Estaba en la habitación cuando Ender se despertó por la mañana. Era un hombre viejo, sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Ender le miró con expectación, esperando que hablara. No dijo nada. Ender se levantó y se duchó y se vistió, dispuesto a dejar que el hombre se mantuviera en silencio si quería. Hacía tiempo que había aprendido que cuando pasaba algo inusual, algo que formaba parte del plan de alguien y no del suyo, descubría más información esperando que preguntando. Los adultos casi siempre perdían la paciencia antes que Ender.
Todavía no había empezado a hablar cuando Ender había terminado su arreglo personal y se dirigía a la puerta para salir de la habitación. La puerta no se abrió. Ender se dio la vuelta hacia el hombre sentado en el suelo. Aparentaba unos sesenta años, con mucho el hombre más viejo que había visto en Eros. Los pelos blancos de la barba de un día encanecían su rostro, aunque no tanto como el pelo cortado a cepillo. Su cara se hundía ligeramente y sus ojos estaban rodeados por arrugas y líneas. Miró a Ender con una expresión que sólo transmitía apatía.
Ender se volvió hacia la puerta e intentó abrirla de nuevo.
—De acuerdo —dijo, rindiéndose—. ¿Por qué está cerrada la puerta?
El viejo mantuvo su mirada vacía.
«O sea, que es un juego —pensó Ender—. Bien, si quieren que vaya a clase abrirán la puerta. Si no quieren, no la abrirán. Me da igual.»
A Ender no le gustaban los juegos donde las reglas no eran fijas y el objetivo sólo era conocido por ellos. No jugaría. Se negó también a irritarse. Hizo un ejercicio de relajación mientras se apoyaba en la puerta, y en seguida estaba otra vez calmado. El viejo seguía observándole impasiblemente.
Parecía que habían pasado horas, Ender rehusando hablar, el viejo encerrado en un mutismo aparentemente imbécil. Algunas veces Ender se preguntaba si no era un enfermo mental, escapado de algún centro médico de algún lugar de Eros, viviendo alguna fantasía demente en su habitación. Pero cuanto más tiempo pasaba sin que nadie acudiera a la puerta, sin que nadie le buscara, más convencido estaba de que era algo deliberado, con el objetivo de desconcertarle, Ender no quería ceder la victoria al viejo. Para pasar el tiempo, empezó a hacer ejercicios. Algunos eran imposibles sin el equipo del gimnasio, pero otros, especialmente los de la clase de defensa personal, se podían hacer sin ningún aparato.
Los ejercicios le obligaban a moverse por la habitación. Practicaba embestidas y patadas. Un movimiento le llevó cerca del viejo, no más cerca que en otras ocasiones anteriores, pero esta vez la garra del viejo salió disparada y aferró la pierna izquierda de Ender a medio camino de una patada. Ender fue arrancado del suelo y aterrizó en él de forma aparatosa.
Se incorporó de un salto, furioso. Encontró al viejo sentado tranquilamente, con las piernas cruzadas, sin la respiración alterada, como si no se hubiera movido. Ender se quedó de pie en posición de combate, pero la inmovilidad del otro le impedía atacar. «¿Qué puedo hacer, arrancarle la cabeza de una patada? Y luego explicárselo a Graff: “Es que el viejo me pegó una patada, y tenía que desquitarme…”»
Volvió a sus ejercicios; el viejo continuó mirándole.
Finalmente, cansado e irritado por el día perdido, prisionero en su propia habitación, Ender volvió a la cama para usar su consola. Cuando se agachaba para cogerla, sintió una mano hundirse brutalmente entre sus muslos y otra mano empuñar su pelo. En un segundo estaba caído boca abajo. Tenía la cara y los hombros comprimidos contra el suelo por la rodilla del viejo, la espalda atrozmente doblada y las piernas inmovilizadas por el brazo del viejo. Ender estaba imposibilitado para utilizar los brazos, ni podía doblar la espalda para destensarla y poder actuar con las piernas. En menos de dos segundos, el viejo había derrotado completamente a Ender Wiggin.
—Está bien —dijo Ender con voz entrecortada—. Tú ganas.
La rodilla del hombre se clavó dolorosamente en su espalda.
—¿Desde cuándo —preguntó el hombre, con voz tenue y áspera— tienes que decir al enemigo cuándo ha ganado?
Ender continuó en silencio.
—Te sorprendí una vez, Ender Wiggin. ¿Por qué no me destruiste inmediatamente? ¿Simplemente porque parecía pacífico? Me diste la espalda. Estúpido. No has aprendido nada. No has tenido nunca un maestro.
Ahora Ender estaba irritado, y no hizo ningún esfuerzo por controlarlo o disimularlo.
—He tenido demasiados profesores, ¿cómo iba a saber que usted resultaría ser un…?
—Un enemigo, Ender Wiggin —susurró el viejo—. Soy tu enemigo, el primero que has tenido que es más listo que tú. No hay más maestro que el enemigo. Nadie sino el enemigo te dirá lo que va a hacer el enemigo. Nadie sino el enemigo te enseñará a destruir y conquistar. Sólo el enemigo te enseña tus puntos débiles. Sólo el enemigo te enseña sus puntos fuertes. Y las únicas reglas del juego son qué puedes hacerle y qué puedes impedir que él te haga. A partir de ahora soy tú enemigo. A partir de ahora soy tu maestro.
Entonces el viejo dejó caer las piernas de Ender. Como todavía tenía la cabeza contra el suelo, el chico no pudo hacer contrapeso con los brazos, y las piernas golpearon el suelo produciendo un crujido sonoro y un dolor agudo. Luego, el viejo se puso en pie y permitió que Ender se incorporara.
Lentamente, Ender arrastró las piernas, no sin un débil gemido de dolor. Se puso a cuatro patas un momento, recuperándose. Entonces, su brazo derecho salió proyectado en busca de su enemigo. El viejo retrocedió rápidamente describiendo un paso de baile, y la mano de Ender se cerró en el aire mientras el pie de su maestro salía proyectado hacia la barbilla de Ender. La barbilla de Ender no estaba allí. Estaba tendido sobre la espalda, rodando por el suelo, y en el instante en que el maestro estaba en desequilibrio a causa de la patada, los pies de Ender se estrellaron en la otra pierna del viejo. Se desmoronó, pero no lo suficientemente cerca para asestar un golpe y acertar a Ender en la cara. Ender no podía encontrar un brazo o una pierna que se estuviera quieto el tiempo suficiente para poder aferrarlo, y, mientras tanto, le caían golpes en la espalda y en los brazos. Ender era más pequeño; no conseguía traspasar los miembros del viejo que le golpeaban. Al final consiguió separarse y abrirse paso hasta las proximidades de la puerta.
El viejo volvía a estar sentado con las piernas cruzadas, pero ahora la apatía había desaparecido. Sonreía.
—Esta vez ha estado mejor, chico. Pero lento. Con una flota tendrás que ser mejor que con tu cuerpo, o nadie estará a salvo contigo al mando. ¿Lección aprendida?
Ender asintió con la cabeza lentamente. Le dolía todo el cuerpo.
—Bien —dijo el viejo—. Entonces no tendremos que librar esta batalla de nuevo. Para las demás utilizaremos el simulador. Ahora yo programaré las batallas, no el ordenador; yo diseñaré la estrategia de tu enemigo, y tú aprenderás a ser rápido y a descubrir los trucos que el enemigo te tiene preparados. No lo olvides, chico. A partir de ahora, el enemigo es más listo que tú. A partir de ahora, el enemigo es más fuerte que tú. A partir de ahora, siempre estarás a punto de perder.
La cara del viejo se puso seria otra vez.
—Estarás a punto de perder, Ender, pero ganarás. Aprenderás a derrotar al enemigo. Él te enseñará cómo.
El maestro se incorporó.
—En esta escuela siempre ha existido la costumbre de que un estudiante mayor elija a un estudiante joven. Son compañeros, y el mayor enseña al joven todo lo que sabe. Siempre están luchando, siempre están compitiendo, siempre están juntos. Te he elegido a ti.
Ender habló mientras el viejo caminaba hacia la puerta.
—Eres demasiado viejo para ser un estudiante.