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—Hola —dijo Ender.

Nadie respondió.

Ender cerró la ducha, a pesar de que todavía tenía jabón encima, y alargó la mano en busca de su toalla. No estaba allí. Uno de los chicos la sostenía. Era Bernard. Lo único que faltaba para que el cuadro fuera completo era que Stilson y Peter estuvieran también allí. Necesitaban la sonrisa de Peter; necesitaban la estupidez obvia de Stilson.

Ender reconoció la toalla como su punto flaco. Nada le haría parecer más débil que correr desnudo tras la toalla. Eso es lo que querían, humillarle, destrozarle. No iba a seguirles el juego. Rehusó sentirse débil sólo porque estuviera mojado, aterido y sin ropa. Se irguió enérgicamente, mirándoles de frente, con los brazos en jarras. Fijó su mirada en Bonzo.

—Tú mueves —dijo Ender.

—Esto no es un juego —dijo Bernard—. Estamos hartos de ti, Ender. Te gradúas hoy.

Ender no miró a Bernard. Era Bonzo quien estaba hambriento de muerte, aunque estuviera en silencio. Los otros habían ido por ir, por ver hasta dónde podían llegar. Bonzo sabía hasta dónde podía llegar.

—Bonzo —dijo Ender con voz suave—. Tu padre estaría orgulloso de ti. Bonzo se puso rígido.

—Le encantaría verte venir a pelear con un chico desnudo en la ducha, más pequeño que tú, y que has traído a seis amigos. Diría: «Oh, cuánto honor.»

—No hemos venido a pelear contigo —dijo Bernard—. Sólo hemos venido para convencerte de que juegues limpio. Quizá perdiendo un par de juegos de vez en cuando.

Los demás se rieron, pero Bonzo no se río, y tampoco Ender.

—Estarás orgulloso, Bonito, chico guapo. Puedes ir a casa y decirle a tu padre, «sí, he vapuleado a Ender Wiggin, que apenas tenía diez años, y yo tenía trece. Y además sólo me había traído a seis amigos para ayudarme, y de alguna forma nos las arreglamos para derrotarle, a pesar de que estaba desnudo y mojado y solo; Ender Wiggin es tan peligroso y aterrador que bastante hicimos no presentándonos doscientos».

—Cierra la boca, Wiggin —dijo uno de los chicos.

—No hemos venido a oír hablar a este pequeño desgraciado —dijo otro.

—Tú cállate —dijo Bonzo—. Callaos y no os metáis.

Comenzó a quitarse el uniforme.

—Desnudo, mojado y solo, Ender, estamos empatados. No puedo remediar ser más grande que tú. Pero como eres un genio, ya se te ocurrirá algo para vencerme.

Se volvió a los demás.

—Vigilad la puerta. No dejéis entrar a nadie.

El cuarto de baño no era grande, y por todos lados sobresalía la instalación de agua. Había sido lanzado en una sola pieza, como un satélite de órbita baja, lleno hasta los topes por el equipo de regeneración de agua; estaba diseñado para que no hubiera ningún espacio perdido. La táctica a seguir era obvia. Arrojar al otro chico contra las instalaciones hasta que uno de los dos se haga el suficiente daño como para dejar de pelear.

Cuando Ender vio la postura de Bonzo, su corazón se vino abajo. Bonzo también había recibido clases. Y probablemente más recientes que Ender. Tenía más envergadura, era más fuerte, y estaba lleno de odio. No sería delicado. «Irá a por mi cabeza —pensó Ender—. Intentará dañarme el cerebro. Y si esta pelea es larga, casi seguro que vencerá él. Su fuerza puede controlarme. Si quiero salir de aquí por mi propio pie, tengo que vencer rápidamente. —Rememoró la nauseabunda sensación de sentir crujir los huesos de Stilson—. Pero esta vez será mi cuerpo el que se haga pedazos, a menos que pueda hacerle pedazos primero…»

Ender retrocedió, dio un manotazo al cabezal de la ducha poniéndolo hacia arriba, y abrió el agua caliente. Casi inmediatamente, comenzó a salir vapor. Abrió la siguiente, y la siguiente.

—No me asusta el agua caliente —dijo Bonzo. Su voz era suave.

Pero lo que Ender quería no era el agua caliente. Era el calor. Su cuerpo todavía estaba enjabonado, y su sudor lo humedecía, hacía su piel más escurridiza de lo que Bonzo esperaría.

De repente, se oyó una voz que venía del otro lado de la puerta.

—¡Detente!

Por un momento, Ender pensó que era un profesor, que había venido para detener la pelea, pero sólo era Dink Meeker. Los amigos de Bonzo lo cogieron en la puerta y lo sujetaron.

—¡Detente, Bonzo! —gritó Dink—. No le hagas daño.

—¿Por qué no? —preguntó Bonzo, y, por primera vez, sonrió.

«Ah —pensó Ender—, le gusta que vean que es él el que tiene el control, quien tiene poder…»

—¡Porque es el mejor, he ahí el porqué! ¡El que puede enfrentarse a los insectores! ¡Eso es lo que importa, loco, los insectores!

Bonzo dejó de sonreír. Era lo que más odiaba de Ender, que éste era realmente importante para otras personas, y al final, Bonzo no lo era.

«Con esas palabras, me acabas de matar, Dink. Bonzo no quiere oír que quizá yo pueda salvar al mundo.

»¿Donde están los profesores? —pensó Ender—. ¿No se dan cuenta de que el primer contacto directo en esta pelea puede ser el último? Esto no es como la lucha en la sala de batalla, donde nadie tiene la posibilidad de hacer ningún daño importante a otro. Aquí hay gravedad, y el suelo y las paredes son duras y con metales despuntando por todos sitios. Parad esto ahora o nunca…»

—¡Si le tocas eres un medio insector! —gritó Dink—. ¡Eres un traidor, si le tocas mereces morir!

Encasquetaron la cara de Dink contra la puerta y se quedó callado.

El vapor de las duchas difuminaba la habitación, y el sudor corría por el cuerpo de Ender. «Ahora, antes de que se vaya el jabón. Ahora, cuando todavía soy demasiado escurridizo para que me agarre», pensaba Ender.

Ender retrocedió, dejando que su cara mostrara el miedo que sentía.

—Bonzo, no me hagas daño —dijo—. Por favor.

Era lo que estaba esperando Bonzo, la confesión de que él ostentaba el poder. Para otros chicos habría sido suficiente que Ender se hubiera sometido; para Bonzo, era sólo una señal de que su victoria era segura. Balanceó la pierna como si fuera a dar una patada, pero en el último momento la cambió por un salto. Ender advirtió el balanceo del cuerpo de Bonzo y se encorvó hacia abajo para que éste estuviera más desequilibrado cuando intentara agarrar a Ender y arrojarle.

Las duras costillas de Bonzo fueron a parar contra la cara de Ender, y sus manos abofetearon la espalda de Ender, intentando asirle. Pero Ender se giró, y las manos de Bonzo resbalaron. En un segundo, Ender estaba totalmente vuelto, aunque seguía abrazado por Bonzo. El movimiento clásico en esa situación sería levantar el talón contra la ingle de Bonzo. Pero para que ese movimiento sea efectivo se requiere mucha precisión, y Bonzo lo esperaba. Ya se estaba elevando sobre las puntas de los pies, empujando hacia atrás las caderas para mantener la ingle fuera del alcance de Ender. Sin verle, Ender sabía que acercaría la cara, casi contra el pelo de Ender; por eso, en vez de pegarle una patada, embistió hacia arriba tomando impulso en el suelo, con la potente embestida del soldado que rebota contra la pared, e incrustó su cabeza en la cara de Bonzo.

Ender se giró a tiempo de ver a Bonzo tambalearse hacia atrás, con la nariz sangrando, boquiabierto de sorpresa y de dolor. Ender sabía que podía aprovechar ese momento para salir de la habitación y finalizar la pelea. Como se había escapado de la sala de batalla después de derramar la sangre de otros. Pero tendría que librar esa batalla otra vez. Una y otra vez hasta que se le hubieran acabado las ganas de pelear. La única forma de poner fin a todo eso para siempre era lastimar a Bonzo lo suficiente para que su miedo fuera más fuerte que su odio.

Ender se reclinó contra la pared que tenía detrás, dio un salto hacia arriba y tomó impulso con los brazos. Sus pies aterrizaron en el pecho y en el vientre de Bonzo. Ender dio un giro en el aire y aterrizó con las puntas de los pies y las manos; dio una voltereta, se inclinó bajo Bonzo, y esta vez, cuando le pegó una patada en la ingle de abajo arriba, la conectó con fuerza y de lleno.