dios le proteja si está equivocado.
—Que Dios nos proteja a todos si estoy equivocado.
—Le someteré a una corte marcial capitán. Si está equivocado, haré que su nombre sea odiado en todo el mundo.
—Es justo. Pero si resulta que estoy en lo cierto, no olvide hacer lo necesario para que me concedan unas docenas de medallas.
—¡Para qué!
—Para impedir sus intromisiones.
Ender se sentó en una esquina de la sala de batalla, con el brazo enganchado en un asidero, observando a Bean practicar con su escuadrilla. Ayer habían hecho ejercicios de ataque sin pistola, desarmando enemigos con los pies. Ender les había ayudado enseñándoles algunas técnicas de lucha personal con gravedad; había muchas cosas diferentes, pero la inercia en vuelo era un elemento que se podía utilizar contra el enemigo con la misma facilidad en gravedad cero que en la gravedad terrestre.
Hoy, sin embargo, Bean tenía un juguete nuevo. Era una línea muerta, uno de los delgados hilos de bramante, casi invisibles, utilizados durante la construcción en el espacio para mantener juntos dos objetos. Algunas veces las líneas muertas tenían varios kilómetros de longitud. Ésta era sólo un poco más larga que una pared de la sala de batalla, y sin embargo se enrollaba toda ella, casi de forma invisible, en torno a la cintura de Bean. Se despojó de ella como si se tratara de una prenda de vestir y alargó un extremo a uno de sus soldados.
—Engánchalo a un asidero y dale varias vueltas.
Bean llevó el otro extremo al otro lado de la sala de batalla.
Como cable para trampas no era demasiado práctico, pensó Bean. Era suficientemente invisible, pero un hilo de bramante no tenía demasiadas probabilidades de detener a un enemigo que podía pasar sin problemas por encima o por debajo. Entonces se le ocurrió la idea de utilizarlo para cambiar de dirección en el aire. Se lo ató alrededor de la cintura, con el otro extremo todavía atado a un asidero, se deslizó algunos metros y se lanzó sin vacilar. El bramante le frenó en seco, cambió su dirección repentinamente y le balanceó, haciéndole describir un arco que le estrelló brutalmente contra la pared.
Chillaba sin parar. Ender tardó unos segundos en darse cuenta de que no gritaba de dolor.
—¡Visteis lo rápido que iba! ¡Visteis cómo cambié de dirección!
Pronto, toda la escuadra Dragón interrumpió el trabajo para observar a Bean hacer ejercicios con el hilo de bramante. Los cambios de dirección eran portentosos, especialmente cuando no se sabía dónde buscar el hilo de bramante. Cuando utilizó el hilo para dar vueltas en torno a una estrella, alcanzó velocidades que nadie había visto antes.
Eran las 21.40 cuando Ender dio por concluida la práctica nocturna. Fatigada pero satisfecha por haber visto algo nuevo, su escuadra iba por los corredores de vuelta al cuartel. Ender iba entre ellos, sin hablar, pero escuchaba sus conversaciones. Estaban cansados, sí; una batalla diaria durante más de cuatro semanas, con frecuencia en situaciones que ponían a prueba sus posibilidades. Pero estaban orgullosos, felices, unidos; nunca habían perdido, y habían aprendido a confiar unos en otros. Confiar en que sus compañeros de armas lucharían mucho y bien; confiar en que sus jefes les utilizarían en vez de malgastar sus esfuerzos; y por encima de todo, confiar en que Ender les prepararía para todas y cada una de las situaciones que pudieran sobrevenir.
Mientras caminaban por los corredores, Ender vio a varios chicos mayores, aparentemente enfrascados en conversaciones en los corredores laterales y en las escaleras de salida; algunos estaban en su corredor, caminando lentamente en dirección contraria. Era demasiada coincidencia, sin embargo, que la mayoría llevara uniformes de la escuadra Salamandra, y que los que no lo llevaban, fueran chicos mayores pertenecientes a las escuadras de los comandantes que más odiaban a Ender Wiggin. Algunos le miraban, y apartaban la vista rápidamente; otros estaban demasiado tensos, demasiado nerviosos mientras fingían estar relajados. «¿Qué hago si atacan a mi escuadra aquí, en el corredor? Todos mis chicos son jóvenes, todos son pequeños, y sin ninguna experiencia en el combate en gravedad normal. ¿Cuándo aprenderían?»