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—No escribiré ninguna otra carta —dijo—. No debí haber escrito aquélla.

—Entonces, presumo que no te gustan las medallas.

—No demasiado.

—Vamos a dar un paseo, Valentine.

—No doy paseos con desconocidos. Le entregó un papel. Era una autorización, y firmada por sus padres.

—Digamos que no es un desconocido. ¿Adonde vamos?

—A ver a un joven soldado que está de permiso en Greensboro.

Entró en el coche.

—Ender sólo tiene diez años —dijo—. Creí que nos había dicho que Ender no reuniría los requisitos necesarios para tener un permiso hasta que tuviera doce años.

—Se ha saltado algunos cursos.

—¿Así que lo está haciendo bien?

—Pregúntaselo cuando le veas.

—¿Por qué yo? ¿Por qué no toda la familia? Graff suspiró.

—Ender ve el mundo a su manera. Tuvimos que convencerle de que te viera. En cuanto a Peter y a tus padres, no tenían ningún interés. La vida en la Escuela de Batalla fue… intensa.

—¿Qué quiere decir, que se ha vuelto loco?

—Al contrario, es la persona más cuerda que conozco. Es lo suficiente cuerdo para saber que sus padres no suspiran por volver a abrir un libro de afectividad que fue cerrado casi herméticamente hace cuatro años. En cuanto a Peter… ni siquiera le sugerimos un encuentro, y así no tuvo la oportunidad de mandarnos a la mierda.

Cogieron la carretera del lago Brandt y se desviaron justo pasado el lago, siguiendo una carretera que serpenteaba hacia arriba y hacia abajo, hasta que llegaron a una mansión de tablillas blancas que se desparramaba por la cumbre de la colina. Por un lado se divisaba el lago Brandt y por el otro un lago privado de dos hectáreas.

—Esta casa perteneció al señor Delirios de Grandeza —dijo Graff—. La F.I. la adquirió en una subasta de embargos hace unos veinte años. Ender insistió en que sus conversaciones contigo no debían ser intervenidas. Le prometí que no lo serían, y para ayudar a inspirar confianza, los dos vais a salir en una balsa que ha construido él mismo. De todas formas, tengo que hacerte una advertencia. Tengo la intención de hacer algunas preguntas sobre vuestra conversación, una vez acabada. No tienes obligación de responder, pero espero que lo hagas.

—No he traído traje de baño.

—Te podemos prestar uno.

—¿Que no esté intervenido?

—A partir de cierto punto, tiene que haber confianza. Por ejemplo, sé quién es Demóstenes.

Sintió correr por su cuerpo un escalofrío de miedo, pero no dijo nada.

—Lo he sabido desde que aterricé procedente de la Escuela de Batalla. Hay, quizá, seis personas en todo el mundo que saben su identidad. Sin contar a los rusos… sólo Dios sabe lo que saben. Pero Demóstenes no tiene nada que temer de nosotros. Demóstenes puede confiar en nuestra discreción. Al igual que yo confío en que Demóstenes no le dirá a Locke lo que pase aquí hoy. Mutua confianza. Nos contaremos cosas el uno al otro.

Valentine no podía decidir si era a Demóstenes a quien daban su aprobación o a Valentine Wiggin. Si era al primero, no confiaría en ellos; si era a la última, entonces quizá podría. El hecho de que no quisieran que hablara de ello con Peter sugería que tal vez conocían la diferencia entre los dos. No se detuvo a pensar si ella seguía conociendo la diferencia o no.

—Dijo que él ha construido la balsa. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Dos meses. Teníamos la intención de que su permiso sólo durase unos días. Pero no parece demasiado interesado en continuar con sus estudios.

—Oh, así que soy la terapia una vez más.

—Esta vez no podemos censurar tu carta. Sencillamente, tenemos que arriesgarnos. Necesitarnos demasiado a tu hermano. La humanidad está en juego.

Esta vez Val había crecido lo suficiente para saber hasta qué punto estaba en peligro la humanidad. Y había sido Demóstenes el tiempo suficiente para no vacilar en cumplir con su deber.

—¿Dónde está?

—Abajo, en la grada de barcos.

—¿Dónde está el traje de baño?

Ender no fe hizo ninguna señal cuando la vio bajar por la colina hacia él, no sonrió cuando puso el pie en la grada del barco flotante. Pero Valentine sabía que se alegraba de verla, lo sabía porque su mirada no se apartaba de su cara.

—Eres más grande de lo que pensaba —dijo.

—Tú también —dijo él—. Además, recordaba que eras bella.

—La memoria nos juega malas pasadas.

—No. Tu cara es la misma, pero ya no recuerdo lo que significa la belleza. Venga. Vayamos al interior del lago.

Miraba con recelo a la pequeña balsa.

—Basta con que no te pongas de pie —dijo. Se subió arrastrándose, como una araña, con los dedos de los pies y de las manos.

—Es la primera cosa que he construido con mis propias manos desde que tú y yo solíamos hacer construcciones con bloques. Edificios a prueba de Peter.

Valentine se rió. Solían divertirse construyendo cosas que se mantenían de pie, incluso cuando les habían quitado muchos de los soportes más visibles. A Peter le gustaba quitar un bloque aquí o allí, de modo que la estructura fuera lo suficiente frágil para que la siguiente persona que la tocara la derribara. Peter era un burro, pero proporcionaba algunos pasatiempos a su infancia.

—Peter ha cambiado —dijo ella.

—No hablemos de él —dijo Ender.

—De acuerdo.

Se arrastró al bote, no tan diestramente como Ender. Ender utilizó una pagaya para maniobrar lentamente hacia el centro del lago privado. Ella advirtió en voz alta lo bronceado y fuerte que estaba.

—La fuerza proviene de la Escuela de Batalla. El bronceado, de este lago. He pasado bastante tiempo en el agua. Cuando nado, me siento como si fuera ingrávido. Hecho de menos la ingravidez. Además, cuando estoy aquí en el lago, la tierra se desnivela en todas direcciones.

—Como vivir en un tazón.

—He vivido en un tazón durante cuatro años.

—¿Así que ahora somos unos desconocidos?

—¿Acaso no lo somos, Valentine?

—No —dijo ella.

Alargó la mano y le tocó la pierna. Entonces, repentinamente, le apretó la rodilla, justo donde siempre tuvo más cosquillas.

Pero casi al mismo tiempo, él le agarró de la muñeca con la mano. Lo hizo con fuerza, a pesar de que sus manos eran más pequeñas que las de ella y sus brazos más esbeltos y enjutos. Por un momento, la cara de Ender le asustó; luego se relajo.

—Ah, sí—dijo—, solías hacerme cosquillas.

—Ya no —dijo ella retirando la mano.

—¿Quieres nadar?

Como respuesta, se tiró por un lado de la balsa. El agua era clara y limpia, y no tenía cloro. Nadó un rato, luego regresó a la balsa y se tendió en ella bajo la calinosa luz solar. Una avispa daba vueltas a su alrededor, luego aterrizó en la balsa junto a su cabeza. Sabía que estaba allí, y normalmente se habría asustado. Pero no hoy. «Dejemos que se pasee por la balsa, dejemos que se cueza al •oí, como yo.»

Entonces la balsa se balanceó, y se volvió pata ver a Ender aplastando tranquilamente la vida de la avispa con un dedo.

—Éstas son de una raza dañina —dijo Ender—. Te pican sin esperar a que les insultes —se sonrió—. He estado aprendiendo estrategias preventivas. Soy muy bueno. Nadie me ganaba. Soy el mejor soldado que tienen.

—Era de esperar —dijo ella—. Eres un Wiggin.

—Que no sé lo que significa —dijo él.

—Significa que vas a cambiar el mundo. Y le explicó lo que estaban haciendo Peter y ella.

—¿Cuántos años tiene Peter, catorce? ¿Y ya está planeando apoderarse del mundo?

—Se cree que es Alejandro Magno. ¿Y por que no habría de pensarlo? ¿Por qué no habrías de serlo tú también?