—No podemos ser Alejandro los dos.
—Las dos caras de la misma moneda. Y yo soy el metal de en medio.
Incluso mientras lo decía, se preguntaba si era verdad. Estos últimos años había compartido tantas cosas con Peter que incluso cuando pensaba que le despreciaba, le comprendía. Mientras que Ender sólo había sido un recuerdo hasta ahora. Un chico frágil y muy pequeño, que necesitaba su protección. No este hombre de piel oscura y mirada fría que mataba avispas con los dedos. «Quizás, él y Peter y yo somos iguales, y siempre lo hemos sido. Quizá, sólo creíamos que éramos diferentes por celos.»
—El problema con las monedas es que cuando una cara está boca arriba, la otra está boca abajo.
—Y ahora mismo tú crees estar boca abajo. Quieren que te anime a continuar con tus estudios.
—No son estudios, son juegos. Todo juego, desde el principio hasta el final, sólo que cambian las reglas cuando les da la gana.
—¿Ves los hilos? —dijo levantando una mano fláccida.
—Pero tú también puedes utilizarles.
—Sólo si quieren ser utilizados. Sólo si creen que están utilizándote. No, es demasiado duro, no quiero jugar más. Justo cuando comienzo a ser feliz, justo cuando creo que puedo dominar la situación, clavan otro cuchillo. Incluso aquí, sigo teniendo pesadillas. Sueño que estoy en la sala de batalla, pero no hay ingravidez, se juega con gravedad. Cambian su dirección. Y por eso nunca voy a parar a la pared contra la que me había lanzado. Nunca voy a parar donde quería ir. Les suplico que me dejen llegar a la puerta, y no me dejan salir, me aspiran y me hacen volver.
Oyó ira en su voz, y supuso que estaba dirigida contra ella. «Supongo que estoy aquí para eso. Para aspirarte y hacerte volver.»
—No quería verte.
—Me lo dijeron.
—Tenía miedo de seguir queriéndote.
—Eso espero.
—Mi miedo, tu deseo… ambos concedidos.
—Ender, es verdad. Quizá seamos jóvenes, pero no estamos desvalidos. Si jugamos siguiendo sus reglas el suficiente tiempo, su juego llega a ser nuestro juego. —Soltó una risita—. Estoy en una comisión presidencial. Peter está muy enfadado.
—No me dejan utilizar las redes. Aquí no hay ningún ordenador, excepto las máquinas domésticas que controlan el sistema de seguridad y de alumbrado. Cosas antiguas. Instaladas hace un siglo, cuando fabricaban ordenadores que no se conectaban a nada. Me quitaron mi escuadra, me quitaron mi consola, y ¿sabes una cosa? La verdad es que no me importa.
—Debes hacerte mucha compañía.
—No yo, mis recuerdos.
—Puede que seas eso, lo que recuerdas.
—No. Mis recuerdos de desconocidos. Mis recuerdos de los insectores.
Valentine se estremeció como si hubiera pasado de repente una brisa fría.
—Me niego a seguir viendo los vídeos de los insectores.
—Siempre son los mismos.
—Solía estudiarlos durante horas. Cómo se movían sus naves por el espacio. Y algo divertido, que sólo se me ocurrió estando estirado, aquí en el lago. Me di cuenta de que todas las batallas en las que los insectores y los humanos luchaban cuerpo a cuerpo, todas son de la Primera Invasión. En todas las escenas de la Segunda Invasión, cuando nuestros soldados llevan los uniformes de F.I., en ésas los insectores ya están muertos siempre. Tendidos, desplomados sobre sus controles. Ninguna señal de lucha ni nada parecido. Y la batalla de Mazer Rackham… no nos han mostrado cunea ninguna toma de esa batalla.
—Puede que sea un arma secreta.
—No, no, no me importa cómo les matamos. Se trata de los insectores en sí mismos. No sé nada de ellos, y sin embargo, se supone que tendré que luchar contra ellos algún día. He pasado por muchas luchas en mi vida, algunas veces juegos, otras… que ya no eran juegos. Siempre he ganado, porque podía adivinar lo que no pensaba mi enemigo, A partir de lo que hacía. Era capaz de decir lo que pensaban que yo estaba haciendo, cómo querían que se desarrollara la batalla. Y jugaba con eso. Eso lo hago muy bien. Saber lo que piensan los demás.
—La maldición de los niños Wiggin.
Bromeó, pero le asustaba que Ender pudiera entenderla tan profundamente como a sus enemigos. Peter siempre la comprendió, o al menos pensaba que lo hacía, pero Peter era tal inmundicia moral que nunca tuvo que sentirse turbada cuando adivinaba sus peores pensamientos. Pero Ender… no quería que él la entendiera. Se sentiría desnuda delante de él. Estaría avergonzada.
—Crees que no puedes vencer a los insectores a menos que los conozcas.
—Es más que eso. Aquí, solo y sin nada que hacer, he pensado también sobre mí mismo. He intentado comprender por qué me odio tanto.
—No, Ender.
—No me digas «No, Ender». He tardado mucho tiempo en darme cuenta de ello, pero créeme, me odiaba, me odio. Y todo se reduce a esto: en el momento en que entiendo verdaderamente a mi enemigo, en el momento en que le entiendo lo suficientemente bien como para derrotarle, entonces, en ese preciso instante, también le quiero. Creo que es imposible entender realmente a alguien, saber lo que quiere, saber lo que cree, y no amarle como se ama a sí mismo. Y entonces, en ese preciso momento, cuando le quiero…
—Le vences.
Por un momento, no tuvo miedo de que la entendiera.
—No, no lo entiendes. Le destruyo. Hago que le resulte imposible volver a hacerme daño. Lo trituro más y más hasta que no existe.
—Tú no haces eso.
Y ahora el miedo volvía de nuevo, peor que antes. «Peter se ha apaciguado, pero a ti, te han convertido en un asesino. Dos lados de la misma moneda, pero ¿cuál es cuál?»
—He hecho verdadero daño a algunas personas, Val. No me lo estoy inventando.
—Lo sé, Ender. ¿Cómo me dañarás a mí?
—¿Ves en lo que me estoy convirtiendo? —dijo en voz baja—. Incluso tú me tienes miedo.
Y Ender le acarició la mejilla con tanta delicadeza que quiso llorar. Como el contacto de su suave mano de bebé cuando todavía era un niño. Se acordaba de eso, del contacto de su mano inocente y suave en su mejilla.
—No tengo miedo —dijo, y en ese momento era verdad.
—Tendrías que tenerlo.
—No tengo por qué. Si sigues en el agua, te vas a arrugar. Además, te podrían morder los tiburones.
Se sonrió.
—Hace mucho tiempo que los tiburones aprendieron a dejarme en paz.
Pero se izó a la balsa, provocando un aluvión de agua al ladearla. Valentine sentía frío en la espalda.
—Ender, Peter lo va hacer. Es lo suficientemente listo para esperar el tiempo que sea necesario, pero va a conseguir llegar al poder; si no es ahora, será más tarde. Todavía no estoy segura si será bueno o malo. Peter es capaz de ser cruel, pero sabe conseguir y mantener el poder, y hay indicios de que una vez acabada la guerra con los insectores, y puede que incluso antes de que termine, el mundo caerá de nuevo en el caos. El Pacto de Varsovia iba camino de la hegemonía antes de la Primera Invasión. Si la buscan después…
—De modo que incluso Peter puede ser una alternativa mejor.
—Has descubierto una parte del destructor que llevas dentro. También yo la he descubierto. Peter no tiene el monopolio, pensaran lo que pensasen los examinadores. Y Peter tiene también una parte del constructor. No es bondadoso, pero ya no destroza todo lo bueno que ve. Cuando comprendes que el poder siempre irá a parar a manos de los que lo anhelan, piensas que podría caer en manos de personas peores que Peter.
—Con una recomendación tan enérgica, hasta yo mismo votaría por él.
—Algunas veces parece totalmente absurdo. Un muchacho de catorce años y su hermana pequeña conspirando para apoderarse del mundo. —Intentó reírse. No era divertido—. No somos niños normales. Ninguno de los tres.