Graff se libró de la mano de Bean y se marchó, cerrando la puerta detrás de él.
Bean se quedó solo en la habitación, intentando descifrar lo que podía significar. Nadie iba a la Escuela de Alto Mando sin estar tres años en Tácticas o en Apoyo. Pero de todas formas, nadie había dejado la Escuela de Batalla sin estar por lo menos seis años, y Ender sólo había estado cuatro.
El sistema se estaba desmoronando. No había ninguna duda al respecto. O alguien de arriba se ha vuelto loco, o algo marcha mal en la guerra, la guerra real, la guerra insectora. ¿Por qué si no iban a acabar con un sistema de entrenamiento como este? ¿Por qué si no iban a destrozar el juego de la forma en que lo habían hecho? ¿Por qué si no iban a poner a un crío como él al mando de una escuadra?
Bean se preguntaba todo eso mientras bajaba por el corredor hacia su cama. Las luces se apagaron justo cuando llegó a su litera. Se desnudó en la oscuridad, tanteando para poner su ropa en un casillero que no podía ver. Se sentía fatal. Al principio pensó que se sentía mal porque le asustaba dirigir una escuadra, pero no era verdad. Sabía que sería un buen comandante. Tuvo ganas de llorar. No había llorado desde los primeros días de nostalgia que siguieron a su llegada a la escuela. Intentó dar un nombre al sentimiento que le ponía un nudo en la garganta y le hacía sollozar en silencio, a pesar de los grandes esfuerzos que hacía para contenerlo. Se mordió la mano para detener el sentimiento, para sustituirlo por el dolor. No sirvió. No volvería a ver a Ender.
Cuando dio un nombre al sentimiento pudo controlarlo. Se tendió de espaldas y se obligó a hacer toda la rutina de relajamiento hasta que dejó de tener ganas de llorar. Entonces se abandonó para dormir. Tenía la mano cerca de la boca. Extendida sobre la almohada, indecisa, como si Bean no pudiera decidir entre morderse las uñas o chuparse las puntas de los dedos. Tenía la frente fruncida y contraída. La respiración era rápida y ligera. Era un soldado y si alguien le hubiera preguntado qué quería ser cuando fuera mayor, no habría sabido qué le preguntaban.
Cuando entraba al transbordador, Ender advirtió por primera vez que la insignia del uniforme del mayor Anderson había cambiado.
—Sí, ahora es coronel —dijo Graff—. En realidad, el mayor Anderson ha sido asignado al mando de la Escuela de Batalla, a partir de este mediodía. Yo he sido destinado a otros deberes.
Ender no le preguntó cuáles eran.
Graff se ató a un asiento del otro lado del pasillo. Sólo había otro pasajero, un hombre callado con traje de paisano, que fue presentado como el general Pace. Pace tenía un maletín, pero tampoco llevaba equipaje. De alguna forma, ver que Graff también iba de vacío era reconfortante para Ender, Ender sólo habló una vez en todo el viaje a casa.
—¿Por qué vamos a casa? —preguntó—. Creía que la Escuela de Alto Mando estaba en algún lugar de los asteroides.
—Y así es —dijo Graff.
—Pero la Escuela de Batalla no tiene instalaciones para el amarre de naves de gran campo de acción. De modo que tendrás un corto permiso en el campo de aterrizaje.
Ender quiso preguntar si eso significaba que podía ver a su familia. Pero de repente, ante la idea de que quizá fuera posible, tuvo miedo, y no preguntó. Se limitó a cerrar los ojos e intentó dormir. Detrás de él, el general Pace le estudiaba; Ender no conseguía adivinar con qué fin.
Cuando aterrizaron, era un caluroso mediodía de verano en Florida. Ender había estado tanto tiempo sin ver el Sol que la luz casi le cegó. Entornaba los ojos y estornudaba y quería volver al interior. Todo estaba lejos y horizontal; la Tierra, sin la curva ascendente de los suelos de la Escuela de Batalla, parecía en cambio hundirse, de manera que al nivel del suelo Ender se sentía como si estuviera en un pináculo. La fuerza de la gravedad real era diferente, y arrastraba los pies cuando caminaba. Lo odiaba. Quería volver a casa, volver a la Escuela de Batalla, al único lugar del universo al que pertenecía.
—¿Arrestado?
—Bueno, es normal. El general Pace es el jefe de la policía militar. Hubo una muerte en la Escuela de Batalla.
—No me dijeron si el coronel Graff iba a ser ascendido o sometido a una corte marcial. Simplemente transferido, con órdenes de presentarse al Polemarch.
—¿Es eso una señal buena o mala?
—¿Quién sabe? Por otro lado, Ender Wiggin no sólo sobrevivió, pasó un umbral, se graduó de una forma deslumbrante, y el mérito es del viejo Graff. Por otro lado, está el cuarto pasajero del transbordador, el que viaja en una bolsa.
—Sólo es la segunda muerte en la historia de la escuela. Al menos, esta vez no ha sido un suicidio.
—¿Es mejor un asesinato, mayor Imbu?
—No fue un asesinato, coronel. Lo tenemos en vídeo desde dos ángulos. Nadie puede culpar a Ender.
—Pero podrían culpar a Graff. Cuando todo esto haya acabado, los civiles podrán hurgar en nuestros ficheros y decidir qué estuvo bien y qué no estuvo bien. Darnos medallas por lo que crean que hicimos bien, y retirarnos nuestras pensiones y meternos en la cárcel por lo que crean que hicimos mal. Al menos han tenido el buen gusto de no decir a Ender que el chico murió.
—Además, es la segunda vez.
—Tampoco le dijeron lo de Stilson.
—Ese chico es espantoso.
—Ender Wiggin no es un asesino. Simplemente gana… a conciencia. Si alguien se ha de asustar, que sean los insectores.
—Sabiendo que Ender va a ir a por ellos, casi dan lástima.
—Por el único que siento lástima es por Ender. Pero no la suficiente para sugerir que deberían ser menos exigentes con él. Acabo de tener acceso a los datos que Graff ha recibido todo este tiempo. Sobre los movimientos de flotas y todo eso. Solía dormirse con facilidad por las noches.
—¿Queda poco tiempo?
—No debía haberlo mencionado. No puedo darle información reservada.
—Lo sé.
—Pongámoslo de esta forma: No han enviado a Ender a la Escuela de Alto Mando ni con un día de anticipación. Puede que con un par de años de retraso.
13
VALENTINE
—¿Niños?
—Hermano y hermana. Se habían escondido bajo cinco niveles de nombres en las redes; escribiendo para compañías que pagaban sus suscripciones, ya sabes. Nos ha costado una eternidad dar con su pista.
—¿Qué ocultan?
—Podría ser cualquier cosa. Sin embargo, lo más probable es que oculten sus edades. El muchacho tiene catorce años, la chica tiene doce.
—¿Quién es Demóstenes?
—La chica. La que tiene doce años.
—Perdóneme. No creo que sea divertido, pero no puedo evitarla risa. Tanto tiempo preocupados, tanto tiempo intentando convencer a los rusos de que no tomaran a Demóstenes demasiado en serio, poniendo a Locke como prueba de que todos los americanos eran locos belicistas. Hermano y hermana preadolescentes…,—Y su apellido es Wiggin.
—Ah, ¿coincidencia?
—El Wiggin es un Tercero. Ellos son uno y dos.
—Oh, excelente. Los rusos nunca creerán…
—Que Demóstenes y Locke no están bajo nuestro control tanto como lo está el Wiggin.
—¿Es una conspiración? ¿Les controla alguien?
—No hemos podido detectar ningún contacto entre esos dos niños y algún adulto que pudiera estar dirigiéndoles.
—Eso no quiere decir que no haya alguien que ha inventado algún método que usted no pueda detectar. Es difícil creer que dos niños…