—Ender, ahora empieza tu educación. Hemos programado el ordenador para que simule situaciones previsibles en encuentros con el enemigo. Vamos a utilizar las pautas de movimientos que vimos en la Segunda Invasión. Pero en vez de seguir esas pautas al pie de la letra, yo controlaré las simulaciones del enemigo. En principio te encontrarás con situaciones fáciles que es de esperar ganes con comodidad. Aprende de ellas, porque yo estaré siempre ahí, un paso delante de ti, programando en el ordenador situaciones más difíciles y sofisticadas, para que tu siguiente batalla sea más difícil, para llevarte al límite de tus posibilidades.
—¿Y después?
—Tenemos poco tiempo. Debes aprender a la mayor velocidad posible. Cuando me dediqué a viajar en astronaves, con el único objeto de estar vivo cuando tú aparecieras, mi mujer y mis hijos murieron, y mis nietos tenían mi edad cuando volví. No tenía nada que decirles. Estaba desconectado de todas las personas que quería, de todo lo que conocía, y viví en esta catacumba extraña, obligado a no hacer nada importante sino enseñar a un estudiante detrás de otro, todos tan prometedores; todos, al final, malogrados. Fracasos. Les enseño, les enseño, pero ninguno aprende. Tú también eres una gran promesa, como tantos otros estudiantes que vinieron antes que tú, pero también en ti puede estar la semilla del fracaso. Mi trabajo es encontrarla, destruirte si puedo, y créeme, Ender, si se te puede destruir, yo puedo hacerlo.
—Así que no soy el primero.
—No, claro que no. Pero eres el último. Si no aprendes no tendremos tiempo para encontrar a ningún otro. Por eso deposito mi esperanza en ti, simplemente porque eres el único que queda para depositar mi esperanza.
—¿Y los otros? ¿Mis jefes de escuadrón?
—¿Quién puede ocupar tu puesto?
—Alai.
—Sé sincero.
Ender no pudo decir nada.
—No soy feliz, Ender. La humanidad no nos pide que seamos felices. Sólo nos pide ser brillantes en su nombre. Primero la supervivencia, luego la felicidad que podamos alcanzar. Así que, Ender, espero que mientras dure tu adiestramiento no me aburras con quejas de que no te diviertes. Saca el placer que puedas en los intersticios de tu trabajo, pero tu trabajo es lo primero, aprender es lo primero, vencerlo es todo porque sin eso no hay nada. Cuando me puedas devolver a mi mujer muerta, Ender, puedes quejarte de lo que te cuesta tu educación.
—No intentaba eludir nada.
—Pero lo harás, Ender. Porque te voy a hacer polvo, si puedo. Te voy a golpear con todo lo que pueda imaginar, y no tendré piedad, porque cuando te enfrentes a los insectores pensarán cosas que yo no puedo ni imaginar, y la compasión por los seres humanos es algo imposible para ellos.
—Tú no me puedes hacer polvo, Mazer.
—¿No?
—Porque soy más fuerte que tú. Mazer sonrió.
—Ya lo veremos, Ender.
Mazer le despertó antes del amanecer; el reloj marcaba las 03.40, y Ender se sentía mareado cuando, detrás de Mazer, caminaba por el corredor con pasos silenciosos.
—A quien madruga —entonó Mazer— Dios pone zancadillas.
Había soñado que los insectores le viviseccionaban. Pero en vez de trinchar su cuerpo, trinchaban sus recuerdos y los proyectaban como holografías e intentaban extraer algún sentido. Había sido un sueño muy extraño, y Ender no conseguía sacudírselo de encima, incluso mientras caminaba por los túneles hacia la sala del simulador. Los insectores le atormentaban cuando estaban dormido y Mazer no le dejaría en paz cuando estuviera despierto. Entre uno y otro, no tenía ningún descanso. Ender se obligó a desperezarse. Parecía que Mazer hablaba en seno cuando dijo que intentaría destrozar a Ender; y obligarle a jugar cuando estaba cansado y somnoliento era precisamente el tipo de truco fácil y barato que Ender debería haber esperado. Bien, hoy no funcionaría.
Llegó al simulador y encontró a sus jefes de escuadrón en la línea, esperándole. Todavía no había ningún enemigo, por lo que los dividió en dos escuadras y montó un simulacro de batalla, mandando a los dos contendientes y controlando la prueba a la que había sometido a cada uno de sus jefes. Comenzaron con lentitud, pero pronto empezaron a actuar con vigor y atención.
Entonces, el simulador se puso en blanco, las naves desaparecieron, y todo cambió de repente. En el borde más cercano del campo del simulador se veían las formas, dibujadas con luces hológrafas, de tres astronaves de la flota humana. Cada una tendría doce cazas. El enemigo, obviamente conocedor de la presencia humana, había formado un globo con una sola nave en el centro. Ender no se dejó embaucar; no sería la nave reina. Los insectores doblaban en número a la fuerza de caza de Ender, pero también estaban mucho más apiñados de lo que deberían estar. El doctor Ingenio estaría en disposición de hacer mucho más daño de lo que el enemigo esperaba.
Ender seleccionó una astronave, la hizo destellar en el campo del simulador, y habló por el micrófono:
—Alai, ésa es tuya; asigna los cazas a Petra y a Vlad a tu voluntad. —Asignó las otras dos astronaves con sus fuerzas de caza, con excepción de un caza de cada astronave, que reservó para Bean—. Corre la pared y ponte debajo de ellos, ano ser que intenten darte caza; en tal caso, retrocede hacia las reservas y ponte a salvo; en caso contrario, sitúate en un lugar donde pueda requerir de ti resultados rápidos. Alai, haz una formación compacta para emprender un asalto a un punto de su globo. No dispares hasta que te lo diga. No es más que una maniobra.
—Esta va a ser fácil, Ender —dijo Alai.
—Es fácil, pero ‹por qué no tener cuidado? Me gustaría hacerlo sin perder ni una sola nave.
Ender agrupó sus reservas en dos fuerzas que cubrían a Alai desde un lugar seguro; Bean ya se había salido del simulador, aunque, de vez en cuando, Ender conectaba el punto de vista de Bean para saber dónde estaba.
De todas formas, era Alai el que desempeñaba el papel más delicado con el enemigo. Había organizado una formación en forma de bala, y tanteaba el globo enemigo. Allá donde se acercaba, las naves insectoras se retiraban, como si quisieran atraerle hacia la nave del centro. Alai se desviaba hacia un lado; las naves insectoras seguían su movimiento, retirándose de donde pasaba, volviendo a la formación esférica cuando había pasado.
Amaga, se retira, roza el globo por otro sitio, se retira otra vez, amaga otra vez; y entonces Ender dijo:
—Entra adentro, Alai.
Su grupo en forma de bala empezó a entrar, mientras decía a Ender:
—Sabes que me dejarán pasar y me rodearán y me comerán vivo.
—Basta que ignores a esa nave del centro.
—Lo que digas, jefe.
Efectivamente, el globo comenzó a contraerse. Ender adelantó las reservas; las naves enemigas se concentraron en el lado del globo más cercano a las reservas.
—Atácalos ahí, donde están más concentrados —dijo Ender.
—Esto desafía cuatro mil años de historia militar —dijo Alai mientras adelantaba sus cazas—. Se supone que tenemos que atacar donde seamos superiores en número.
—Está claro que en esta simulación no saben lo que pueden hacer nuestras armas. Sólo funcionará una vez, pero hagámoslo de una forma espectacular. ¡Dispara a discreción!
Alai lo hizo. La simulación respondió maravillosamente: primero una o dos, luego una docena, luego la mayoría de las naves enemigas explotaron en un resplandor de luz, a medida que el campo saltaba de una nave a otra nave de la apretada formación.