—¡Eh, Ender! —gritó alguien.
Ender se detuvo y miró hacia atrás. Era Petra.
—Ender, ¿puedo hablar contigo?
Ender vio en un segundo que si se detenía y se ponía a hablar, su escuadra le adelantaría rápidamente y se quedaría solo con Petra en el pasillo.
—Camina conmigo —dijo Ender.
—Es sólo un momento. Ender se dio la vuelta y siguió caminando con su escuadra. Oyó a Petra correr para alcanzarle.
—Está bien, caminaré contigo.
Ender se puso en tensión cuando Petra se aproximó a él. ¿Era Petra uno de ellos, uno de los que le odiaban lo suficiente como para lastimarle?
—Un amigo tuyo me ha pedido que te avise. Hay algunos chicos que quieren matarte.
—Sorpresa —dijo Ender.
Algunos de sus soldados parecieron aguzar las orejas. Los complots contra su comandante parecían ser noticias interesantes.
—Ender, son capaces de hacerlo. Dice que lo han estado planeando desde que te nombraron comandante…
—Desde que gane a Salamandra, querrás decir.
—También yo te odié cuando venciste a la escuadra Fénix, Ender.
—No he nombrado a nadie.
—Es verdad. Me dijo que te hablara a solas hoy y te avisara, en el camino de vuelta de la sala de batalla, que mañana tengas más cuidado que nunca, porque…
—Petra, si ahora me estuvieras hablando a solas, precisamente ahora me están siguiendo cerca de una docena de chicos que me habrían cogido a solas en el corredor. ¿No me dirás que no te habías dado cuenta?
Su cara enrojeció repentinamente.
—No, no me di cuenta. ¿Cómo puedes pensarlo? ¿No sabes quiénes son tus amigos?
Petra se abrió camino entre la escuadra Dragón, le adelantó y trepó por una escalera que daba a una cubierta superior.
—¿Es cierto? —preguntó Crazy Tom.
—¿El qué?
Ender inspeccionó la habitación y gritó a dos chicos alborotadores que se fueran a la cama.
—Que algunos chicos mayores quieren matarte.
—Habladurías —dijo Ender. Pero sabía que no lo eran. Petra se había enterado de algo, y lo que vio en el camino esa noche no eran imaginaciones.
—Puede que sólo sean habladurías, pero espero que entenderás que los cinco jefes de batallón que tienes te van a escoltar esta noche hasta tu habitación.
—Es completamente innecesario.
—Complácenos. Nos debes un favor.
—No os debo nada.
Sería un loco si lo rechazara.
—Haced lo que queráis.
Se dio la vuelta y se marchó. Los jefes de batallón trotaron jumo a él. Uno se adelantó y abrió su puerta.
Examinaron la habitación, hicieron prometer a Ender que cerraría con llave, y le dejaron justo antes de que se apagaran las luces.
Había un mensaje en su consola.
NO ESTÉS SOLO, NUNCA. — DINK
Ender esbozó una sonrisa. Así que Dink seguía siendo su amigo… «No te preocupes. No me harán nada. Tengo a mi escuadra.»
Pero en la oscuridad no tenía a su escuadra. Esa noche soñó con Stilson, sólo que ahora veía lo pequeño que era Stilson, sólo seis años, lo ridícula que era su actitud de duro; y sin embargo, en el sueño, Stilson y sus amigos ataron a Ender para que no pudiera defenderse, e hicieron a Ender en el sueño todo lo que Ender había hecho a Stilson en la vida real. Y más tarde, Ender se vio a sí mismo balbuceando como un idiota, esforzándose por dar órdenes a su escuadra, pero las palabras que le salían no tenían sentido.
Se despertó en la oscuridad y tuvo miedo. Luego se calmó recordando que estaba claro que los profesores le apreciaban, o no le estarían presionando tanto; no permitirían que le pasara nada. Probablemente, cuando los chicos mayores le atacaron en la sala de batalla unos años atrás, había profesores fuera de la sala, esperando a ver qué pasaba; si las cosas se hubieran salido de su cauce, habrían intervenido y las habrían contenido. «Probablemente me podía haber sentado allí y no haber hecho nada, y se habrían encargado de que saliera sano y salvo. En el juego me atosigarán todo lo que puedan, pero fuera del juego me mantendrán a salvo.»
Con esta segundad, se durmió hasta que se abrió silenciosamente la puerta y le dejaron en el suelo la siguiente guerra para que la encontrara.
Ganaron, por supuesto, pero fue extenuante, con la sala de batalla tan repleta de un laberinto de estrellas que la caza del enemigo en la operación de limpieza se prolongó cuarenta y cinco minutos. Era la escuadra Tejón de Pol Slattery, y se negaron a rendirse. Hubo también una estratagema nueva en el juego: cuando inutilizaban o dañaban a un enemigo, se deshelaba en aproximadamente cinco minutos, como si se tratara de una práctica. Sólo cuando el enemigo estaba completamente congelado quedaba fuera de combate permanentemente. Pero el deshielo gradual no funcionaba para la escuadra Dragón. Crazy Tom fue quien se dio cuenta de lo que estaba pasando, cuando comenzaron a dispararles por detrás enemigos que creían que estaban eliminados. Y al final de la batalla, Slattery estrechó la mano de Ender y le dijo:
—Me alegro que hayas ganado. Si alguna vez te venzo, Ender, quiero hacerlo limpiamente.
—Utiliza lo que te den —dijo Ender—. Si alguna vez tienes ventaja sobre el enemigo, utilízala.
—Oh, lo hice —dijo Slattery. Forzó una sonrisa—. Sólo soy imparcial antes y después de las batallas.
La batalla fue tan larga que la hora del desayuno había pasado. Ender miró a sus soldados cansados, sudorosos, sofocados, que esperaban en el corredor, y les dijo:
—Por hoy lo sabéis todo. No hay práctica. Descansad. Divertíos. Aprobad algún examen.
Su agotamiento era tal que ni siquiera gritaron o rieron o sonrieron, simplemente entraron en el cuartel y se quitaron la ropa. Si hubiera ordenado hacer prácticas, lo habrían hecho, pero estaban llegando al límite de sus fuerzas, e ir sin desayunar era una injusticia excesiva.
Ender quiso ducharse inmediatamente, pero también estaba cansado. Se estiró en la cama con el traje refulgente puesto, para descansar sólo un momento, y se despertó a la hora del almuerzo. Se había desvanecido su idea de seguir estudiando a los insectores esa mañana. Sólo había tiempo para arreglarse, ir a comer y poner rumbo a la clase.
Se quitó su traje refulgente, que apestaba a sudor. Su cuerpo sintió frío; sus articulaciones, una debilidad singular. No debería haber dormido en mitad del día. «Estoy empezando a aflojar. Estoy empezando a agotarme. No puedo permitírmelo.»
Por eso trotó hasta el gimnasio y se obligó a subir la cuerda tres veces antes de ir al cuarto de baño a ducharse. No se le ocurrió que su ausencia en el comedor de los comandantes habría sido advertida; que duchándose al mediodía, cuando su escuadra estaría devorando su primera comida del día, estaría completa, desamparadamente solo.
Ni siquiera cuando les oyó entrar en el cuarto de baño prestó atención. Estaba dejando que el agua corriera por su cabeza, por su cuerpo; el ruido amortiguado de pisadas era difícilmente perceptible. «Puede que haya terminado el almuerzo —pensó. Comenzó a enjabonarse de nuevo—. Puede que alguien haya terminado la práctica tarde.»
Y puede que no. Se dio la vuelta. Había siete, apoyados de espaldas contra los lavabos metálicos, o de pie cerca de las duchas, observándole. Bonzo estaba al frente de ellos. Muchos sonreían, la mueca condescendiente del cazador ante su víctima acorralada. Bonzo no sonreía, sin embargo.